El helicóptero aterrizó justo antes de las tres de la tarde y Mick Jagger, que tenía 26 años, con una larga melena y mascando chicle, se pavoneaba en el pavimento. Fue entonces cuando un extraño corrió hacia él gritando «¡Te odio!». El hombre luego golpeó al cantante de los Rolling Stones en la boca.
Junto a Jagger estaba el gerente de negocios de la banda, Ron Schneider, miraba con horror. «Quería matar al tipo, pero Mick inmediatamente dijo ‘No, no, no'», recuerda.
El extraño fue reducido, y Jagger y su pequeño séquito avanzaron a través de un mar de hippies hasta un lugar en el backstage donde los Stones se encerrarían durante las siguientes tres horas, hasta que fuera su turno de tocar.
De lo que Jagger no se dio cuenta es que, cuando llegó, el Concierto Gratuito de Altamont no solo había comenzado, sino que ya estaba totalmente fuera de control.
El 6 de diciembre de 1969, más de 300.000 personas se reunieron en el Altamont Speedway en Livermore, California, para un festival que iba a durar todo el día bajo la denominación de «The West Coast Woodstock». Dejando sus autos al costado del camino, subieron las áridas colinas del condado de Alameda para tomar ácido, beber vino y disfrutar de una cartelera que incluía a Grateful Dead, Jefferson Airplane, Santana y Crosby, Stills, Nash & Young. Se suponía que era una extensión del mantra de «paz y música» comercializado por Woodstock cuatro meses antes, pero los problemas comenzaron temprano y no disminuyeron.
Un fan se ahogó accidentalmente en un canal de riego mientras se dirigía al concierto. La siguiente fatalidad fue más deliberada: Meredith «Murdock» Hunter, un hombre negro de 18 años que había ido al concierto con su novia, fue apuñalado en medio de la multitud mientras los Stones tocaban sobre el escenario, a pocos metros de distancia.
Ese fin de semana, Altamont apareció en las portadas de todos los diarios, pero se ha convertido en un hecho olvidado. Sin embargo, la historia completa de la turbulenta década de 1960 no se puede contar sin el espanto de Altamont, un desastroso signo de exclamación en la década que también trajo la Guerra de Vietnam, los disturbios raciales y los asesinatos de los principales líderes políticos y sociales de los Estados Unidos.
Una reciente nota de The Washington Post repasa todo lo que sucedió ese día de 1969, basándose en entrevistas con más de 30 personas que participaron del evento, entre ellos los músicos Keith Richards, Grace Slick, David Crosby y Mickey Hart. Incluye relatos de primera mano de organizadores, periodistas y asistentes al festival, algunos de los cuales no han hablado de sus experiencias en años.
Todos dicen que hay una sensación que impregna Altamont, un ambiente que se volvió más oscuro y más inquietante a medida que avanzaba el día, reflejando el estado de ánimo de la década de 1960.
«Algo no estaba bien», dijo Graham Nash, que estaba allí para tocar por la tarde con CSNY. «El lugar era una mierda. La forma en que trataban a las personas como ganado era una mierda. Y Dios bendiga a los Hells Angels, pero ponerlos a cargo de la seguridad…».
Esa fue una de las tantas malas decisiones de los organizadores del concierto: contratar a la famosa banda de motociclistas para manejar la seguridad. El festival puede haber tenido más sentido en su concepto que en la ejecución.
Al finalizar Altamont, sería difícil imaginarlo como un primo lejano del sueño hippie. Woodstock sería aclamado como un triunfo, inspirando innumerables homenajes, vínculos comerciales y un museo en su sitio de Nueva York. Altamont terminaría en la oscuridad, más cerca en origen y carácter de aquel fatal concierto de The Who en Cincinnati, en 1979.
Muchas de las estrellas de rock que estaban en el escenario ese sábado en Altamont, desde Mick Jagger hasta los ex miembros de Grateful Dead Bob Weir y Phil Lesh, no quisieron volver a recordarlo cuando se acercaba el 50º aniversario del concierto y rechazaron las solicitudes de entrevistas. Otros, como Richards, aún lo encuentran difícil de analizar.
«Fue un día de pesadilla», dice el guitarrista de los Stones. «No solo para nosotros, sino para todos».
Pero hay muchas preguntas sin respuesta. ¿Por qué los Stones dejaron que el concierto continuara? ¿Podría haberse evitado la muerte violenta de Hunter? ¿Debería cargar con la culpa una banda de motociclistas al margen de la ley alistada para mantener el orden o los Grateful Dead, que los reclutaron?
Este fiasco fue mucho más que oportunismo y mala planificación. Marcó el final, literal y espiritualmente, de una década de agitación cultural como ninguna otra.
En la mañana del concierto, el fotógrafo Bill Owens, designado por Associated Press para cubrir el evento, subió a una torre de iluminación para ponerse en posición. De ahí observó cómo decenas de miles de personas ingresaban al predio y notó lo poco que se había hecho en su lugar para servirlos.
