En la década del 60 se creó la rivalidad entre Los Beatles y los Rolling Stones. En realidad nunca fueron rivales, ya que los Beatles nacieron como un cuarteto puro de rock and roll y los Stones tenían sus orígenes en el blues. Pero la lógica promocional de la época había creado ese mito, proponiéndolos como el rostro malvado de los jóvenes y sonrientes Beatles: «¿Dejarías que tu hija saliera con uno de los Rolling Stones?», decía una de las primeras campañas publicitarias de su mentor, el hábil y astuto Andrew Loog Oldham, quien, además, tuvo el mérito de lograr que Mick Jagger y Keith Richards escribieran sus propias canciones.
Todos los grupos que integraron la «invasión británica» a los Estados Unidos de mediados de los 60 tenían en su mente el «sueño americano». Para los Stones, además, era la oportunidad de buscar las fuentes del blues de las que bebieron en su juventud, y para eso tuvieron que pasar por dos maravillosos discos: «Beggars Banquet» (1968) y «Let it Bleed» (1969). Maravillosos, sí, pero no tan descaradamente estadounidenses, tan visceralmente rocanroleros y, si se quiere, transicionales.
Tras la muerte de Brian Jones -quien de todos modos ya había sido echado de la banda-, el grupo contrató al exniño prodigio de John Mayall, Mick Taylor. Los Stones estaban listos para dar el gran paso. Un aporte fundamental fue también la amistad desarrollada con Gram Parsons, un artista del sur de los Estados Unidos y profundo conocedor de la música country, quien al mudarse a Los Ángeles se convirtió al hippismo y se volcó a las drogas. Nada mejor para llevarse bien con Richards, tanto que «Wild Horses» habría sido escrita con su aporte no reconocido. No sería tan extraño, considerando que Marianne Faithfull -en ese entonces pareja de Jagger-, coescribió la letra de «Sister Morphine» pero recién fue reconocida oficialmente más de treinta años después. Para Parsons fue peor: murió de una sobredosis dos años después del lanzamiento de «Sticky Fingers». Pero incluso el espléndido «Moonlight Mile», que era solo un boceto, fue completado, sin reconocimiento, por Mick Taylor.
Pero además de la música, los Stones se quitan en este disco todas las máscaras, si es que todavía tenían alguna, mostrando su verdadero rostro: sexo, drogas y rock ‘n’ roll. Esto puede apreciarse desde la histórica portada, obra del rey del pop-art Andy Warhol: una fotografía de unos jeans apretados con un bulto claro en la zona genital y un cierre real, que al abrirlo dejaba ver la ropa interior de una modelo. No se trató de Mick Jagger, sino de un actor de la Factoría de Warhol, Joe D’Alessandro. El escándalo y la polémica -pero también el hecho de que el cierre terminara arruinando el vinilo-, llevó casi de inmediato a reeditar el disco sin el cierre real.
Esa no fue la única provocación fuerte y escandalosa que haría historia.
En «Sticky Fingers» -que significa «dedos pegajosos»-, la banda se metía con sonidos crudos, sucios, distorsionados, con letras depravadas, llenas de alusiones al sexo y, sobre todo, las drogas. Y si «Brown Sugar» habla de un esclavo negro vendido en el mercado de Nueva Orléans y que es sometido a violación y violencia sexual, el «azúcar moreno» también puede referirse a un tipo de heroína.
Los Stones nunca habían sonado tan brutalmente descarados ni lo volverían a hacer, pero también tan brutalmente honestos como para confesar la desesperación de estar en el mundo de las drogas del que, al menos uno de ellos, era parte estable. Marianne Faithfull pronto también caería en él, después de ser abandonada por Mick Jagger. «Bitch» fue escrita para ella -aunque Jagger haya dicho que está inspirada en los «amantes de los perros»-. Fue lanzada como primer single, aunque no consiguió difusión en las radios por el título tan explícito y por la polémica de las feministas. Algo que a los Stones les importaba poco y nada.
Grabado inicialmente en el corazón de la música negra estadounidense, en los estudios Muscle Shoals de Alabama, el disco pasa indistintamente del blues al funky, del R&B al country y al soul, tocado como si no hubiera un mañana, gracias también a la contribución de un fantástico puñado de músicos que se sumergen a la perfección en el ambiente: Bobby Keys en el saxo; Ry Cooder en la guitarra slide; Jim Dickinson, Jack Nietzsche, Ian Stewart y Nicky Hopkins en el piano y Billy Preston en el órgano.
