Hace 80 años nacía en Minesota, Estados Unidos, Robert Allen Zimmerman, el hombre que bajo la identidad de Bob Dylan revolucionó la cultura popular contemporánea a fuerza de canciones con brillantes letras que abrieron mundos para generaciones enteras, mensajes que cambiaron para siempre la cosmovisión del devenir histórico y músicas que sintetizaron una amplia paleta sonora.
Bob Dylan escribió clásicos del cancionero popular como «Blowin’ in the Wind», «Like a Rolling Stone», «Mr. Tambourine Man», «Subterranean Homesick Blues», «Highway 61», «Lay, Lady, Lay», «Knockin’ on Heaven’s Door» y «Tangled Up In Blue», por mencionar apenas unas pocas de sus cientos de composiciones.
Y editó discos fundamentales como «The Freewhelin’ Bob Dylan», «Bringing It All Back Home», «Highway 61», «Blonde On Blonde», «Blood On The Tracks», «Love and Theft» y «Modern Times», entre tantos.
Desde su fulgurante irrupción en escena en 1962 -tras su mítica migración a Nueva York en su afán de conocer a su ídolo Woody Guthrie– como un trovador folk con poéticas líricas de protesta, el artista fue erigido como el portador de un mensaje llamado a cambiar la cultura joven en los Estados Unidos y proyectar esa revolución al resto del mundo, con la coincidente e involuntaria asociación de Los Beatles desde el Reino Unido.
«El mensaje básico de Dylan y lo que nos impactó desde el principio fue la libertad. Eso acompañaba lo antibelicista y era lo que lo diferenciaba de todos sus compañeros folk de protesta, pero eso era muy esquemático. De repente aparece Dylan y dice en una canción: ‘Yo no quiero ser lo que vos querés que sea y no quiero que vos seas como yo pretendo'», expresó a la agencia Télam el poeta y periodista Pipo Lernoud, organizador en 1967 del primer «encuentro hippie» en nuestro país.
La profusa obra de Dylan a lo largo de 60 años de trayectoria lo proyectó como el letrista más revolucionario en la historia de la música, un reconocimiento que a nivel galardones tuvo su pico máximo en 2016 con el Premio Nobel de Literatura.
«Creo que al rock le llevó un tiempo dejar de ser solo un baile entretenido, un género muy físico de movimiento de caderas y pelvis, y convertirse también en formas de protesta, de poesía social o existenciales. Ahí Dylan es muy importante en esa generación que transforma el rock del baile y el erotismo en una expresión profunda de una poesía que concentra los espíritus de la época», advirtió el escritor Juan Diego Incardona.
Sin embargo, este rango profético que se le ha dado a las líricas de Dylan parecieran haber conspirado contra la correcta apreciación de su música, un material que a lo largo de su obra sintetizó y reinterpretó diversos estilos, entre los que se visualizan el rock clásico, el blues, el folk, el country y el cancionero standard americano.
«El hecho de considerarlo fundamentalmente un letrista es uno de los malentendidos fundamentales y proviene de gente que no conoce la obra de Dylan. Es uno de los mejores compositores de todas las épocas. En ese sentido, que las canciones de Dylan sean grandes canciones significan que tienen una gran letra, una gran melodía, una gran progresión de acordes», apuntó el periodista y músico Claudio Kleiman.
Lo cierto es que la canción de Dylan desde hace seis décadas interpela al público a través de la belleza, de lo revelador de su mensaje pero, fundamentalmente, a través del desconcierto que disfruta provocar en sus seguidores con bruscos saltos hacia la dirección contraria en la que eventualmente se lo cataloga.
Omnipresente en la cultura popular a pesar de su carácter escurridizo, de aspecto hosco, huraño, con un ácido sentido del humor que utilizó para despistar -tal como lo demostró en sus documentales asociado con Martin Scorsese-, iconoclasta, errante y profeta, son apenas algunas de las características que pueden encontrarse en la compleja personalidad de Dylan.
Su primer gran mensaje, la idea de liberación de los mandatos paternos, fue uno de los que más fuerte pegó en sus pares generacionales, remarcó Pipo Lernoud, quien recordó un pasaje de la canción «The Times They Are A-Changin'» que dice «Padres y madres, no traten de manejar a sus hijos que no los pueden entender, porque los tiempos están cambiando».
