Con 62 años recién cumplidos; una intensa trayectoria de más de 40 años; y una rica y audaz obra portadora de una originalidad y belleza inusitadas, cuya exploración aún hoy no se agota y ofrece siempre nuevas y reveladoras aristas, el 8 de febrero de 2012 moría Luis Alberto Spinetta y dejaba un legado fundamental para la cultura argentina, basado en una búsqueda permanente sin concesiones.
Figura central del rock argentino, Spinetta expandió los límites de este movimiento con una lírica inusual para el género; un inquieto estilo musical propio forjado con influencias que fueron reinterpretadas desde sus particulares y arrojadas lecturas; y, fundamentalmente, una coherencia en su postura artística que nunca se vio contaminada por los dictados de las modas o los mandatos del mercado, aunque siempre atento a las nuevas tendencias.
Como si todo eso no bastara, este artista se destacó además como un brillante intérprete, alejado de ortodoxias, creador de una expresiva forma de cantar y tocar la guitarra, imposibles de imitar.
Estas particularidades dieron vida a una obra integrada por cientos de composiciones repartidas en más de 40 discos –casi todos ellos de un nivel superlativo-, cuya apreciación pareciera ser inagotable, incluso luego de innumerables atentas escuchas.
El personal estilo de Spinetta, la profundidad de sus creaciones y su intransigente postura artística lo convirtieron en una figura altamente respetada e, incluso, venerada; aunque, salvo algunas excepciones, esto generalmente no tuvo su correlato en la difusión mediática de su obra ni en la venta de discos o entradas para sus conciertos.
Desde su Bajo Belgrano natal, Spinetta creció al calor del tango, el boom del folclore, Los Beatles, el jazz, la pasión por el dibujo, la poesía y lecturas de autores como César Vallejo y Julio Cortázar. Desde las aulas de un represivo colegio de curas, comenzó a darle cauce a distintos canales de expresión junto a su compañero y compinche Emilio del Guercio.
Todo eso confluyó y se materializó en Almendra, grupo seminal del rock argentino, que en su homónimo primer disco desplegó todo un novedoso universo lírico y musical, que contemplaba personales lecturas de las influencias recibidas de Astor Piazzolla, el rock, el jazz y algunos fenómenos de la canción de la época, como el caso del español Joan Manuel Serrat.
En una placa marcada a fuego por la delicada poesía de «Muchacha ojos de papel» y «Plegaria para un niño dormido», el surrealismo de «Figuración» la psicodelia de «Color humano», el rock de «Ana no duerme» y la tanguera «Laura va»; «A estos hombres tristes» aparece como el ejemplo más acabado de los miles de caminos que convergían en el estilo artísticos de Spinetta.
Las drogas psicodélicas en boga en pleno hippismo y las lecturas de los poetas malditos marcaron las siguientes experiencias de este artista que, tras la experimentación en el segundo disco de Almendra, disolvió al grupo en pleno éxito y se embarcó en un camino que, siguiendo los pasos de los llamados «poetas malditos», incluyó un disco casi dadaísta, improvisado en estudio («Spinettalandia y sus amigos»), y un viaje iniciático por Europa.
A su regreso, producto de la influencia del rock duro de Led Zeppelin y de sus intercambios con Pappo, forma en 1972 Pescado Rabioso, un grupo al que en una charla para el libro «¿Cómo vino la mano?», de Miguel Grinberg, definió como «el primer eructo después de que uno se toma un Uvasal tras haber comido y bebido a mansalva».
Tras dos discos con clásicos como «Blues de Cris», «Despiértate nena», «Post-crucifixión», «Credulidad» y «Como el viento voy a ver», entre otros, en 1973 disuelve al grupo y lanza como solista (aunque acreditado a Pescado Rabioso) «Artaud», una de sus obras cumbres inspiradas en el «dolor» que genera la lectura de este poeta francés, según sus propias expresiones.
«Todas las hojas son del viento», «Cementerio Club», «Cantata de puentes amarillos», «Bajan» y «Las habladurías del mundo», son algunas composiciones que marcaron el pulso de este disco fundamentalmente acústico.