Imposible decir cuál es la mejor canción. Ciertamente, los más de ocho minutos de «Can’t You Listen Me Knockin'», que comienza como un funky rock devastador con un riff de Keith Richards en un staccato tan brutal que los Sex Pistols nunca se acercarían a tocar con esa intensidad y luego se abre a la influencia de Santana. Ritmos de percusión latinos, con la intervención de free jazz de Bobby Keys en el saxo y luego con un espectacular solo de Mick Taylor (que domina a lo largo y ancho también en «Sway») o la dolorosa tristeza de la hermosa balada acústica «Wild Horses» -la preferida de Jagger-, introducida por un entrelazamiento de cuerdas acústicas de pura belleza. Pero también destacan el tono country de «Dead Flowers» o el soul cósmico de «Moonlight Mile» -arreglada y orquestada por el mismo Paul Buckmaster que estaba detrás de las obras maestras de Elton John, otro inglés que había encontrado su razón de ser en los Estados Unidos-.
Pero el gran éxito del álbum fue «Brown Sugar», una de las mejores canciones: de rock que haya gestado la banda, con excepcionales incursiones de guitarra acústica por parte de Keith Richards y la voz inigualable de Jagger en una letra abiertamente ambigua y polémica. El propio Richards sostiene que Jagger la escribió rápidamente en una pequeña libreta el mismo día de la grabación. «Escribía tan rápido como podía mover su mano. Nunca había visto nada igual. Tenía una de esas libretas amarillas y escribía un verso por página, cuando terminaba un verso pasaba a la siguiente hoja, y cuando tenía tres páginas completas, empezó a cantarla. ¡Fue sorprendente!», indicó el guitarrista en su autobiografía «Life».
Jagger ya había censurado el título de la canción, que originalmente iba a llamarse «Black Pussy». Sin embargo, las temáticas polémicas quedaron en la letra, convirtiéndose en una de las canciones más controvertidas de todos los tiempos. En una entrevista con Rolling Stone en 1995, Jagger admitió que en su letra tal vez había ido un poco lejos: «¡Solo Dios sabe de lo que estoy hablandoen esa canción! Es un revoltijo de todas las cosas desagradables a la vez… No lo pensé en ese momento. Ahora no volvería a escribir nunca esa canción… Porque probablemente me censuraría a mí mismo. Pensaría ‘Oh Dios, No puedo. Tengo que parar, No puedo escribir cosas tan brutales como esas'».
Este es un álbum de Mick Jagger, de la misma manera que «Exile On Main Street» es un disco de Keith Richards. De todos los cantantes de rock de los 60 y 70, Jagger sigue siendo el más difícil de imitar, al menos sin sonar ridículo. Esto se debe en parte al hecho de que a él mismo nunca le importó parecer ridículo, capaz de transformar su arrogancia casi caricaturesca en una forma de arte escénico. La voz de Jagger nunca suena más rica o completa que en este disco (en «Exile…» está casi siempre enterrada, deliberadamente, tras un hábil efecto de sonido).
Pero también es el disco de Mick Taylor, quien nunca apareció en un estado de gracia como en este trabajo, en el que ocupa cada espacio que deja Keith Richards: «Después de que Mick Taylor se uniera a los Stones se volvieron más bluseros y las cosas se pusieron increíblemente geniales», dijo Andy Jones, quien junto a su hermano Glyn era el ingeniero de sonido.
Efectivamente, este álbum marcó una vuelvas a las raíces de su viejo y característico estilo. El bajista Bill Wyman dijo al respecto en 1971: «Estamos volviendo al público con los blues que nos crearon. ‘Their Satanic Majesties Request’ (1967) fue demasiado avanzado y atemorizó mucho a nuestros fans».
«No hay duda que este es un long play bien logrado y de extraordinaria factura, pero abre ciertas incógnicas sobre el futuro de los Rolling Stones», dijo la revista Pelo en su crítica de mayo de 1971. «Si bien hay una mayor virtuosidad en la interpretación, especialmente por la introducción de Mick Taylor al conjunto, existe una regresión hacia las viejas creaciones del grupo, sin dar paso a un progreso creativo».
Así y todo, «Sticky Fingers» -publicado el 23 de abril de 1971- llegó en un momento en el que, al menos en los discos, a los Rolling Stones les estaba yendo particularmente bien. Este álbum podría considerarse razonablemente su pico creativo. Se los ha denominado «la banda de rock ‘n’ roll más grande del mundo» durante demasiado tiempo, pero si hay que aplicar es definición en algún momento de su carrera en particular, seguramente sería en este.
Texto: Rodolfo Poli / Especial para CRock.com.ar