«Eso lo tomamos a pecho. ‘Somos libres, hagamos lo que queramos. Ese fue el mensaje cultural. Luego estaba el mensaje político, antiguerrero, pero ese fue el principal mensaje cultural que apoyamos y nos dio un impulso», puntualizó el poeta y periodista.
«Cuando Dylan pasa de su etapa folk a la eléctrica, donde las letras tenían un lugar más pausado, de pronto mantiene esa riqueza poética de manera muy sólida. Creo que ahí radica su originalidad», analizó, por su parte, Incardona.
«Dylan tiene un punto donde la interioridad y la exterioridad se mezclan constantemente. Es decir, hay sensorialidad, aparecen las emociones del amor y de un yo que construye una voz, pero de inmediato se materializa en elementos urbanos, situaciones. Hay un constante ir de lo exterior a la interior, y viceversa. Y también es muy narrativo, no es tan críptico», amplió el escritor.
Pero la riqueza lírica que Dylan trajo a la cultura pop no debe tapar el legado musical que se desprende de su trayectoria, en la que «no dejó nada sin probar de los ingredientes que tiene a su mano un compositor de música popular», focalizó Claudio Kleiman.
«Hay una cuestión de aprendizaje medio obsesivo de absorber todos los estilos. Bob Dylan está cerca de la sabiduría ancestral. Está más de cerca de Leda Valladares o de Leabelly, para hacer un paralelo. Eso es como medio intransmisible», remarcó.
Más allá de lo que se pueda decir sobre su persona, el hombre que alguna vez cantó «era más viejo entonces, ahora soy más joven», y que este lunes 24 de mayo cumple 80, fue una vez más quien dio las pistas más precisas para seguir su huella cuando confesó ante Scorsese: «Me fui de mi casa muy chico buscando mi hogar. Todavía lo estoy buscando».
Un modelo para armar en constante construcción
Nació en Minesota en el seno de una familia judía. Abandonó su casa y viajó a Nueva York para conocer a su héroe musical Woody Guthrie en su lecho de muerte. Cantó en el Memorial de Washington el día que Martín Luther King pronunció el famoso discurso conocido por la frase «tengo un sueño».
Lo consagraron como la voz de una generación. Se convirtió en el niño mimado de la escena folk y country. Se electrificó. Abrazó el rock y el blues. Lo tildaron de Judas. Se calzó el traje de rockstar. Cambió para siempre la manera de escribir en la música pop. Se intoxicó de drogas lisérgicas, escribió poemas surrealistas. Desapareció de la vida pública tras un extraño y mítico accidente en moto.
Reapareció en épocas de festivales, en pleno verano hippie, aunque más cercano a sus raíces que subido a la nueva moda. Recobró protagonismo a mediados de los 70 en una recordada gira de tintes circenses que es narrada en un documental de Martin Scorsese. Se convirtió al cristianismo. Transitó los 80 en la misma intrascendencia artística que casi todos sus compañeros de época.
Cambió su identidad juntó a otras leyendas musicales para conformar The Traveling Willburys, en una prueba de su jocoso espíritu. Regresó a los primeros planos sobre finales de esa década de la mano de nuevos sonidos y alusiones en sus letras a los tiempos políticos que corrían. Cantó para el Papa Juan Pablo II. Elaboró una serie de discos a la altura de los mejores de su carrera entre el final de los 90 y los primeros años de este siglo.
Se asoció a Scorsese para contar su vida. Como no podía con su genio, aportó un montón de datos falsos que confundieron a los fans. Fue reconocido en los ámbitos académicos con distinciones en distintas disciplinas, entre las que destacan el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, un honorífico Premio Pulitzer y el Premio Nobel de Literatura.
Sin embargo, desde sus primeros años cultivó la admiración de pares como John Lennon, David Bowie, Lou Reed y Bono, entre otros. En plena pandemia conmovió al mundo con un formidable nuevo disco y canciones en donde elabora una aguda mirada a la historia contemporánea y reflexiona en torno a la vejez. Es Bob Dylan. El inabordable mito que aún sigue en construcción.