La siguiente experiencia, que se extendió hasta 1976, fue Invisible, un trío junto a los exPappo’s Blues Machi Rufino y Pomo Lorenzo, que combinaba arrestos rockeros con pasajes de delicadas y artesanales exploraciones sonoras, que contrastaban con la moda acústica imperante en el rock argentino, de la mano de números como Sui Generis, León Gieco y Raúl Porchetto, entre otros.
Tras tres discos con gemas como «Durazno sangrando», «El anillo del Capitán Beto» y «Los libros de la buena memoria», Spinetta nuevamente disuelve al grupo en pleno éxito para encarar una aventura jazzera inspirada por el impacto que le provocó la irrupción en escena del guitarrista John McLaughlin y su grupo Mahavishnu Orchestra.
En esa tónica registró como solista «A 18 minutos del sol», en 1977, una propuesta incomprendida por el público y la crítica, en la que tal vez por única vez la música de Spinetta se pareció concretamente a la de otro artista.
En la que probablemente haya sido la única concesión que hizo en su carrera, grabó un disco en los Estados Unidos cantando en inglés, a instancias de su entonces amigo, la figura del tenis Guillermo Vilas. Se trató de «Only Love Can Sustain», un fallido intento de expandir su música a nivel internacional que fracasó por lo impersonal de su resultado.
Tras el agridulce regreso de Almendra entre 1979 y 1980, que dejó un saldo de un disco en vivo, una gira nacional y una nueva placa con nuevas canciones que pasó inadvertida («El valle interior»), formó Spinetta Jade, un proyecto que duró hasta 1985 y en cuatro discos recorrió una paleta sonora que partió de la fusión, pasó por el llamado A.O.R. (Adult Oriented Rock), hizo escala en una música y lírica de tintes urbanos, y concluyó en una propuesta que dio cuenta de las programaciones y los sonidos digitales que imponían las nuevas tendencias.
Esta época coincidió con la renovación en el rock argentino que trajo el regreso de la democracia y, a pesar de sus intentos por seguir el pulso de las novedades, relegó a Spinetta a un espacio de respeto por su figura pero de escasas ventas y difusión.
En 1985 hubo un intento de un disco conjunto con Charly García que fracasó tanto por el choque de egos como por sus antagónicas posturas artísticas, y del que solo sobrevivió el clásico «Rezo por vos». A esto le siguió un radical disco solista trabajado con programaciones («Privé») y una luminosa pero breve unión con Fito Páez, que dejó como saldo el brillante álbum doble «La la la».
Desde entonces, Spinetta se concentró en una carrera solista, con algunos momentos esporádicos de gran difusión, como ocurrió con el disco «Tester de violencia» (1988) y el hit «Seguir viviendo sin tu amor», incluido en «Pelusón of milk» (1991).
Enfrentado con la industria discográfica se llamó a silencio en la primera mitad de los 90 para regresar, a instancias de su hijo Dante, con un power trío al que bautizó Los Socios del Desierto, una incendiaria propuesta que también chocó con los mandatos del mercado.
Desde entonces, con propuestas más orientadas a la fusión en formato de canción, Spinetta transitó su última década con una renovación joven en su público, que desprejuiciadamente supo comprender el valor de este artista.
La apoteótica noche del 4 de diciembre de 2009 saldó las cuentas con su historia y se aventuró en un inédito concierto en Vélez en el que revisitó todas sus bandas. Cuando se quiera tener un panorama claro de legado de Spinetta en la música argentina, este show plagado de grandes figuras invitadas llamado «Las Bandas Eternas» dará la respuesta inequívoca y definitiva.
Una «fuente de belleza y lucidez» que dejó un legado de «búsqueda permanente»
Tan vasta y rica resulta la obra de Luis Alberto Spinetta, a la vez que compleja, que su impacto se expande de manera casi imperceptible en toda la cultura argentina, al tiempo que sigue ofreciendo nuevos resquicios para su disfrute, aun cuando pareciera ya agotados los caminos para explorarla.
Acaso el carácter único que desarrolló este artista a lo largo de su vida, con la consecuente imposibilidad de encontrar equivalencias a sus creaciones y a sus formas de posicionarse frente a su arte, hace difícil cualquier intento por definirlo.