«Nunca vi ningún baño químico para que la gente pudiera hacer sus necesidades», dice. «No había servicios de comida. Luego me di cuenta de que los muchachos de los Hells Angels estaban en el escenario».
Los miembros de la pandilla de motociclistas fueron considerados los hermanos fuera de la ley de la contracultura. Iban a las «Pruebas de ácido» de Ken Kesey y se relajaban con los hippies cuando los Grateful Dead tocaban gratis en el Golden Gate Park. Eso es exactamente lo que Grace Slick, la cantante de Jefferson Airplane, le dijo a Jagger cuando lo visitó en Londres a mediados de 1969.
«Siempre estuvieron bien, y cuando alguien subía al escenario y se suponía que no debía estar allí, simplemente iban y le decían que no lo hiciera», dice Slick. «No los golpeaban ni nada. Así que dijimos: ‘Podemos hacer que los Hells Angels sean la seguridad (para Altamont)'».
La policía no era una opción. Los Stones tuvieron en Inglaterra una serie de conflictos con la ley por posesión de drogas. Y no eran los únicos.
«La policía no era nuestra amiga», dice Jorma Kaukonen, uno de los guitarristas de Jefferson Airplane. «Si aparecía la policía, no iba a estar ahí para protegernos».
Pero tampoco todos adoraban a los Hells Angels. Greil Marcus, periodista de la revista Rolling Stone, los había visto en acción en una marcha contra la guerra en Berkeley. Gritaban entre la multitud y comenzaron a golpear a la gente. «Una banda derechista, misógina, racista y traficante de drogas», dice. «Eso es todo lo que eran los Hells Angels», cuenta.
Lo que se arregló con los Angels sigue siendo turbio. Pero en algún momento, el mánager de Grateful Dead, Rock Scully, habló con la pandilla de motociclistas sobre mantener el orden. Se les pagarían 500 dólares en cerveza.
«Dijeron: ‘Todo lo que tenés que hacer es mantener a la gente fuera del escenario'», dice «Flash» Gordon Grow, quien trabajó con los Angels en esa etapa. «Dijimos: ‘Sí, no hay problema. Podemos hacer eso’. Nos preguntaron: ‘¿Qué quieren para eso?’. Y dijimos: ‘No somos policías. No somos guardias de seguridad. Solo danos un poco de cerveza’. Y ellos dijeron, ‘OK'».
«Ahí fue donde todo salió mal», dice el cantante, compositor y guitarrista David Crosby. «Los Hells Angels no hacen seguridad. Los Hells Angels pelean. Les gusta pelear. Es parte de su modus operandi. Pelean todo el tiempo. Son buenos en eso, ¿de acuerdo? Si no querés que el tigre se coma el almuerzo de tus invitados, entonces no invites al tigre al almuerzo».
Mirando hacia atrás, es fácil entender cómo la contratación de los Hells Angels no fue demasiado debatida. Después de que Jagger anunció el concierto el 26 de noviembre, hubo una carrera loca para encontrar un lugar en la zona de San Francisco y reunir todos los elementos para el festival del 6 de diciembre. Los Dead fueron socios naturales, como líderes de la escena musical local.
«Jerry García llamó a Crosby y le dijo que iban a hacer este espectáculo masivo y que CSNY participaría». dice Nash. «Va a ser fabuloso. Son los hippies y San Francisco y el sol», recuerda.
«Fueron los Grateful Dead», dice Crosby. «Nuestros amigos. Todos pensamos que iba a ser fantástico».
Para los Stones, el concierto serviría para varios propósitos. No habían podido participar de Woodstock, atrapados en Inglaterra planeando su primera gira en años y lidiando con la muerte del miembro fundador y guitarrista Brian Jones. Para cuando comenzó su gira de 1969, el 7 de noviembre en Colorado, Jones sería reemplazado por el tímido prodigio del blues Mick Taylor.
El concierto también sería una respuesta contundente al malhumorado columnista del San Francisco Chronicle Ralph Gleason, quien había acusado a los Stones de extorsionar a los compradores de entradas cuando tocaron en el Oakland Coliseum el 9 de noviembre. Finalmente, el espectáculo proporcionaría más imágenes para un aún indefinido proyecto documental que los hermanos cineastas Albert y David Maysles y la codirectora y editora Charlotte Zwerin habían estado filmando con la banda.
El 1 de diciembre, el lunes anterior al festival, nadie en el campamento de los Stones había oído hablar del Altamont Speedway. El gerente del tour Sam Cutler, el gerente comercial Schneider y la asistente de la banda Georgia «Jo» Bergman fueron enviados a San Francisco para trabajar en el lugar del festival y en otros detalles, mientras que Jagger y Richards estaban con el resto de la banda, a 2.400 kilómetros de distancia, grabando «Brown Sugar» en los estudios Muscle Shoals de Alabama.