Cuatro visitas a la Argentina, un viaje en taxi y un choque de planetas con los Stones
Bob Dylan visitó cuatro veces nuestro país y aunque en cada ocasión dejó un sello imborrable en cada uno de los espectadores, sin dudas fue su segunda incursión en Argentina, en 1998, cuando compartió escenario con Los Rolling Stones, la que dejó la mayor cantidad de anécdotas.
Sorpresivamente, en la últimas de las cinco fechas previstas en el estadio de River Plate para «Sus Majestades Satánicas», se anunció que Bob Dylan se sumaría como número de apertura, lo que agregó un ingrediente extra a los ya de por sí excitantes días de finales de marzo y principios de abril de 1998.
En aquellos años, la banda comandada por Mick Jagger y Keith Richards incluía su versión de «Like a Rolling Stone» en su repertorio y Buenos Aires no sería la excepción, con lo cual no era descabellado imaginar un momento compartido entre las dos grandes leyendas de la música.
Finalmente, el 4 y 5 de abril se produjo el esperado encuentro que convirtió a los argentinos en verdaderos privilegiados si se tiene en cuenta que las colaboraciones en vivo entre Dylan y los Stones no superan la media docena de veces en su larga historia.
Antes de los shows, el artista estadounidense dejó una muestra distintiva de su carácter cuando al llegar al aeropuerto de Ezeiza unos minutos antes de lo previsto, y ante la consecuente demora en la llegada del vehículo oficial de la productora que lo trasladaría al hotel, decidió tomarse un taxi por su cuenta, al que solo le indicó el lugar en donde se alojaría.
El chofer se enteró que había llevado en su auto a Bob Dylan cuando los periodistas lo abordaron para preguntarle sobre el comportamiento durante el viaje de su ilustre pasajero.
El músico había tenido su debut en nuestro país en 1991 con tres noches, el 8, 9 y 10 de agosto en el estadio Obras Sanitarias y recién volvería tras su paso con los Stones en 2008, cuando en la cancha de Vélez, en el Hipódromo de Rosario y en el Orfeo Superdomo de Córdoba presentó su disco «Modern Times».
En aquellas ocasiones, Dylan mostró su nueva faceta en escena como tecladista y con el recurso de mezclar músicas de sus canciones con letras de otras, algo que repetiría en 2012 cuando actuó por última vez en Argentina durante cuatro noches de abril en el porteño Teatro Gran Rex
Dylan y Los Beatles: esos dos edificios dorados de la cultura popular
El 28 de agosto de 1964 Bob Dylan y Los Beatles se vieron por primera vez las caras en un encuentro que en el corto plazo iba a provocar que el cantautor estadounidense virara su estilo hacia un sonido rockero eléctrico, y que el cuarteto de Liverpool revisara su manera de escribir letras y dejara de lado las historias superfluas de amores adolescentes para centrarse en cuestiones más profundas relacionadas con el espíritu y las cuestiones sociales.
A pesar de las numerosas anécdotas en torno a lo ocurrido esa noche en el Hotel Delmónico de Nueva York, adonde se dirigió Dylan para conocer al grupo que realizaba una gira por su país, lo contundente es que el interés despertado entre ellos generó una influencia mutua que elevó varios escalones a la música pop, que por entonces ya había sido enriquecida por los aportes individuales de ambos artistas.
Si hasta el momento el músico de Minesota había sido considerado la nueva sensación de la música folk y «la voz de una generación» por su profundo mensaje, el impacto de la música beat a nivel mundial que estaban generando Los Beatles lo llevaron a experimentar con una banda eléctrica, con la que escribió algunas de sus páginas más gloriosas, aunque también le valieron duras críticas de los sectores musicales más conservadores.
Por su parte, Los Beatles, pero en especial John Lennon, sintió una irresistible atracción por el arte de Dylan, al punto que comenzó a componer letras con miradas introspectivas y reflexiones filosóficas, como el caso de «You´ve Got To Hide Your Love Away» o «Girl», entre otras.
Desde aquella noche en la que se afirma que el cantautor estadounidense inició a Los Beatles en el hábito de consumir marihuana –hasta entonces los de Liverpool solo contaban con un largo historial de alcohol y anfetaminas-, las relaciones entre ambas partes tomaron diferentes rumbos según los protagonistas.
