José Alberto Iglesias, conocido popularmente como Tanguito, el primer y más grande mito que dio el rock argentino, por su aporte en los principios del movimiento local de simples y bellas canciones, y por las anécdotas que dan cuenta de un estilo de vida marginal y autodestructivo que derivó en una prematura y anunciada trágica muerte, cumpliría 75 años este miércoles 16 de septiembre.
Creador de clásicos como «Amor de primavera», «La balsa», «La princesa dorada» y «Natural», entre otros, gran parte de ellos en coautoría con otros artistas, la leyenda de Tanguito tomó más fuerza con el paso de los años por los escasos registros sonoros, producto de su caótico andar.
Precisamente, esas grabaciones son el fiel espejo de la ausencia total de disciplina musical, pero a la vez dan cuenta de la honestidad de sus interpretaciones y la belleza poética que podía surgir cuando era atravesado por la inspiración.
No es casualidad que las canciones más famosas de este artista hayan tomado forma definitiva en la voz de otros colegas, como el ilustre caso de «La balsa», que encontró su rumbo cuando Litto Nebbia echó mano a una rudimentaria idea de Tanguito para convertirla en una composición acabada; o de «Amor de primavera», más reconocida por las distintas versiones realizadas por Luis Alberto Spinetta que por la registrada por su propio autor.
Sin embargo, la evocación de su figura por parte de quienes lo conocieron suele recaer en su personalidad, con anécdotas que sintetizan la transformación que fue sufriendo por su excesivo consumo de drogas, desde un simpático personaje con destellos de talento a un hombre al que todos evitaban por conducirlos a situaciones absurdas y riesgosas.
Esto motivó que Tanguito, quien también podía hacerse llamar Ramsés VII o Donovan el Protestón, entro otros apelativos, se convirtiera en un perseguido por las autoridades policiales, en un derrotero que hizo que sus últimos años los transcurriera entre la cárcel y las internaciones en neuropsiquiátricos, en donde los tratamientos con electroshock y choques de insulina redujeron al máximo sus capacidades motrices y psíquicas hasta conducirlo a la muerte.
Nacido en un humilde hogar de la localidad bonaerense de Caseros, hijo de un vendedor ambulante y una empleada doméstica, Tanguito se inclinó por la música desde adolescente, cuando se incorporó como cantante al grupo Los Dukes, que en 1963 lanzó un simple con «Decí por qué no querés», de Palito Ortega, y una composición propia llamada «Mi Pancha».
Tras varios discos más, la banda llegó a compartir escenarios con Sandro y Los de Fuego y Los Bobby Cats, que contaba con Billy Bond como cantante, entre otros grupos que intentaban copiar los sonidos de los primeros clásicos del rock and roll mundial.
Allí comenzó a tomar contacto con muchas figuras que formarían parte de la primera camada del rock argentino, con un bautismo de fuego en el mítico festival «Aquí, allá y en todas partes», organizado en 1966 por Miguel Grinberg, y una participación relevante en la legendaria primera convocatoria hippie en el Día de la Primavera de 1966, en Plaza San Martín, convocada por Pipo Lernoud y Mario Rabey.
Desde entonces, Tanguito comenzó a frecuentar espacios como La Cueva y la Perla de Once, reductos en donde se reunían muchas de las figuras iniciáticas del rock argentino y el joven movimiento cultural, cuyos integrantes se autodenominaban «náufragos».
Así comenzaron a surgir composiciones como «Amor de primavera», con letra de Hernán Pujó; «La princesa dorada», coescrita con Pipo Lernoud; «El hombre restante», junto a su gran amigo e impulsor Javier Martínez; y, especialmente, «La balsa», primer gran hit del rock en castellano, cuya idea disparadora apareció en el baño de La Perla y fue tomada y trabajada hasta darle forma definitiva por Litto Nebbia.
Pero el personaje simpático, de buen corazón y talentoso comenzó a perderse en los excesos de las drogas duras, lo que lo fue apartando de gran parte de los músicos que intentaban concentrarse en el plano creativo, con alguna excepción, como el caso de Javier Martínez, quien impulsó la grabación de su único larga duración en los estudios TNT, o Spinetta, quien lo cobijaba en su casa familiar del Bajo Belgrano a pesar del riesgo que eso suponía.
Como ejemplo, cabe recordar las anécdotas relatadas por el propio «Flaco», como aquella en la que se encerró en el baño para inyectarse anfetaminas y fue descubierto por la mamá del entonces líder de Almendra, lo que provocó un escándalo; o cuando invadía su casa con otros personajes marginales e intentaba robarle discos.
La espiral descendente en la que se sumergió Tanguito, en la que su figura artística se perdió de manera definitiva, provocó una desmedida persecución policial, con permanentes entradas a comisarías e, incluso, una reclusión en la Cárcel de Devoto, y derivaciones al Hospital Borda, en donde fue sometido a tratamientos que terminaron de minar su salud.
Ya sin pertenencias -en su errático andar había perdido su guitarra y sus discos, entre otras cosas-, con su carrera artística acabada y con el alejamiento de sus colegas, hartos de su conducta, Tanguito murió arrollado por un tren, en la zona de Puente Pacífico, el 19 de mayo de 1972, al fugarse del Borda e intentar llegar a su casa en Caseros.
Mientras algunas versiones hablan de un accidente, otras afirman que se trató de un suicidio e, incluso, hasta se hace referencia a una mano que lo empujó a las vías, aunque no existen pruebas al respecto.
Al momento de su muerte, Tanguito estaba a pocos meses de cumplir 27 años, la edad fatídica para los rockeros, de acuerdo a una leyenda con varios ejemplos que le dan crédito.
La figura del mito del rock local tuvo su apogeo en 1993 con la aparición de la película «Tango Feroz», de Marcelo Piñeyro, un impresionante éxito comercial que, más allá de polémicas, reavivó el interés de toda una nueva camada de jóvenes por los inicios del rock argentino.
El talento desplegado de manera desordenada y en cuentagotas, la trágica historia llena de excesos que roza la marginalidad y lecturas posteriores en torno a su vida y obra aportaron los ingredientes para que el primer y más grande mito del rock local tuviera nombre propio.
Texto: Hernani Natale