Como si se tratara del acto final de Lazarus, la nueva máscara que se había calzado apenas dos días antes, cuando celebró su cumpleaños 69 con el lanzamiento de su nuevo disco «Blackstar», hace cinco años moría David Bowie, el artista que construyó su obra a partir de diversos alter-egos y a los que luego sepultaba sorpresivamente como paso necesario para sumergirse en nuevos universos.
El camuflaje detrás de los personajes y las preguntas filosóficas también dan cuenta de la presencia de un artista único, cuyo objetivo no era convertirse en un virtuoso de la música ni sacralizaba al rock, sino que se planteó con éxito un cruce de diversas disciplinas para confeccionar un collage propio que interpelara a sus interlocutores desde distintos lenguajes.
Por ese motivo, cuando el 10 de enero de 2016 se conoció la noticia de la muerte del hombre que había nacido en el Reino Unido bajo el nombre de David Jones, la ficción y la realidad volvieron a mezclarse en la figura de Bowie, debido a que su desaparición física operaba como el final de una de sus tantas etapas artísticas, de acuerdo a las señales emanadas en sus dos últimos álbumes, «The Next Day» (2013) y, sobre todo, el mencionado «Blackstar».
Las comparaciones demuestran que la muerte de Bowie, analizada desde el carácter que le imprimió a sus últimos años de carrera, no presenta mayores diferencias con la pérdida de contacto con la Tierra del Major Tom, el ascenso y caída de Ziggy Stardust o el breve pero imperecedero reinado del Duque Blanco, con su oscurantismo y fascismo a cuestas, por citar el derrotero que llevó al final de algunas de sus tantas encarnaciones.
«Hay muchas muertes si pensamos en Bowie. Esta fue la muerte definitiva, la muerte de David Jones, el hombre detrás de las máscaras. Pero el acto de la muerte se ha repetido a lo largo de su obra», expresó a la agencia Télam el periodista, escritor y poeta Juan Rapacioli, estudioso fan de este artista y autor del libro «Por qué escuchamos a Bowie».
Aunque remarcó que «aún existe una cosa de incredulidad por la desaparición del artista que siempre tenía un as bajo la manga», el escritor reconoció algunas señales que preanunciaban este desenlace si se realiza una lectura del viraje en la manera en que había tratado el tema de la muerte en sus últimas incursiones.
«En otros discos pareciera que trabaja sobre un escenario de la muerte como algo espectacular, con visiones del mundo que se destruye, esto de la distopía que a él le gustaba mucho. Pero llegando a sus últimos años, con la aparición de ‘The Next Day’ y, sobre todo, ‘Blackstar’, ve a la muerte de una forma más visceral, personal, hay algo de desafío y una pulsión de adelantarse», señaló Rapacioli.
Y acotó: «‘Blackstar’ es el gesto de adelantarse a la propia muerte. En ‘The Next Day’ hay una especie de repaso por lo que hizo pero en ‘Blackstar’ ya hay algo mucho más confrontativo. Crea Lazarus, alguien que ya está en el Cielo».
Probablemente, la temática que abordó Bowie a lo largo de su recorrido artístico, desde su primer disco en 1967 hasta su muerte, haya rondado en torno a las mismas cuestiones, con la muerte y los cuestionamientos a distintos aspectos de la cultura rock entre algunos de los puntos que ocupaban el centro de la escena; sin embargo, el gran rasgo distintivo está en la manera en que eligió hacerlo.
Allí es donde catalogarlo como músico implicaría encorsetar a un hombre que en su arte hizo convivir al teatro –en un amplio espectro que abarca hasta el kabuki-, las lecturas de ciencia ficción, la filosofía, la pintura y la espiritualidad.
En su libro, Rapacioli propone la idea de «fascinación» como concepto constitutivo en la obra de Bowie, quien se apropia de todo aquello que le produce este efecto, lo asimila y lo traduce a su manera.
«En Bowie lo que predomina es este entendimiento de que el gran arte del Siglo XX es el collage. Es la idea del coleccionista que junta cosas, las mezcla y las usa. Él lo hizo todo el tiempo con resultados diversos. Muchas veces no encontró el tono, fue víctima de sus propias obsesiones, otras veces fue ambicioso, pero ese fue el gran procedimiento», consideró el escritor.
Desde ese lugar, el artista confrontó a la cultura rock, que paradójicamente muchas veces terminó devorando a los propios personajes creados para tales fines y que además, lejos de tomarlo como un enemigo, sucumbió a sus propuestas, al punto de ser una figura aceptada por referentes de las más diversas escuelas sonoras.
Apenas algunos ejemplos: en tiempos de rock duro, pelo largo, jeans y figuras endiosadas, aparece Ziggy Stardust, un rockstar alienígena y andrógino que anuncia que en cinco años será el fin del mundo pero termina alienado y devorado por la maquinaria del éxito; o la encarnación en un ídolo pop de multitudes en los 80, a imagen y semejanza de muchos de sus pares, que curiosamente mordió su cola.
«Fue muy disruptivo y chocó mucho con esa cultura rock que sacraliza y se queda en la idea de lo original o lo auténtico. Él discutió mucho con eso. Por eso las máscaras, porque estaba todo el tiempo rompiendo con eso y buscando otras cosas», acotó Rapacioli.
Una vez más, la simbología pareciera ofrecer una nueva vuelta de tuerca al cumplirse cinco años de la muerte de Bowie, justo la cantidad de tiempo que le quedaba a la Tierra antes de su autodestrucción, según la profecía de Ziggy, su personaje más recordado, en la canción «Five Years»; y al ocurrir en momentos en que la pandemia de coronavirus puso al mundo cara a cara con una distopía propia de la ciencia ficción.
Pero más allá de eso, están sus grandes discos que simbolizan sus distintas etapas –»The Rise and Fall of Ziggy Stardust», «Aladdin Sane», «Station to Station», «Young Americans», «Heroes» o «Scary Monsters» por citar apenas algunos- y permiten conectar con propuestas musicales y estéticas que dejaron una huella profunda y aún nos interpelan.
En tal sentido, los distintos universos creados por Bowie siguen siendo una invitación abierta tanto para sus viejos seguidores, que pueden recurrir a cualquiera de ellos según momentos personales, como para neófitos que encontrarán una amplia gama de puertas de acceso.
«Escuchar a Bowie siempre invita a un recorrido personal. Hay muchos lados por donde entrar. Es una invitación a la aventura. Muchas veces toca temas oscuros, pero siempre ofrece un espacio de fuga», concluyó Rapacioli.
Texto: Hernani Natale / Foto: Candelaria Lagos (Télam, 07-11-1997)