Por ejemplo, Dylan y Lennon se manifestaron a lo largo de sus vidas un respeto mutuo, cada uno mantuvo la atención en lo que hacía el otro y cada uno de sus encuentros fue atravesado por el recelo y la tensión. «No hace falta oír lo que dice Dylan, lo importante es cómo lo dice. Lo veo como un poeta o un competidor. No estoy antes o después que él pero sé apreciar a un artista y si él usa medias verdes, probablemente me ponga medias verdes una temporada», dijo Lennon en 1971 a la revista Rolling Stone.
Con George Harrison trabó una profunda amistad, tal vez alimentada por el ácido sentido del humor compartido, al punto que Dylan accedió a actuar en el concierto benéfico para Bangladesh de 1971 organizado por el exbeatle, a pesar de que no realizaba shows en vivo desde hacía mucho tiempo; grabó canciones de su autoría y compartieron proyecto en los 80 en The Traveling Wilburys, junto a Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne.
También es amistosa la relación con Ringo, en tanto que un poco más distante con Paul McCartney, con quien apenas hubo una vaga manifestación pública de deseos de hacer un disco conjunto hace algunos pocos años atrás, que no prosperó.
«El mensaje de Dylan y de Los Beatles se complementaban perfectamente, pero Los Beatles representaban a Londres y estaban más sujetos a la moda. Dylan era otra cosa», advirtió Pipo Lernoud.
«Dylan no era Carnaby Street, era más de la calle, de la gente, no seguía modas. Su mensaje era vivir libremente, vestirse como uno quisiera, pensar lo que uno quisiera. También tuvo su momento de vestirse a la moda, pero lo hizo a su manera, sin copiar a nadie», acotó.
En tanto, Claudio Kleiman consideró que el catálogo musical de Dylan y de Los Beatles «no tienen rivales dentro de la música popular», aunque vislumbró mayor mérito en el estadounidense «por tratarse de una sola persona, contra la suma de cuatro talentos».
«Cuando alguien pregunta si una canción puede cambiar el mundo, yo creo que los ejemplos más cercanos que podés poner para apoyar esa respuesta afirmativa son Dylan y Los Beatles. Son tipos que cambiaron al mundo, cambiaron la mente de generaciones enteras. Si eso no es cambiar el mundo, entonces no sé», concluyó.
Dylan y Baez: el amor es solo una palabra de cuatro letras
Los nombres de Bob Dylan y Joan Baez han permanecido inexorablemente asociados desde los primeros años de la década del 60 a partir de un estrecho vínculo atravesado en diversos momentos por la colaboración y protección artística; la complicidad política y el romance.
La cercana relación, que en los inicios de sus carreras operó como una perfecta simbiosis que se alteró con los años, se prolongó hasta un público encuentro a mediados de los 70 en el que salieron a la luz viejos celos y rencores.
Ambos músicos se conocieron en 1961 cuando Baez ya era considerada la nueva «reina del folk» y Dylan buscaba abrirse camino en la escena con la bendición de su admirado Woody Guthrie.
Fue Baez quien presentó a Dylan en el tradicional Festival de Folk de Newport -en donde conocería la gloria y la más estrepitosa silbatina cuando viró hacia el rock y el blues-, y quien lo llevó a participar de la Marcha de Washington que culminó con el famoso discurso de Martin Luther King.
En esa época, la cantautora grabó varias composiciones de Dylan, entre ellas «Love Is Just a Four Letter Word». En «No Direction Home», el documental de Martin Scorsese, el propio músico recuerda con humor como un día que escuchó la canción en la radio colmó de elogios a Baez, porque había olvidado que se trataba de un tema de su propia autoría.
La perfecta armonía entre ambos comenzó a romperse cuando Dylan se volcó al rock eléctrico y abandonó la música de protesta, algo que junto a la vida de rockstar con los consabidos excesos que llevaba adelante, provocó el alejamiento de Baez.
Claro que además en aquellos años Dylan mantuvo romances con otras mujeres, entre las que sobresalen Suzy Rotolo, modelo que aparecía en la portada del disco «The Freewheelin’ Bob Dylan»; y Sara Lownds, con quien se casó en 1965 y tuvo cuatro hijos.
