Genial, polémico, lúcido y, en muchos pasajes de su trayectoria, adelantado a su época, Charly García, el hombre de oído absoluto que siempre supo reinventarse, marcó la historia del rock argentino y devino en un pilar de la cultura nacional a partir de una obra rica e influyente, este sábado cumple 70 años.
Charly trasladó al plano local la figura del «rockstar», con algunos escándalos públicos incluidos, y su sensibilidad musical lo llevó a crear un estilo único que le permitió atravesar diferentes etapas –que van desde el rock progresivo al rock sinfónico, las influencias de la new wave y el uso de máquinas, el folk y sus conocimientos de la música clásica volcados a la canción-, sin perder la identidad.
Ya sea al frente de populares bandas como Sui Generis, La Máquina de Hacer Pájaros y Serú Girán, o en su brillante etapa solista, sostuvo esta actitud con una obra capaz de conciliar alta calidad y popularidad.
Muchas de sus canciones se erigieron en clásicas bandas de sonido de distintos momentos de la historia reciente, tal como ocurre con «Aprendizaje», «Canción para mi muerte», «Películas», «Peperina», «No llores por mí, Argentina», «Los Dinosaurios», «No bombardeen Buenos Aires», «No me dejan salir», «Demoliendo hoteles», «No voy en tren» y «Filosofía barata y zapatos de goma», entre tantos otros.
También registró una versión del «Himno Nacional Argentino», en 1990, que desató polémica pero, con el paso del tiempo, se convirtió en número puesto en muchos actos institucionales.
Nacido el 23 de octubre de 1951 en una familia de buen pasar económico en el barrio porteño de Caballito bajo el nombre de Carlos Alberto García Moreno, inició sus estudios musicales a los cuatro años en el Conservatorio Thibaud Piazzini, donde recibió una rigurosa educación artística que le permitió aprender a tocar de manera prematura obras de Bach, Mozart y Chopin, entre otros clásicos.
Su vida cambiaría, según sus propias palabras, cuando descubrió la música de The Beatles, la banda de la que dijo que «había inventado la juventud», y decidió darle rienda suelta a su reprimido impulso de componer música.
Con Nito Mestre, su compañero de la secundaria Dámaso Centeno, formó Sui Generis, donde desplegó, hasta su separación en 1975 con entonces inéditos recitales multitudinarios en el estadio Luna Park, una obra viva hasta el día de hoy.
La segunda mitad de los 70 mostró a un García más cercano al rock progresivo, el cual asumió de manera magnífica, uso de Mellotron mediante, en La Máquina de Hacer Pájaros y, más tarde, en Serú Girán, formación en la que también brillaban David Lebón, Oscar Moro y un joven Pedro Aznar.
Este período se caracterizó además por la capacidad de Charly para contar el oscurantismo al que la dictadura cívico-militar había sometido a la Argentina, sobre todo a partir de canciones como «No te dejes desanimar» de La Máquina y «Canción de Alicia en el país», de Serú.
En «Peperina», de 1981, el último disco de estudio de Serú Girán, García anticipó lo que vendría en su etapa solista. Trabajos como «Yendo de la cama al living» y fundamentalmente «Clics Modernos», marcaron el ingreso del rock argentino a la modernidad, con influencias de la new wave y el uso de máquinas.
En 1984, Charly editó «Piano Bar», un disco en donde regresa a un sonido más rockero, sobre todo a partir del recurso de volver a grabar con una banda estable (integrada, entre otros, por un joven Fito Páez). «Demoliendo hoteles», «Cerca de la revolución» y «Raros peinados nuevos» son algunos de los temas destacados de este gran trabajo.
Tras un frustrado proyecto de disco conjunto con Luis Alberto Spinetta del que apenas sobrevivió el icónico «Rezo por vos» y el lanzamiento de «Tango», un disco con Pedro Aznar con una fuerte presencia electrónica, en 1987 editó «Parte de la religión», donde sintetiza su gusto por las innovaciones tecnológicas y la energía de una banda tocando en vivo. Las publicaciones de «Como conseguir chicas» y «Filosofía barata y zapatos de goma, dieron paso al fallido aunque redituable regreso de Serú Girán, hasta que en julio de 1994 grabó «La hija de la lágrima», su séptimo disco de estudio presentado como una ópera-rock que contempló piezas instrumentales, canciones memorables como «Víctima», otras pegadizas como «La sal no sala» y «Chipi-chipi» y un concepto sonoro que marcó el rumbo de lo que vendría.
