La voz de David Lebón tiene algo mágico. Cantando en español, resuena -con límpido registro tenor- el color de un bluesman. El mismo swing florece en la yema de sus dedos sobre el diapasón de la guitarra. Su vibrato, sus cuerdas estiradas, sus pausas y silencios, son correlato de su canto, de ese fluir sensual con que él supo surfear la vida, el arte, la música.
Como guitarrista es un orfebre fino que detecta la respiración de la melodía. Por eso cada solo suyo es una canción en sí misma, con aura, que abre espacios.
Tamañas energías y dones lo trajeron hasta aquí, a sus siete primeras décadas, con un bagaje de canciones lugares, amigos, historias, ciudades.
Más allá de las bandas que lideró, el aporte de Lebón en todos los casos fue un plus clave. En Pappo’s Blues (bajo y guitarra rítmica), Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll (guitarra), Color Humano (batería y coros), Espíritu (teclados), Los Gatos (voz y guitarra) sus colaboraciones con Sui Generis, Claudio Gabis, y más acá con Enanitos Verdes, Fito Páez, Alejandro Lerner, Julia Zenko, Andrés Calamaro, Luis Alberto Spinetta solista, Pedro Aznar –entre otros– su presencia sumó un “esmowing” (al decir publicitario del viejo comercial de ginebra) que iluminaba al resto.
Párrafo aparte merecen dos formaciones que tuvieron al «Ruso» como miembro fundacional e imprescindible: Pescado Rabioso y Serú Girán. Fue así coequiper de los dos grandes del rock nacional. Y en esa conjunción, la sinergia desató tormentas de arte, himnos.
En la calle de la sensación
El rey David fue bendecido con inusual instinto para la policromía vocal. Sus armonías vocales en ciertas canciones lograron eso que las convirtió en himnos, esa textura leboniana inconfundible.
En lo técnico, su formación musical acaso haya tenido que ver no tanto con su lugar de nacimiento. Nació en la bonaerense Ituzaingó, pero no fue allí donde caló la relación con la guitarra, sino en Miami, a donde la familia se mudó, previo a la adolescencia. Allí, David se formó como guitarrista e integró algunos grupos cuando aun era menor de edad. Tenía que recurrir -dice la leyenda- a artimañas para poder tocar en locales donde, por ley estadounidense, no puede permanecer un menor.
Precoz hombre orquesta: bajista, baterista, tecladista, además de enorme compositorun día se lanzó un día al LP propio, titulado sencillamente con su nombre y apellido, en 1973. Le dedica un tema a Luis y demuestra ser tan sutil para el rock duro como visceral para las baladas.
Junto con Pappo y Claudio Gabis, de Manal, David Lebón es también pionero en tanto gran artífice nacional de riffs potentes, zeppelinianos, arrolladores. De esos cultivó varios en Polifemo (1976), su banda, desde donde emergió hacedor de bloques guitarrísticos, nervio y estructura de poderosos rocanroles.
Aquella banda desbordante se completaba con otros dos históricos próceres del llamado «rock nacional»: Rinaldo Rafanelli y Juan Rodríguez. Quienes, a su vez, solían completar la formación de Sui Generis cuando el fundacional dúo se presentaba en vivo.
Acaso aquel contacto frecuente y primordial entre Charly García y David (hace ya años que son amigos casi hermanos) haya sido la base para la reunión cumbre que vendría después, en la formación de una superbanda argentina..
Serú
Finalmente, cuatro potencias se saludaron, y David fue una de ellas. El encuentro con Charly trajo un capítulo deslumbrante al rock local. En él, el guitarrista, el compositor, el cantor, el letrista, el genio que frotaba la lámpara y hacía brotar una gema tras otra: «Voy a mil», «Cosmigonón», «San Francisco y el lobo», «Frecuencia modulada», «Noche de perros», «Cuánto tiempo más llevará», «Encuentro con el diablo», «Parado en el medio de la vida», «Cara de velocidad», «Esperando nacer».
Corría 1978 y el «Ruso» en su esplendor aportaba el soplo de balada y rocanroll que hace a la identidad Serú Girán. Con García (como antes con Spinetta) se conglomeró una dupla creativa inagotable.