Los caminos de Dylan y Baez volvieron a cruzarse en 1975 cuando la artista se sumó a The Rolling Thunder Revue, la gira que devolvió al músico a la ruta, narrada en el último documental realizado por Martin Scorsese.
Previamente, Baez le había dedicado varias canciones a su antiguo compañero, una de ellas llamada «To Bobby», en 1972, en la que lo insta a que retome el activismo político abandonado en los primeros años de su carrera.
En la gira de 1975, los viejos recelos de Baez por el entorno de Dylan volvieron a complicar la relación entre ambos, tal como se puede ver en el filme documental. Sin embargo, allí también se puede comprobar la chispa inalterable que mantenían, tal como se desprende de los infantiles reproches mutuos que se dedican por su fallido romance.
Hace algunos años atrás, cuando se le consultó a Joan Baez por Bob Dylan, fue tan contundente como enigmática: «Él no es un hombre normal».
Dylan y el Nobel: un inesperado romance marcado por la conveniencia y la desconfianza
Aunque su obra fue la gran responsable de que el mundo de las letras y la música pop unieran sus caminos, el reconocimiento a Bob Dylan de la Academia Sueca en 2016 con el Premio Nobel de Literatura generó sensaciones encontradas entre el asombro, la satisfacción, el enojo y la desconfianza en distintos sectores.
Mientras la cultura popular celebraba la aceptación de los ámbitos académicos y el público rockero se llenaba de orgullo por el premio a «uno de los suyos», la opinión en los círculos literarios se dividió entre quienes vislumbraron una «jugada política» de la institución que otorga los premios y quienes sintieron la ofensa de que el prestigioso galardón recayera en manos de un «intruso».
En este último caso, la indignación se hizo escuchar con más fuerza cuando el protagonista, fiel a su estilo de descreer de reconocimientos formales y de actuar de manera enigmática, mantuvo en ascuas a la Academia sobre si aceptaría o no el premio.
Finalmente, en el límite del plazo establecido, el cantautor envió una extensa carta a modo afirmativo, pero se mantuvo en su decisión de no asistir personalmente a recoger el galardón, en una ceremonia en la que finalmente Patti Smith se encargó de entonar la canción «A Hard Rain’s A-Gonna Fall».
Desde entonces, mientras algunos consideran que la Academia otorgó el premio a Dylan como una forma de limpiar su alicaída imagen, otros celebraron la apertura y el reconocimiento a la canción como forma de literatura; en tanto que unos pocos mantuvieron su enojo por considerar que el músico no contaba con las virtudes necesarias para acceder a un galardón que le fue negado a prominentes escritores –Jorge Luis Borges es apenas uno de los tantos casos-.
A la hora de anunciar la distinción, la secretaria permanente de la Academia Sueca Sara Danius justificó la decisión al destacar que Dylan ha «creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción americana» y que «como artista ha sido altamente versátil».
Y si la revolución que provocó este artista en la música popular a nivel lírico no resultaran suficientes ante las reglas que señalan que hay que tener al menos un libro publicado como requisito para acceder a este galardón, la edición de «Tarántula» y de «Crónicas» ofrecen argumentos válidos.
«Dylan era la puerta de entrada a un mundo literario pero desde un lugar antiliterario. En ese sentido, todavía sigue pasando que hay gente de la literatura que no termina de aceptar la importancia de Dylan porque no cumplió los pasos de ir a la universidad, moverse en círculos literarios, publicar libros», explicó Pipo Lernoud.
Sin embargo, remarcó que la música de este artista «tiene como compinches a Allen Ginsberg, Jack Kerouac, William Borroughs y toda la generación beat» pero también alude a la «alta literatura».
«Aparecen Shakespeare, T.S. Elliot y el Dante, pero siempre a través de comentarios jocosos. Y también está demostrado que muchos de los grandes poemas en literatura fueron escritos para ser cantados», justificó Lernoud.
Por su parte, Claudio Kleiman remarcó la vigencia de Dylan en este sentido al ponderar su reciente composición «Murder Most Foul», en la que con lucidez repasa a su manera los últimos 60 años de la historia contemporánea.
«Es una especie de Borges en canción popular», definió.
Texto: Hernani Natale, Sergio Arboleya / Télam