En medio de una producción caótica y dispar (que incluyó «Estaba en llamas cuando me acosté», un «Unplugged» para la cadena MTV, «Say no more», «El aguante» y dos discos en vivo: «Demasiado ego» y «Charly & Charly» -que registró un recital privado para el entonces presidente Carlos Menem– compartió con su amada amiga Mercedes Sosa el excepcional «Alta fidelidad» (1997).
Tras un recital gratuito compartido, el nuevo siglo lo encontró arrojándose desde el noveno piso de un hotel mendocino a una pileta de natación tras una febril noche, reponiendo la dupla con Nito Mestre (a partir de «Sinfonía para adolescentes») y publicando discos como «Influencia» y «Rock and roll yo», hasta una crisis psiquiátrica y por adicciones de la que fue rescatado por Ramón «Palito» Ortega.
El lento regreso a la actividad incluyó la salida de «Kill Gil», la puesta «Líneas Paralelas (Artificio imposible)» en el Teatro Colón y un nuevo disco, «Random», lanzado en febrero de 2017, además de esporádicos recitales titulados «La Torre de Tesla» en los teatros Coliseo y Gran Rex y el estadio Luna Park que agotaron localidades y funcionaron como postales de una vida artística genial que se celebra y se recrea y a la que le sumará –al menos- un disco más que está prácticamente terminado.
El dueño de un desbordante genio musical que empequeñece toda excentricidad
«Soy zurdo, tengo la mitad del bigote blanco, tengo oído absoluto, me tiro de diez pisos y no me hago nada. Soy un freak«, se autodefinió Charly García en la serie «Bios» dedicada a su figura, en un intento de explicar los motivos por los cuales ocupa el privilegiado sitial de ídolo popular desde hace 50 años.
Es que el artista que este sábado celebra un nuevo cumpleaños forma parte de un selecto grupo, encabezado por Carlos Gardel, Diego Maradona y Juan Domingo Perón, de adoradas figuras cuya relevancia trasciende los límites generacionales y de las actividades en las que se destacaron, y lograron posicionarse como símbolos de nuestra idiosincrasia.
Sin embargo, más allá de su aparente grandilocuencia, la autodefinición dada por el icónico artista en realidad pareciera minimizar, o banalizar, los verdaderos motivos por los cuales resulta una referencia ineludible a la hora de incluirlo entre los fundamentales estandartes de la cultura popular argentina.
Es que Charly García pareciera haber llamado la atención del público en general, en una primera instancia por su llamativo bigote de dos colores; luego, por algunas excentricidades poco vistas hasta entonces en el rock vernáculo, lo cual le valió la atención de la prensa sensacionalista; y en el plano musical, por una aparente espontaneidad interpretativa y una destreza poco común.
Sin embargo, el genio musical de este artista radica en otras características más profundas, producto del desbordante talento que aflora cuando apela a su voz propia, capaz de crear monumentales obras musicales, que además desde el plano lírico son susceptibles de retratar su época. Acaso el análisis de cada uno de los tópicos que él mismo utilizó para autodefinirse pueden ser abordados a modo aclaratorio para demostrar que detrás del espejo hay algo mucho más profundo y sustancial de lo que puede verse.
«Para mí, Charly no es un rockstar porque se tiró de un noveno piso, se bajó los pantalones o rompió un hotel. Me queda corto que se diga que alguien es un rockstar porque es delirante y excéntrico, porque si no cualquiera puede serlo. Charly es un rockstar porque es un sobreviviente, un burlador, una persona tremendamente inteligente, porque tiene una antena que baja lo que tiene que bajar», advirtió ante la consulta de la agencia Télam la prestigiosa periodista especializada Gloria Guerrero.
Y añadió: «Charly es un espejo de este pueblo, exuda talento. Es el que entiende, el que hace, y es uno de los tres mejores músicos del país, de Latinoamérica y, si querés, del mundo. Por estas cosas califica como rockstar, no por cuántas locuras hace».
En tal sentido, la periodista puntualizó que «capta lo que nosotros, pobres pichis, estamos vibrando y lo transforma en una canción que te conmueve hasta los huesos». «Cuando repasás 50 años de este país, Charly está ahí. En las canciones de Charly estamos todos nosotros», sintetizó.
Pero además, Guerrero hizo especial hincapié en la figura del artista como «burlador» y, a la vez, «sobreviviente» de la genocida dictadura militar, a partir de «una inteligencia superior» que le permitió escribir temas como «Canción de Alicia en el país», por citar apenas un ejemplo, en donde desde distintas imágenes poéticas graficó el horror que se estaba viviendo.
