Nacido el 16 de septiembre de 1945, José Alberto Iglesias venia de Caseros. Desde chico estaba probando ser cantante de rock and roll, apasionado por Presley y sus versiones castellanas: Enrique Guzmán, los Teen Tops, los Pick Ups. Eran los tiempos de los concursos de rock and roll en los clubes de barrio, y Tanguito llegó a subir a los escenarios para hacer »Perro Feroz» o «El rock de la cárcel». Entró de cantante en un conjunto de efímera gloria: Los Duques. Music Hall les vio posibilidades y los hizo grabar un par de simples: «Maquillada», »Carnaval, Carnaval», «Mi Pancha».
Cayó por La Cueva de Pueyrredón a fines del 65 y se encontró con un ambiente diferente al de los bailes del club y de kermesse que conocía. Allí estaban los Seasons imitando a los Beatles, pero también estaban expertos músicos de jazz, como Ricardo Lew, Bernardo Baraj, Jorge Navarro, el «Gordo» Cáceres, Nestor Astarita… Entre el público había unos personajes extraños que hablaban en un idioma nuevo: Javier Martinez, Moris, Horacio Martinez, Pajarito Zaguri, y poco después Litto Nebbia y Miguel Abuelo.
Se quedó para siempre. Ya no quería volver a «Caseros City», pretendía divagar hasta cualquier hora, naufragar inventando el mundo con la guitarra en la mano. En los baches que se producían entre alguna zapada de jazz y las primeras actuaciones de los Beatniks, Tanguito se trepaba al pequeño escenario y largaba su repertorio, que ya incluia algunas canciones propias.
Porque Tango empezó a componer enseguida, aunque sus canciones nunca parecian realmente terminadas. Improvisaba mucho, tocaba la guitarra todo el tiempo. Iba soltando melodías que después se olvidaban o se transformaban. Empezaba una letra con algunas frases y las repetía interminablemente. Lo más «armado» de su repertorio eran los temas de Moris, como «Errol Flynn» (la historia del actor que «Murió haciendo el amor con una menor») o »Yo no pretendo». Y las canciones de Dylan y de Donovan que Pipo Lernoud y Moris traducían para que Tango cante. En diciembre del 66, Miguel Grinberg organizó unos recitales en el teatro de La Fábula, con los Seasons, Moris, Morgan X (el propio Grinberg), Susana (que cantaba al estilo Joan Baez) y «Tanguito el protestón».
Ya en esos días la pandilla musical de La Cueva pasaba sus noches sin dormir, «naufragando», caminando por las avenidas Pueyrredón, Córdoba, Rivadavia, vagabundeando por los bares de la ciudad, cantando y componiendo. A veces se desembocaba en alguna plaza, o se recorría Corrientes hasta La Paz o La Academia, con gran peligro de ir preso «por averiguación de antecedentes» a causa del pelo largo y la ropa extraña.
Pero el lugar preferido era «La Perla del Once», porque era el único refugio en el que uno podía estar la noche entera a cambio de un café. Bar de estudiantes, La Perla era un inmenso local donde hasta se podía tocar la guitarra sin molestar, y el que quería gritar un furioso rock and roll podía encerrarse en el baño, que además tenia mucha resonancia.
En ese baño estaba Tanguito, sentado, rascando desganadamente la guitarra y repitiendo «Estoy muy solo y triste en este mundo…». Litto, ocupado haciendo lo suyo, lo escuchó y le gustó la cosa. «Che, Tango, ¿me dejás que la siga?», preguntó, y se fue derecho a una mesa con la guitarra, para terminar lo que un año después seria el primer gran éxito del naciente rock nacional: »La Balsa».
Así se componían esos primeros temas de Los Gatos, Manal, Moris, Miguel Abuelo, Pajarito Zaguri. Cuando los demás volvían a su casa o ensayaban con sus grupos, Tango quedaba solo con algún «valerio», algún admirador que le llevara la guitarra y guardara los apuntes de las letras. Tango vivía en el presente permanente, no archivaba ni recordaba nada. Aterrizaba sus huesos en la casa de Pipo, o en el taller de cerámica de la novia de Moris, o en lo de Marcela Pascual, su permanente protectora.
