El 16 de mayo de 1982 se realizó en el estadio de Obras el Festival de la Solidaridad Latinoamericana, para recaudar ropa de abrigo y alimentos para los soldados en Malvinas. Participaron Luis Alberto Spinetta, Nito Mestre, León Gieco, Raúl Porchetto, Charly García, Pappo, Cantilo-Durietz, Ricardo Soulé, Dúo Fantasía, Edelmiro Molinari, Dulces 16, Rubén Rada, Moro-Satragni, Litto Nebbia, Tantor y David Lebón, ante 70.000 personas.
Desde su nacimiento en los años sesenta, cuando Los Gatos pusieron la piedra basal del que se constituiría en uno de los fenómenos de masas de nuestro país, el rock producido en la Argentina debió conformarse con una difusión relativa. Su escenario natural fueron los sótanos, los pequeños teatros, los pubs de vida nocturna u otros lugares minúsculos, habitualmente despreciados por el robusto circuito de la música comercial. El rock no lo era, al menos en aquellos años.
Aunque había ganado bastante terreno, a fuerza de demostrar su poder de convocatoria y su representatividad de grandes sectores de la juventud, sólo en los años setenta comenzó a afianzarse en el mercado. Siempre, claro está, aferrado a ciertos ideales humanitaristas propios de la década anterior; de algún modo, el sentimiento pacifista impulsado por los hippies nunca abandonó al rock, preocupado por hablar a su modo del amor y, la solidaridad. Hubo excepciones, es cierto: más de las que hubieran deseado los ardientes defensores de la música rock, muchos menos de los que suelen imaginar sus detractores más convencidos.
1982 fue un año cargado de contradicciones. A su manera, la Guerra de Malvinas le brindó al movimiento un espaldarazo hasta ese momento impensado. El gobierno del general Galtieri necesitaba infundir ánimos patrióticos en la población y muy especialmente en los jóvenes, muchos de ellos enviados al frente de batalla. No había música más representativa de las nuevas generaciones, ninguna transmitía tanto brío, tanta energía. La experiencia bélica recomendaba esa estrategia: sucedió a menudo en Vietnam que distintos números musicales eran transportados al frente para robustecer el espíritu de los soldados. En esa empresa se embarcaron grandes figuras de la canción norteamericana.
En nuestro país ningún rockero llegó a Malvinas. Simplemente, la música de Charly García, Raúl Porchetto, Miguel Cantilo y Litto Nebbia -por citar sólo a algunos de los activos protagonistas de esos días- comenzó a circular afiebradamente en radios que hasta entonces la habían observado con desprecio, y los sectores de poder comenzaron, si no a aceptarla abiertamente, a prestarle mayor atención, sin escandalizarse.
El efecto de Malvinas acarreó además un fuerte sentimiento pacifista entre los músicos de rock, que aunque sintieron que eran utilizados buscaron aprovechar ese novedoso espacio de difusión. El ejemplo más rotundo de la contradicción que anidaba en la confundida sociedad argentina de 1982 sucedió, cuando en el estadio Obras se realizó un encuentro multitudinario en favor de la paz, en el que intervinieron las figuras más populares de ese momento: David Lebón, Charly García, Nito Mestre, Miguel Cantilo, Pappo, Luis Alberto Spinetta, Raúl Porchetto, Ricardo Soulé, Dulces 16, Alfredo Toth, León Gieco, y muchos otros que se sumaron a esa cadena solidaria.
El concierto fue uno de los primeros que en la década y convocó a un auditorio de 70.000 espectadores, una concurrencia que años después pasó a ser más o menos frecuente. Dato curioso, decisivo y sorprendente: el recital fue transmitido por televisión en directo, algo que no volvería a ocurrir a menudo, al menos en los años posteriores inmediatos.
Por encima de sus sentimientos contrapuestos, el rock aprovechó su ocasión y comenzó su ingreso más bien vertiginoso en el mercado después de una larga marginación.
De algún modo, con esa irrupción en los circuitos comerciales cedió buena parte de su esencia primera y en ocasiones se volvió francamente bastardo y mercantilista, plagado de concesiones impensadas para sus protagonistas de la primera hora.
Declaraciones
Años después, Raúl Porchetto, una de las figuras destacadas del festival, que cantó el anteúltimo tema «Algo de paz», contó lo siguiente:
«En plena guerra se hace el Festival de Solidaridad, que se cierra con ‘Algo de paz’.
A mí, antes de subir, un coronel con una 45 me dice, ‘che Raúl, hoy no es para cantar «Algo de paz», no sé si entendés o quieres que te haga entender’. Yo subí con un miedo bárbaro, pero al final la terminé cantando, y esa imagen dio la vuelta al mundo, 60 mil tipos jóvenes cantando aquella canción. Por eso cuando alguien me dice que el Festival de la Solidaridad fue una colaboración, yo pienso, ‘la ignorancia es atrevida’.
Cuando nos propusieron hacer ese show, la idea principal era cobrar entrada, pero nos opusimos porque no queríamos que, con ese dinero, se comprara ni una sola bala. Así fue que la entrada constó solo de frazadas, chocolates y otros insumos para los soldados.
Cuando supimos que nada de lo que recaudamos llegó a Malvinas no nos sorprendimos, si se habían quedado con tantas vidas, ¿cómo no se iban a quedar con los chocolates?».
En el libro «León Gieco, Crónica de un sueño» de Oscar Finkelstein, publicado en 1994, el cantautor santafesino recordaba, aunque vagamente, aquel show:
«Lo del Festival de la Solidaridad fue un invento de los managers del rock para hacer algo con el tema. Todo el mundo estaba participando pero el rock no quería formar parte del circo que fue lo de la guerra. Hasta que en un momento se decidió que había que aportar, pero no desde el triunfalismo sino desde la paz. Al menos esa era mi posición.
Me llamaron para cantar ‘Sólo le pido a Dios’, un tema que los colimbas cantaban en las Malvinas, y solamente por eso fui. Pero me sentí muy mal, es el único recuerdo que tengo. No me acuerdo de los detalles ni de los otros músicos ni de la gente que fue. Solamente me acuerdo de una sensación horrible y de los pibes de 18 años.
Por lo demás, siempre me importó un carajo el tema del nacionalismo planteado en estos términos o la preocupación por dos islitas de mierda perdidas en el mar. Lo único en lo que pensaba mientras cantaba ‘Sólo le pido a Dios’ era en los pibes que estaban pasando hambre y frío sin posibilidades de hacer nada.
Cuando terminó la guerra y supe que la comida no les llegaba, que los torturaron por robar un poco de comida o que los chocolates que la gente donaba en Buenos Aires aparecían en kioscos de Rosario confirmé todo lo que sospeché en ese momento.
Me di cuenta que los militares argentinos no sirven para nada, ni siquiera para la guerra. Y que la única vez que consiguieron un triunfo, por así decirlo, fue cuando torturaron y mataron a los indefensos, a los que no tenían más armas que la palabra o las ideas: los desaparecidos».
Tiempo después, Charly García también justificó su presencia:
«A mí no me copaba ni medio ir a ese festival. Pero es como cuando tenés un amigo enfermo: aunque no te guste el hospital tenés que ir. Porque pese a todo el bullshit, los pibes que estaban peleando eran reales y bien podría haber sido uno mismo. Estar en ese festival era una forma de hacerles el aguante a ellos y no a los milicos. Había que estar».