«Charly puede hacer lo que quiera porque tiene con qué. Eso es ser una estrella de rock. Sus excentricidades pasan por al lado cuando uno escucha su música. Eso no es lo importante. Lo valioso es cómo sobrevivió, cómo burló a los hijos de puta, el coraje que tuvo y la antena que tiene para ser un espejo de la gente. Es una estrella porque brilla», sentenció.
Seguramente son todas estas cuestiones las que permiten que alguna seña particular fortuita, como el hecho de tener el bigote bicolor, se conviertan en un símbolo que opera muchas veces como metonimia.
Al igual que los icónicos anteojos de John Lennon; el bigote, el sombrero y el bastón de Charles Chaplin; o la cabellera enrulada de Maradona; un gráfico de esta particularidad en el rostro de Charly, tal como aparece en el sobre interno del disco «Yendo de la cama al living», basta para referenciarlo.
Pero, una vez más, es su obra y su impronta lo que permite esta asociación y no a la inversa, como bien lo advirtió a Télam Javier Veraldi, prolífico diseñador de portadas de discos.
«Como ocurre con la lengua de Los Rolling Stones, por ejemplo, yo siento que de alguna manera conocemos esos logos porque son artistas destacados. Es cierto que, a su vez, se retroalimentan con estas imágenes, pero eso no sería posible si no fueran de por sí conocidos por sus obras», explicó.
Precisamente, Veraldi actualmente trabaja en una portada de un ensamble coral que registró versiones de Charly, para lo cual optó por representar el bigote bicolor con parte de sus integrantes vestidos de negro y otra parte, de blanco.
También recreó la tapa de «Clics Modernos» para una versión de la canción «No soy un extraño» realizada por Escalandrum, con una foto de los miembros del grupo apostados contra una pared, a la cual le pintó grafitis similares a los de la recordada portada.
«Las dos tapas apuntan a lo mismo. Ahí está la marca funcionando. No mostramos a Charly pero insinuamos o llegamos a él por el bigote o la famosa portada. Lo que quiero decir es que para que el bigote sea marca tiene que existir Charly, pero no creo que para que Charly sea Charly necesite el bigote. Solo ayuda a sintetizar», completó.
El gran narrador de la historia argentina
Aunque no caben dudas de que toda obra artística, de una manera u otra, es un producto emergente de la realidad socio-política y cultural de su época, no siempre es posible reconstruir la historia de un país a partir exclusivamente de las creaciones de un artista, como ocurre en el caso de Charly García y el devenir del país en los últimos 50 años.
El reconocido periodista especializado Alfredo Rosso suele decir que si en la Argentina ocurriera una quema de libros como en la novela «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury, un análisis de la obra del músico que este sábado cumple 70 años permitiría conocer con exactitud lo ocurrido en esas tierras en las últimas décadas.
Sucede que, ya sea de manera explícita o con giros retóricos, según el nivel de censura oficial que se vivía, Charly García siempre tuvo la capacidad de contar lo que estaba aconteciendo de este lado del mundo y de graficar la idiosincrasia argentina.
A pesar de que esta afirmación pareciera ser un lugar común o una frase hecha producto de subjetividades marcadas por afectos personales compartidos, su revalidación por parte del historiador Felipe Pigna le otorga un estatus académico.
«Charly nos viene contando la historia desde la época de Sui Generis con discos como ‘Pequeñas anécdotas de las instituciones’ o ‘Confesiones de invierno’, en donde hay temas muy explícitamente políticos que hablan de la censura, la mediocridad o situaciones que tienen que ver con lo que estaba pasando. Letras muy comprometidas y muy narrativas de lo que estaba sucediendo», señaló Pigna ante la consulta de Télam.
Precisamente, de esa época datan temas como «Las increíbles aventuras del Señor Tijeras», una pintura de la censura que imperaba en aquellos años; «Botas locas», con su divertida pero feroz crítica al Ejército y al trato que recibían los conscriptos; o «Juan Represión», una evidente descripción de la creciente violencia política.
A modo de ejemplo, Pigna recordó una vivencia personal cuando en septiembre de 1975, con 16 años, asistió al famoso recital «Adiós Sui Generis», en el Luna Park.
«Tuve el honor de estar ahí y cuando se despidieron, todos los que estábamos sentimos que algo estaba terminando y que estaba viniendo algo muy oscuro. Fue una sensación muy rara, una sensación de desazón, de ‘¿ahora qué?’, que era lo que estaba en el aire en esos momentos. Todos sabíamos que se venía algo muy funesto», rememoró.