Del mismo modo, no resulta sencillo poner a dialogar su obra con la de otros artistas debido a las particularidades que siempre ofrece un análisis detallado de ella.
Abunda material sobre Spinetta, con definiciones en primera persona y reflexiones en torno a su andar artístico, pero así y todo, ni siquiera la puesta en común de todo ese material es capaz de dar respuestas concretas a los enigmas que plantea su arte.
«Spinetta es un poco inapresable en palabras, es eso de que ‘con el alma lo ves mejor'», arriesgó el periodista Sergio Marchi, autor de «Ruido de magia», la biografía oficial autorizada por la familia del músico, quien parafraseó el tema «Maribel se durmió» al intentar describir qué rasgos son los que lo convierten en un artista tan particular.
Y amplió: «Le salían ángulos que a nadie más le salieron. Creo que ha sido de los mejores cantantes de la historia de la música argentina, un compositor profundo (también un poco banal cuando se lo proponía) y con un ansia infatigable de encontrar cosas nuevas que lo sorprendieran, y así sorprendernos. Su voz artística es única, y esto se podría decir de todos los artistas, pero Spinetta creó todo un universo con su obra».
El impacto de su obra se notó desde su irrupción en la escena local con Almendra, en 1969, en donde ya mostró algunas particularidades muy marcadas respecto a sus colegas contemporáneos; una sensación que aún perdura.
El escritor y periodista Juan Carlos Diez, autor de «Martropía», un indispensable libro de conversaciones con Spinetta, planteó que lo que aportó con su aparición fue «una forma de escribir canciones muy original, muy personal» e hizo hincapié en la manera en que ponía en juego sus influencias a la hora de crear.
Como ejemplo, señaló al tema «A estos hombres tristes» de Almendra, en donde se nota «la influencia de la música de Piazzolla, del jazz y de Los Beatles, en una mezcla absolutamente personal».
«Le imprimía una personalidad total a lo que hacía. Tenía que ver con la música del momento, pero a la vez era diferente a todo lo que veníamos escuchando. Lo que pasó con él no pasa muy seguido en el arte en general. Cuando aparece un artista del tamaño del Flaco, la moda es él mismo; es él quien crea su propio camino, no va atrás de la corriente del momento», definió Diez.
Algo similar destacó Marchi, quien recordó que Spinetta «nunca buscó ser otra cosa que él mismo» y que «no conocía o se negaba a la pose».
«Se dejaba atravesar por las modas, pero cuando esa moda lo atravesaba salía deformada. Creo que el rock argentino tiene mucho tango, pero Luis no fue el primero: ya lo había en Litto Nebbia o en Moris. Pero Spinetta era un tango viviente. Nos llenó de palabras y pensamientos que teníamos que rumiar un largo rato, y eso nos hacía crecer. Hacía música inteligente pero no con la pretensión erudita sino porque le salía así auténticamente», sostuvo el autor de «Ruido de magia».
Al igual que su música, la lírica de Spinetta también era, entre otras cosas, la resultante de lecturas que lo marcaron y que, por momentos, adoptaron un rol clave, como el caso de Antonín Artaud, Carlos Castaneda, Michel Foucault o Carl Gustav Jung, entre otros; una singularidad que sirvió de excusa para que algunos lanzaran la falacia de que se estaba frente a un artista «hermético» que creaba «solo para entendidos».
Al expresarse en torno a este artista, el escritor y periodista Eduardo Berti, quien en 1988 publicó «Crónicas e iluminaciones», un libro en el que el propio Spinetta repasa su camino hasta entonces, fue contundente al remarcar que su obra es «una muestra de cómo tender puentes nada obvios entre la cultura internacional y las tradiciones locales o entre lo popular y lo intelectual».
«Es una invitación a explorar música y palabras con idéntico arrojo, como ya lo habían hecho algunos de los mejores exponentes del tango, salvo que ese arrojo se concentra, en el caso de Luis, en una sola persona», definió.
También Juan Carlos Diez, testigo de noches de asado y charlas con amigos, rechazó de plano cierta imagen alejada de la realidad que se construyó en torno a Spinetta.