Cuando el primer simple de Los Gatos, conteniendo «La Balsa» y «Ayer nomás» rompió todos los récords de venta, Tango cobró una cantidad enorme de dinero. Y como todos los demás músicos, no estaba preparado para manejarlo, ni siquiera le interesaba. Se fue directo a una disquería y compró una montaña de Long Plays. De allí fue a una casa de música y gastó lo que le quedaba en una buena guitarra. Lo demás se le patinó en pocos días invitando a comer a todo el mundo. De los discos y la guitarra muy pronto no se supo más, habrán quedado perdidos en algún vagabundaje, como pago de algún taxi…
Tango siempre andaba detrás de una prueba en alguna grabadora, aunque su carácter divagante no lo ayudaba, no tenia la paciencia ni la diplomacia necesaria para hacerse escuchar por los ejecutivos. Pero alguien en RCA, quizás convencido por Horacio Martínez, lo llamó para grabar. De allí salió un simple histórico, el único documento sonoro de Tanguito en sus buenos momentos, con toda la frescura de sus primeras épocas.
El lado A del simple era «La princesa dorada», música de Tango sobre un poema de Pipo, compuesto en Plaza Francia, en el verano del 67. El lado B contenía un rock de Tango con letra de Javier Martínez, «El hombre restante», y hablaba del único sobreviviente de la guerra nuclear: «No sé por qué el destino me obligó a superar el caos de la guerra y quedar aquí en la tierra para ver esto y llorar». Los temas aparecían firmados por Ramsés VII, seudónimo que adoptó Tanguito, preocupado por la existencia de otro «Tanguito» que cantaba en el Club del Clan. La RCA encargó a Horacia Malvicino los arreglos y la orquestación, con la intención de lanzar a «Ramsés VII» como baladista a pesar de las quejas de Tango por los arreglos dulzones y recargados.
El simple no existió en las radios ni tuvo publicidad. Tango seguía en la calle cantando, subiendo a los trenes, parando y mirando, como dice una canción de Moris. Pasaba mucho tiempo con llamados «hippies» porteños y con ellos apareció en televisión y en varios artículos periodísticos. Entre esos «hippies» estaban Pedro Pujó, Rafael López Sánchez y Javier Arroyuelo, que después fundarían con Jorge Alvarez el primer sello grabador independiente, Mandioca. El hermano de Pedro, Hernán, era uno de los mejores amigos de Tango y fue el autor de la letra de «Amor de primavera», compuesto también en Plaza Francia.
Tango ya tenia un repertorio abundante, pero su vida personal se descomponía a toda velocidad, y se estaba quedando solo. Algunos músicos y amigos habían experimentado con drogas pesadas, pero no pasaba de ser un delirio pasajero, ya que tarde o temprano encontraban la manera de recuperarse. Pero Tango era un tipo indefenso, de personalidad insegura y no pudo, como muchos, darle cauce a ese delirio en un trabajo creativo constante. Se lo veía deambulando por Corrientes en busca de alguien que le »hiciera pata» o le «prestara cien pesitos». No vale la pena profundizar en las anécdotas de un Tanguito drogándose en el baño de la Giralda o robando una guitarra para poder seguir. Se sabe que fue preso muchas veces, que en Devoto lo maltrataron, que estuvo en el Borda…
Cuando todavía conservaba algo de lucidez en 1970, Jorge Alvarez lo llevó a los estudios TNT, donde grababa Manal, y junto con Javier lo impulsaron a cantar, con el proyecto de hacer las tomas de prueba para un futuro álbum. Fue la única vez que pisó una sala de grabación después de aquel simple de RCA. El 19 de mayo de 1972, en uno de sus viajes de vuelta a casa en Caseros, Tanguito fue aplastado por un tren en la estación Puente Pacifico. Hay quien dice que se tiró, otros dicen que tropezó, otros dicen que lo empujaron para no tener que llevarlo preso otra vez.
Poco tiempo después de su muerte, Alvarez editó un disco con aquellas improvisadas grabaciones de 1970, que es lo único que hoy en día se puede encontrar de Tango en las disquerías. Tiene el valor de un documento aunque no represente los mejores momentos de uno de los primeros creadores de nuestro rock, a quien una vida extraña y una muerte temprana convirtieron en mito.