En este punto, el historiador fue más allá al señalar que en el caso de Charly García, no solo son las letras las que pintan la época, sino también las portadas de los discos, sus actitudes y su música.
En el plano lírico, obviamente recaló en «Canción de Alicia en el país», registrada por Serú Girán en 1980, cuando la dictadura militar llevaba a cabo uno de los mayores genocidios de nuestra historia.
«Es un tema impresionante que habla de nuestra historia, de ‘La Morsa’ (Juan Carlos) Onganía, ‘La Tortuga’ (Arturo) Illia. Habla de lo que hay delante y detrás del espejo, que es todo un símbolo extraordinario. Es una letra que ilustra por sí misma un momento histórico de la Argentina», manifestó.
De la misma manera, se refirió a «Inconsciente colectivo», de 1982, y «Los dinosaurios», de 1983, como «canciones de la vuelta a la democracia».
Pero también hizo hincapié en la portada de «La grasa de las capitales», de 1979, a la que calificó de «extraordinaria, con una enorme ironía, emulando a Gente, que era la revista emblemática de la dictadura en ese momento».
Allí es donde Pigna aclaró que «a un artista como Charly no hay que juzgarlo solamente por sus letras comprometidas, sino por su atención a los momentos musicales y a las situaciones que ocurren al lado de la música».
Esto permite el estudio de expresiones políticas o culturales de cada momento de la historia, de la misma manera en que lo habilitan sus letras.
Probablemente no sea casual que uno de sus mayores momentos creativos se haya dado cuando el país recuperó la democracia y la esperanza se apoderó de los argentinos, tal como advirtió el historiador.
También señaló como un momento clave la grabación de su versión del Himno Nacional Argentino, en 1990, cuando la ilusión de que la democracia por sí sola solucionaría todos los problemas había sucumbido ante la espiral inflacionaria que derivaría en años de neoliberalismo, con el consecuente traspaso a manos privadas del patrimonio nacional.
«Todos esos son momentos altamente interesantes de Charly como hombre que ilustró y le puso banda sonora a nuestras vidas en distintos momentos de la historia», sentenció Pigna.
En definitiva, un vuelo rasante por la trayectoria del genial artista nos habla de un inicio con Sui Generis que plantea la problemática de las diferencias generacionales para luego derivar en la advertencia en torno a la censura y a la creciente violencia política.
La continuación con La Máquina de Hacer Pájaros aludió a los años más oscuros de la dictadura en canciones como «Hipercandombe», «Qué se puede hacer salvo ver películas» y «No te dejes desanimar», entre otras.
Serú Girán con su tema homónimo escrito en un lenguaje inventado nos recordó que no se podían decir públicamente muchas cosas, además de otros casos ya citados como la tapa de «La grasa de las capitales», las letras de «Canción de Alicia en el país» u otras como «Los sobrevivientes» o «No llores por mí, Argentina».
En los primeros años democráticos, Charly también habló de la nueva situación política, pero sin dejar de señalar la mediocridad del medio pelo argentino en canciones como «Bancate ese defecto».
En la debacle neoliberal puso su propio cuerpo como símbolo de los tiempos que corrían y, cuando en 2001 todo estalló, lanzó un disco atravesado por el concepto de «El aguante», manifestado incluso desde el título.
Su última producción hasta el momento, «Random», de 2017, también pintó desde la autorreferencialidad un cuadro de situación en el que subyacen la post-verdad y el predominio de lo virtual, entre otras cuestiones. Mientras tanto, nos recordó que él, que nació «para mirar lo que pocos quieren ver», sigue siendo el portador de «La máquina de hacer feliz».
Un Mozart de nuestro tiempo
Más allá de jactarse de tener oído absoluto y de remarcar que fue un prodigio precoz como pianista, el genio musical de Charly García reside en otras virtudes mucho más relevantes relacionadas con su «voz propia» como artista, a partir de su capacidad para captar diversas sonoridades prexistentes y reformularlas desde una brillante óptica personal que aporta nuevos caminos.
En tal sentido, el hombre que este sábado cumple 70 años no ha dejado nunca su arte librado a la espontaneidad, en contraposición a la primera impresión que pudiera tenerse de su música, sino que ha reelaborado permanentemente sus propias creaciones en su búsqueda de correr los límites de lo conocido.