«No era un tipo de otro planeta. Era un tipo con un gran talento, una enorme personalidad, familiero, amigo de sus amigos, con mucho sentido del humor. Amante de cosas muy terrenales. Eso no quita que no se enfrascara en una lectura, se apasionara y le diera para escribir una canción, pero esto formaba parte de su personalidad», aclaró.
A diez años de su muerte, es inevitable intentar poner de relieve qué ha perdido nuestra cultura con su ausencia, pero también qué enseñanzas dejó y dónde puede encontrarse su espíritu.
«La obra de Spinetta deja un legado de belleza y sensibilidad, de singularidad y búsqueda permanente. Un legado y un listón muy alto en materia de exigencia artística. Una prueba de que se puede llegar a un público relativamente masivo sin hacer concesiones ni simplificaciones burdas», expresó Berti.
«Pedimos una fuente de belleza y lucidez. Nos perdimos su pensamiento, sus canciones», apuntó Marchi, quien sin embargo añadió que «Spinetta no se murió: se multiplicó».
«Ha dejado una obra tan inmensa en calidad y cantidad. Dejó un caudal de obra tan maravilloso y yo creo que no se aprovecha. Hay que valorarla más. El mundo todavía no descubrió a Spinetta, pero el día que lo haga se va a llevar una sorpresa. Yo creo que hay que ahondar más, investigar más, tenerlo más presente, porque dejó un tesoro para nuestra cultura y no está lo suficientemente abordado y aprovechado como debiera», cerró Diez, quien propuso, con buen tino, «mejor recordar el día de su nacimiento, que tiene mucho más que ver con la personalidad y el sentido que le daba a las cosas».
Un guitarrista autodidacta y original rastreador de melodías con gran sentido rítmico
Aunque de manera unánime se lo suele definir como «el gran poeta del rock argentino», no siempre se hace hincapié en las particulares características de Luis Alberto Spinetta como guitarrista, quien desde la heterodoxia que le confirió el hecho de ser un autodidacta, construyó un estilo personal marcado por su musicalidad y originalidad.
Mientras que en el libro «Crónicas e iluminaciones», de Eduardo Berti, el propio artista contaba que desde chico había desarrollado un método propio que le resultaba sencillo a la hora de sacar canciones; en «Martropía», de Juan Carlos Diez, reconocía que había adquirido conocimientos sustanciales para tocar rock a partir de sus intercambios con su compañero en Almendra Edelmiro Molinari y con Claudio Gabis, de Manal.
«Claudio Gabis fue el primero que me enseñó la escala de blues», había manifestado Spinetta, quien también se refirió al exManal como «un maestro de jazz» para él, al que le «daba mucha bola, escuchaba atentamente y trataba de sacar su sonido».
Para tener una aproximación más acabada de las virtudes de Spinetta como guitarrista, tanto el propio Gabis, como así también Guille Arrom, integrante de la banda del «Flaco» entre 1987 y 1991; y Lito Epumer, integrante de Spinetta Jade en su última etapa, exponen sus pensamientos al respecto.
Claudio Gabis: «No sé cómo aprendió a tocar la guitarra Luis Alberto, pero cuando lo conocí me sorprendió. Dominaba un lenguaje armónico muy rico que incorporaba acordes, secuencias y combinaciones mucho más complicadas que las que se aprendía sacando los temas de Lennon y McCartney, por ejemplo; muy logrados y a veces novedosos para esos tiempos. Quizás ese lenguaje estaba relacionado con el jazz, el bolero y la bossa Nova, o tal vez Luis había escuchado atentamente a Ástor (Piazzolla) y a otros locos que, en diferentes géneros, se aventuraban por caminos creativos no transitados hasta entonces. Es cierto que no fue el primero: Moris, Nebbia y Tanguito -que mucho aprendió de ambos- buscaron e incorporaron a sus composiciones sonidos nuevos que no provenían del beat, el rock o el blues. Lo cierto es que Luis lo llevó a un nivel muy alto. Su forma de tocar la guitarra marcó el rumbo de sus composiciones y también de los arreglos de Almendra. No era un solista -más tarde llego a serlo y fue muy bueno en ello-, dejando todo ese trabajo en manos de Edelmiro (Molinari), otro gigante, pero era un notable guitarrista rítmico y de esa forma confirió un colorido inconfundible a todos sus grupos. Tal como él contó, yo lo introduje en el blues, le enseñé la pentatónica y las técnicas básicas del estiramiento de cuerdas. Más adelante, su contacto con Pappo -a quién admiró sinceramente- le ayudó a conocer más del rock y el blues, palos que poco a poco incorporó a su música, que se volvió más dura y contundente. Algo que vale la pena comentar es que hacia finales de los `80, en un extenso reportaje que le hice para la revista El Musiquero, en su casa paterna de Belgrano, me dijo que había descubierto la eficacia del «modo arpegio» -así lo llamó-, muy usado en esa época por guitarristas como Andy Summers de The Police, que con la ayuda de efectos como el chorus permitían crear hermosas disonancias arpegiando los acordes en lugar de tocar sus notas simultáneamente. Estaba fascinado con ese recurso y lo uso a menudo en sus arreglos que, durante el auge de la fusión, adquirieron una calidad sin igual».