El tiempo es veloz
En 1980 David sacó su segundo disco solista: «Nayla». Iba a ser doble, pero las discográficas rechazaron esa opción. Aún con Serú activo, apeló a sus entonces compañeros Aznar y Oscar Moro para grabarlo. Se sumaron Rinaldo Rafanelli (ex Sui Generis) y Diego Rapoport (pianista jazzero de lujo que tocó con prácticamente todos los grandes del rock). Dos años más tarde, ya con Serú Girán separado, arrancó la seguidilla de discos propios con canciones que no dejaron nunca de fluir.
En «El tiempo es veloz» (1982), uno de sus LP más recordados, David volvió a hacerse cargo de todos los instrumentos en las bases. La ilustración de portada fue un regalo de su amigo Luis Alberto Spinetta, que reincidió: no todos lo saben, pero el Flaco había debutado ya como ilustrador con el «payasito» de tapa del primer disco de Almendra.
Tan poderosa es la canción que da nombre al disco, y cobra destinos mágicos, como la versión de Mercedes Sosa.
Siempre estaré
Con el advenimiento de la democracia en Argentina, Lebón sacó un disco que trajo dos éxitos representativos de sus dos facetas: la balada «Quiero regalarte mi amor» y el furioso «Rock de los chicos malos»: un avance de la placa «Desnuque» (1984) donde «el Ruso» saldaría su deuda con el puro rocanrol que traía desde los tiempos de Polifemo. Quienes esperaban escucharlo rockear furiosamente y esas proverbiales estiradas de cuerda en medio de la velocidad, celebraron mucho este álbum.
Los ochenta siguieron con el mismo Lebón hiperproductivo, llegaron «Si de algo sirve» (1985), «7 × 7» (1986), «Nunca te puedo alcanzar» (1987) y «Contactos» (1989). En 1991 salió «Nuevas mañanas» y a partir de allí, un vasto paréntesis
El siglo XXI encontró a un Lebón en pausa musical haciendo discos cada siete años. Es tiempo de «Yo lo soñé» (2002), «Déjà vu» (2009) y «Encuentro supremo» (2016). Así llegamos a un plan de colaboraciones musicales con colegas. Bajo la consigna de intentar hacer un resumen de su carrera, se grabó el primer volúmen de «Lebón & Co.». Pero, tal como supuso la producción del proyecto, quedó corto un solo disco. El resultado: está a punto de salir el «volumen 2».
En esta secuencia, David recorre sus clásicos acompañado por distintos colegas de todas épocas, generaciones y estilos; artistas que, a su vez, fueron y son admiradores suyos, en algunos casos, amigos personales, como el propio Charly García, con quien cantan «Nos veremos otra vez». Además, entre otros, integran esa nómina Fito Páez, Sandra Mihanovich, Fabiana Cantilo, Julieta Venegas, Andrés Calamaro, Eruca Sativa, Ricardo Mollo, Nayla Lebón, Skay Beilinson, Conociendo Rusia, Rosario Ortega, Hugo Fattoruso, Soledad, Kevin Johansen, Juanes, Diego Torres, Abel Pintos, Emmanuel Horvilleur, Pedro Aznar y Carlos Vives.
La misma multiplicidad y adhesión del «Ruso» Lebón da cuenta del afecto y valoración artística que cuenta entre colegas. Ellos y los seguidores de siempre de este artista orquesta, sin duda brindarán por él este miércoles 5, en que el enorme multiinstrumentista, compositor, poeta y cantautor cumple sus 70 vueltas al sol.
1950-1952 ¿Los años sagrados?
Casi como una analogía local del famoso «Club de los 27» que en rock sajón nuclea a los músicos fallecidos a esa edad –Janis Joplin, Kurt Cobain, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Amy Winehouse y Brian Jones– en Argentina se ha dado un caso curioso relativo a los años en que nacieron los principales referentes del rock vernáculo.
El dato incluye, desde luego, a David Lebón, nacido en 1952, igual que Nito Mestre (3-8-52) y extremadamente cerca de León Gieco (20-11-51), Norberto «Pappo» Napolitano (10-3-50) y Luis Alberto Spinetta (23-1-50), y una coincidencia particular que roza lo milagroso: Charly García (23-10-51) y Federico Moura (23-10-51): es decir, la misma fecha exacta.
Así las cosas, para los amantes de las coincidencias cuasi astrales, he aquí otro misterio argentino que involucra nada menos que a siete de los fundacionales, a su modo y en su momento, del capítulo local de la música que cambió al mundo.
Por Gabriel Sánchez Sorondo (Télam)