Detrás del aparente caos en el que muchas veces pareció estar inmersa su música y de los destellos de genialidad hay un artista con profundos conocimientos académicos, que nunca se queda con su primera inspiración y que siempre busca darle una vuelta de tuerca más a sus creaciones.
«Charly siempre me pareció un genio, no solo por lo musical sino también por captar distintas etapas, pero cuando me encontré con él, resultó ser más de lo que creía. Yo pensaba que el tipo era muy espontáneo, pero no, labura mucho las cosas, las escribe y luego las reelabora, las repiensa», contó a la agencia Télam Patricio Villarejo, el músico que hizo los arreglos de cuerdas para su recordada actuación de 2013 en el Teatro Colón.
El violoncelista, que está al frente de la Kashmir Orquesta, acompañó a artistas de la talla de Osvaldo Pugliese y Mercedes Sosa, y fue uno de los invitados de Patti Smith en su actuación en el CCK en marzo de 2018, entre otras cosas; conocía al dedillo la obra de Charly por ser su fan desde la época de Sui Generis, sin embargo fue invadido por el asombro cuando tuvo la oportunidad de trabajar con él.
«Yo pensaba que por el hecho de estar tocando tantos años música que tal vez no se escribe, no se grafica como lo hacemos nosotros, el tipo había perdido el entrenamiento de hacer cosas de otra manera, pero me di cuenta de que estaba muy preparado, tenía fresquísimos sus conocimientos», relató.
Y acotó: «Lo primero que me llamó la atención fue su creatividad indomable. De todos los que conocí, indudablemente es el más creativo y el más asombroso en ese sentido».
Charly y Villarejo habían tenido un primer encuentro esporádico cuando el cellista integraba la banda que acompañaba a Mercedes Sosa, pero en aquella oportunidad no hubo posibilidad de una profundización en la relación musical.
«Cuando nos encontramos para lo del Colón, él se acordaba que me había visto con Mercedes porque tiene una memoria increíble, pero no sabía qué música hacía. Como me veía con el cello habrá pensado que era un músico clásico, pero nos pusimos a tocar música de The Beatles y eso nos unió», rememoró, sobre el instante en el que finalmente congeniaron.
Pero los amplios conocimientos académicos de Charly resultaron una revelación para Villarejo cuando pocos días después le llevó escrito en partituras los arreglos que había diseñado y el genial artista se puso a repasarlos sin titubeos en su piano.
«Cuando voy al ensayo y saco las partituras, me dijo: ‘Ah, por fin alguien me da una partitura, se dan cuenta que puedo leer’. La partitura estaba escrita para varios instrumentos en diferentes claves, y él se puso a tocar todo, incluso aquellas partes escritas en claves que no se usan en el piano. Era sorprendente que pudiera hacer eso», detalló.
El nivel de asombro fue in crescendo cuando el cellista comprobó que Charly reelaboraba todo el tiempo lo que tocaban y que esos cambios que iba incorporando en cada pasada que hacían de una composición «eran los necesarios para que el tema despegara».
«Lo que vi fue que las repeticiones que hace no son iguales, va cambiando constantemente alguna cosa. De esa experiencia aprendí a no quedarme con la primera imagen, sino que hay que ir a otra», explicó Villarejo.
Si bien es cierto que el astro del rock argentino tuvo un precoz paso por el conservatorio y que antes de entrar en plena adolescencia ya se había recibido de profesor de piano, algo que él mismo suele sacar a relucir –como si allí se encontrara la explicación de su genio musical-, en realidad fue el desarrollo de un estilo propio el que marcó la diferencia con otros músicos.
El testimonio de algunos de sus excompañeros del ámbito académico en el libro «Esta noche toca Charly», del periodista Roque Di Pietro, advierten que el recorrido artístico del músico hubiera transitado por lugares comunes si se hubiera dedicado a ser un concertista, derribando así uno de los grandes mitos en torno a sus capacidades interpretativas.
En tal sentido, Villarejo coincide en que, al igual que otros geniales artistas como el caso de Egberto Gismonti o Astor Piazzolla, Charly descolló sobre el resto «cuando encontró su propia voz, cuando rompió los moldes».
«Todos estos artistas podrían haber sido instrumentistas no tan destacados, buenos pero con mucha gente que seguramente podría tocar mucho mejor, pero cuando rompieron moldes y encontraron su propia voz, ahí es donde apareció el genio, esa cosa de que la música se modifica a partir de ellos. Son todos casos en donde si mirás para atrás no eran tan destacados, sino que lo fueron cuando encontraron su propio camino», consideró.