Guille Arrom: «Para mí, la característica más impresionante de Luis es cómo se acompañaba y cantaba; es decir, hacía arreglos de guitarra sumamente hermosos y con cierta complicación y cantaba arriba. Su técnica era autoadquirida y era muy refinada. La manera de armar acordes era absolutamente intuitiva y de oído, buscaba lo que quería que suene y no había técnica que valiera. Rastreaba lo que necesitaba que suene y lo hacía, entonces a veces caía en acordes que eran prácticamente inventados por él. Cuando me pasaba alguna melodía que tenía que tocar, me decía hasta qué dedo de la mano izquierda había que usar y qué arrastres había que hacer para tocarla exactamente; y se notaba que sonaba mucho mejor si lo hacía como él me lo pasaba. Cuando estaba en alguna formación en la que era el único guitarrista, jugaba mucho con los silencios y no le preocupaba si por momentos sonaba vacío porque eso lo incorporaba a su música de manera exquisita; como si fuera el ying y el yang. Además, tenía bajistas que lo soportaban muy bien como, por ejemplo, Marcelo Torres en Los Socios del Desierto, que directamente tocaba acordes. Pero no creo que se destacara más como acompañante o como solista con la guitarra. MI participación en sus producciones era variada. Cuando empecé me pasaba las guitarras que quería que toque y me dejaba alguna libertad para que haga alguna melodía; otras veces me pedía acompañamientos pero no con acordes, sino melódicos, como un contrapunto. A medida que avanzaban nuestras colaboraciones me fue dando rienda suelta para que tocara lo que quisiera y eso yo lo consensuaba con él. Pero siempre ponía en un segundo plano lo que era la técnica y la pirotecnia y ponía todo al servicio de la música y de divertirse tocando, porque la pasaba muy bien».
Lito Epumer: «Tenía la particularidad que tenemos todos los que aprendimos solos a tocar el instrumento, empezando por la originalidad, formas no convencionales para armar acordes. Y era hipercreativo. Al ser autodidacta, tenía esa cosa de libertad, de inocencia, el no encerrarse en preconceptos. Yo creo que él encontraba ahí su espacio donde jugaba con sus reglas. Respecto al armado de acordes, los buscaba. Es como si tuviera una imagen en primer plano, que sería la melodía, y buscaba el telón de fondo para eso. Buscaba ese sonido y hasta no encontrarlo no paraba. Así encontraba cosas maravillosas, por eso siempre digo que no solo era un poeta de la lírica, sino que era también un poeta de la armonía. Él siempre preguntaba, era curioso, no tenía problemas en consultar cómo hacías determinada cosa. Para mí, el aspecto más fuerte que le escuchaba era la rítmica; ahí era tremendo, tenía un swing increíble y era muy natural. Era brillante. En Invisible o Los Socios del Desierto, en donde era solista, tenía un enfoque muy personal, siempre buscando la melodía y siempre con buen sonido. En Jade, yo tenía que buscar los lugares donde no molestara y mi participación tuviera sentido, pero fue muy fácil porque él me dejaba muy libre. Lo difícil no era tocar con él, sino lo previo, que te eligiera; pero una vez que lo hacía, te dejaba libre. Como líder de grupo tomé mucho eso de él, es algo clave. Elijo un músico luego de pensarlo mucho y, cuando está, lo dejo libre. Es la mejor manera que funcione. Luis fue, es y será un genio. No puedo ser muy equilibrado en lo que digo porque lo adoro».
La voz de Spinetta: instrumento de canción
Rupturista, lúdica, elegante, particular, porteña y aterciopelada, son algunos de los rasgos que destacaron Isabel De Sebastián, Nadia Lacher, Lidia Borda, Claudia Puyó y Celsa Mel Gowland, para definir la voz de Luis Alberto Spinetta, que acompañó a varias generaciones y cuyo sonido sigue resonando a través del tiempo.
Isabel de Sebastián, quien fue corista de Luis Alberto Spinetta y como tal participó del disco «Privé» (1986), subrayó acerca de la dimensión como intérprete del artista fallecido hace 10 años que «el tema con la voz de Luis es que él no sólo canta la canción, él es la canción».
«En Spinetta su voz, letras y música, profundamente consustanciadas, tejen una trama originalísima», apuntó De Sebastián acerca de esa faceta en el universo del creador de los grupos Almendra, Invisible, Pescado Rabioso, Spinetta Jade y Los Socios del Desierto.
Celsa Mel Gowland, que tomó parte de esa misma experiencia electrónica de «Privé» pero en los recitales de la gira de presentación del álbum, reveló que «a tal punto Spinetta estaba subsumido en lo que decía en cada concierto y en cada canción que una vez lo escuché hacer el pregón de un vendedor de diarios –’¡¡Extra Extra!!’- al finalizar la frase ‘Hay diarios, en la madrugada/mucha gente por Paso del Rey’ (de la canción ‘Como un perro’)».
La cantante que supo acompañar a Soda Stereo, Fricción, Fito Páez, Fabiana Cantilo y Diego Torres, entre otros, añadió que «tal como decía la gran maestra de canto Lucchía Maranca ‘Primero está la palabra, después el canto’ y en Luis Alberto eso estaba encarnadísimo».
Desde una perspectiva cercana, la intérprete folclórica Nadia Larcher dijo que el compositor y guitarrista «como cantante era elegante en sus formas y con una búsqueda estética en la que se pueden ver sus influencias pero que a la vez genera su propio territorio, el mundo que él mismo llamó Spinettalandia».
«Una estudiosa de la voz dijo que el territorio canta a través de las voces, pero con cantantes como Luis vamos a buscar un territorio con bordes y referencias que no encontramos porque son espacios y tiempos formulados en otros lugares porque la poética, la música y un concepto de lo artístico configuran esa sonoridad», expresó Larcher.
Forjada y desplegada desde el blues y con un largo camino en la escena del rock local, Claudia Puyó consideró al Flaco como a «un cantante tan particular y especial. Era único por su forma de decir las cosas. Maravilloso por el que dice y transmite y sumamente afinado».
Puyó, por su parte, subrayó que el músico como vocalista «era sutil, cantaba notas agudísimas. Por ahí no tenía una voz privilegiada, pero era sumamente expresivo, y escuchando su disco en inglés (por ‘Only Love Can Sustainte’, de 1980) te das cuenta que podía cantar cualquier cosa».
Desde el tango y la canción popular, Lidia Borda reflexionó: Spinetta «rompió, como otros de su generación, con la exigencia del varón de voz grave y proyectada. No era necesario algo así para lo que tenía para ofrecer. Eso que contiene su voz rupturista también se evidencia en sus composiciones, su manera de tocar, de vestir, de vivir».
Borda opinó que la libertad que atraviesa toda la obra spinetteana «invita a observarnos en nuestros propios límites, nos hace desconfiar de los formatos estancos, y nos convoca a reformular nuestra ‘voz’ cotidiana».
En relación al tango que Luis Alberto mamó de su padre cantor, la voz tanguera de Lidia Borda apuntó que «en Spinetta hay preguntas y rebelión en esa voz ‘anti tanguera’, pero que a la vez expresa la porteñidad de muchas generaciones con autenticidad».
«Pienso estas cosas –añadió- mientras escucho en la radio a Roberto Goyeneche cantando ‘Desencuentro’. Y justamente encuentro tantos puntos de contacto entre estos dos cantantes porteños. Voy a decir una obviedad quizás: no hace falta una voz grande para ser un artista de la voz, solo hace falta tener un ‘alma de diamante'».