En esa capacidad de tomar lo establecido y correr los límites es en donde Villarejo encontró similitudes conceptuales entre Charly y Mozart.
«Creo que tienen razón quienes comparan a ambos artistas porque son tipos que se adaptaron a la época pero hicieron genialidades. Mozart estaba limitadísimo por el estilo, tenía que respetar eso, sin embargo cuando lo analizás, es como un chico travieso, tiene todo tipo de arreglos, mejoras y modificaciones que pasan desapercibidas pero es eso lo que lo hace tan genial», explicó.
«Charly también tiene eso, porque hace rock pero cuando lo escuchás, decís: ‘Pará, acá hay otra cosa. ¿Qué es eso que hace en el medio?’. Ahí empezás a ver que hay trucos que nadie los puede captar si no está estudiando eso. O sea, en lo académico no se parece a Mozart, pero sí en el sentido de que agarra la música actual y dentro de eso, hace algo increíble», concluyó.
Pedro Aznar: «Charly divide la historia en un antes y un después»
Pedro Aznar, compañero, amigo y aliado de Charly García desde los remotos tiempos de Serú Girán, considera que el músico y compositor que este sábado cumplirá 70 años «es uno de esos contados artistas que dividen la historia en un antes y un después».
«Charly supo darle a la canción de rock una hondura poética, una belleza melódica y un alcance popular como pocas veces había ocurrido en nuestro idioma. Es un padre que inspiró a centenares de hijos pródigos», destaca Aznar en comunicación con la agencia Télam.
El compositor, cantante, instrumentista y arreglador, de 62 años, que está girando con su flamante disco de música popular «Flor y raíz», asegura que para él García representa «un hermano, un compañero de ruta, un referente, un creador inigualable».
P: ¿Cómo lo definirías a Charly García como músico?
Pedro Aznar: Como un prolífico «imaginador». Es como un fan que supiera tocar y componer, en el sentido de que él escucha las cosas primero en su cabeza, y después las «baja» a la concreción, como si fuera un chico que amara la música con locura y hubiese quedado perdido en una isla desierta. Y se dedicara a reconstruir un mundo de música para sentirse menos solo.
P: ¿Cuál es el secreto de la trascendencia de sus canciones?
PA: Sus mejores canciones (¡que son muchísimas!) son una síntesis perfecta de potencia y emoción, giros melódicos inolvidables, letras que relatan magistralmente las realidades internas y externas que nos tocan a todos y una engañosa simplicidad que, al mirarla en detalle, revela una capacidad creativa fuera de serie.
P: ¿Qué le pensás regalar para su cumpleaños?
PA: El abrazo más agradecido y cariñoso.
Fernando Samalea: «Charly es nuestro héroe nacional»
El baterista y bandoneonista Fernando Samalea, partícipe del «sonido Charly García» en diversas etapas sonoras del músico, definió al creador como «nuestro héroe nacional».
«En plan de Dalí, casi que Charly inventó una forma de ser, se ganó la confianza de las instituciones, incluso desde sus rebeldías tan elocuentes de los 70. Para mi es mi artista favorito, nada hubiese sido igual en mi vida de no haber tenido esa suerte de cruzar mi destino con el suyo», confesó Samalea en declaraciones a Télam Radio.
El músico agregó: «Charly es nuestra parte del corazón cultural del rock y nos ha dado muchísimas alegrías a todos y todas. Pienso, por ejemplo, en ‘Cinema Verité’, su canción de Serú Girán que tocó mis fibras de adolescente, así con esa cosa de ‘yo nací para mirar’ que tanto me gustaba y me sigue gustando con la ilusión intacta».
Por su parte, la cantante María Rosa Yorio -expareja de García y madre de Migue, único hijo del rockero-, sostuvo: «Charly abrió muchas puertas para este país: una gran puerta de libertad, una gran puerta de poesía, de música hermosa. Para mí es el que abre puertas».
En tanto Majo García Moreno, periodista, licenciada en artes y sobrina de Charly, lo consideró «uno de los artistas fundamentales de nuestra cultura que merece estar en un billete, tener una calle o un barrio con su nombre».
«Pero también –añadió- es mi tío. Es el mismo que en una Navidad se la pasó tocando un tecladito Casio divino, y cuando yo le comenté ‘que lindo el pianito’ me dijo ‘es tuyo’ y hoy lo tocan mis hijos».
Por Romina Grosso y Hernani Natale (Télam)