La ligazón con el «Polaco» también apareció en el apunte de Mel Gowland quien sostuvo que «aunque Spinetta parezca tan lejano a un Goyeneche, al igual que él, nunca estuvo preocupado por el sonido de su voz, sino por el texto que expresaba en su poética infinita».
Acerca de esa identidad porteña presente en su voz y su música, la cantante catamarqueña Nadia Larcher expresó que «este intérprete y performer que reconocemos en Spinetta tiene que ver con la vertiente del tango. Hay performance y hay elegancia también, cosas que siento que heredó de su padre cantor de tango».
En similar veta, Isabel de Sebastián dijo que el autor de «Cantata de puentes amarillos», «La bengala perdida» y «Seguir viviendo si tu amor», por citar apenas tres de sus canciones, «estuvo formado en su adolescencia en el tango, un género de grandes voces. Pero viró rápidamente a un género propio, porque Luis hacía mucho más que rock. Luis se pasó la vida corriendo los límites de la cancha de este género».
A partir del conocimiento íntimo que tuvo a su lado y su recorrido en la escena musical internacional como parte de Metrópoli y en plan solista, resaltó que «Luis tuvo una voz privilegiada, pero sobre todo, fue un gran artista integral que iba buscando con la voz las palabras que, como él decía, ‘están escondidas en la música y hay que encontrarlas'».
«Él, que era tenor, poseía un extenso rango vocal, y sabía manejarlo con una notable riqueza expresiva. Sus melodías alcanzan agudos que raramente se escuchan en una voz masculina, y se pasean por el famoso ‘pase’ (la zona temida de los cantantes, cuando la voz ‘de pecho’- más cercana a la tesitura hablada- pasa a la ‘voz de cabeza’) con una gracia natural».
Sobre ese aspecto formal de la voz del creador, Celsa puntualizó que «Luis cumplía técnicamente con las reglas físicas de una voz bien colocada, sobre todo en los agudos. La alineación de su cuello y su cuerpo, la dinámica, pero además y sobre todo una expresividad absoluta, un fraseo y una línea de canto admirables».
En ese análisis que va de la técnica a lo sentimental, Isabel retomó la palabra y argumentó que «su voz melodiosa podía, cuando quería, romperse, estallar en esquirlas, como muy pocos lo pueden hacerlo (gritar bien es muy difícil). Podía pasar sin tropiezos del susurro a la ferocidad, de una dulzura aterciopelada a un grito desesperado. Su voz es luminosa, libre, juguetona, desafiante y expansiva, tal como fue Luis Alberto, ese rayo de la cultura argentina que no cesa».
La carga emotiva que porta su inmenso y notable repertorio, es para Puyó «una referencia que siempre me conmovió y escucharlo es emocionante. Por ejemplo ‘Para ir’, de Almendra, es una de mis canciones predilectas y cuando la escuché a mis 12 años y yo no sabía lo que era el amor, sentí y pensé que era eso que Luis cantaba».
Borda retomó aquella impresión sensible y comentó que «cuando era muy chica no me preguntaba por qué Luis cantaba con esa voz pequeña y aguda, aparentemente frágil, solo me dejaba conmover, invadir por esa belleza y allí me iba soñando a esos mundos de infinita preciosura que me proponía desde sus canciones».
La vocalista de Don Olimpio, Proyecto Pato e integrante de Triángula, entre otros proyectos, destacó la lealtad y el compromiso de Spinetta con sus búsquedas, donde la voz no es como una institución en la que uno aprecia el virtuosismo sino como herramienta e instrumento para la búsqueda artística».
«Por eso –insistió Nadia- en Luis escuchamos diferentes tratamientos de la voz a lo largo de sus obras: va de la expresión a la expansión y participando en función de la obra sin ponerse por delante de la propuesta. Es interesante destacar que el ser cantante tiene entre sus manos la multifractalidad de la voz que conlleva la responsabilidad de los silencios, de la palabra, de encarnar la metáfora y todo eso en él es muy claro y evidente».
Por Hernani Natale, Romina Grosso y Sergio Arboleya (Télam)