Ante la imposibilidad de conseguir el Golden Gate Park, que fue la primera opción, los tres analizaron una breve lista de alternativas. Sears Point Raceway en el condado de Sonoma parecía el sitio ideal. Luego, los propietarios de la pista de carreras se enteraron de las cámaras de los hermanos Maysles y exigieron 100.000 dólares para el uso del lugar. Schneider se negó, y fue entonces cuando Altamont entró en escena.
Una vez que el festival comenzó, el sábado por la tarde, no pasó mucho tiempo para que las cosas se pusieran realmente feas.
Carlos Santana, que en ese entonces tenía 22 años, se vio obligado a detener el set de apertura de su banda durante la canción «Soul Sacrifice» cuando una pelea se desató frente al escenario. Al principio, se colocó una delgada soga para alejar al público de los músicos. Pero desapareció casi de inmediato.
«Muy pronto, un chico se quitó toda la ropa e intentó subir al escenario, y los Hells Angels saltaron del escenario y tenían tacos de billar», dice Owens, el fotógrafo.
«Estaba usando su baile como una excusa para pisotear a la gente», dice Marcus. «Y los Angels entraron y comenzaron a golpearlo con tacos de billar… Vi a todas estas personas con el símbolo de la paz. Y nunca había visto algo tan patético en mi vida».
Los favoritos locales Jefferson Airplane siguieron a Santana. Durante su set, otro hombre desnudo surfeó al frente del escenario. Cuando llegó allí, un Hell Angel lo agarró por el cuello y lo tiró al piso. Más tacos de billar. Más brutalidad.
El cantante de Jefferson Airplane, Marty Balin, viendo cómo se arruinaba todo el set, pensó que ya era suficiente. Insultó a Paul Hibbits, un Hell Angel conocido como «Animal» y con un sombrero de cabeza de zorro. Hibbits lo golpeó. Cuando Balin volvió, miró a su agresor y volvió a insultarlo. Fue noqueado por segunda vez.
Los golpes lanzados a Balin transmitieron un mensaje importante: en este campo de batalla espontáneo, incluso las estrellas de rock eran potenciales objetivos a menos que eligieran alejarse, lo que, hasta este punto, nadie había estado dispuesto a hacer.
«Nunca me voy si he dicho que voy a tocar en un concierto», dice Crosby, cuya banda subió al escenario después de Flying Burrito Brothers y Jefferson Airplane.
Los miembros de Grateful Dead pensaban de manera diferente. Tan pronto como llegaron, les contaron sobre Balin y los Angels. Jerry García y la banda se encontraron en el backstage y llegaron a un rápido consenso: regresarían a San Francisco sin tocar. No fue una decisión pequeña, sin consecuencias. En lugar de que los héroes de la ciudad, los Grateful Dead, ocuparan el espacio entre CSNY y los Stones, el escenario quedaría completamente vacío cuando cayera el sol y el frío de diciembre se moviera sobre una multitud ansiosa e intoxicada.
«La música de Grateful Dead no puede darse en una situación como esa», dice hoy el baterista Mickey Hart. «No teníamos el ánimo para poder hacer justicia a la música de Grateful Dead y simplemente dijimos: ‘Este no es un lugar para nosotros'».
Fue, dice Cutler, «uno de los grandes actos de cobardía moral en la historia del negocio de la música. No confiaron en su propia música. Si pudieron haber hecho algo para salvar el evento tocando es un punto discutible, pero no lo hicieron».
Seis semanas después, en una narrativa en expansión, la revista Rolling Stone apenas mencionó a los Grateful Dead. De hecho, la revista minimizó su accionar, afirmando que «la escena era muy tensa … los Grateful Dead, los principales organizadores y promotores del festival, ni siquiera llegaron a tocar».
John Burks, el editor gerente de Rolling Stone que supervisó el artículo, todavía tiene problemas para calificar a los Dead. «Cubrí los disturbios de Watts, y esto se sintió más peligroso que eso», dice. «No culpo a los Dead. Para mí tiene mucho sentido que hayan echado un vistazo y digan ‘Uh-uh'».
Los Stones habían planeado continuar al anochecer. Incluso si hubieran querido adelantar su hora de inicio una vez que los Dead declinaron su participación, el bajista Bill Wyman aún no estaba allí. Había pasado el día de compras en San Francisco y había conseguido un helicóptero para llegar al concierto más tarde que sus compañeros de banda.
La brecha entre CSNY y los Stones duró 75 minutos.
Cuando finalmente subieron al escenario, rudimentario, a solo un metro del suelo y construido para un lugar diferente, la banda arrancó directamente con «Jumpin’ Jack Flash». El circuito de automovilismo se construyó en una ladera larga e inclinada que tenía su punto más bajo donde tocaban las bandas. En la oscuridad, la multitud se agitó. La gente de atrás empujó a los que estaban adelante. Finalmente, el único lugar donde se podía ir era ese escenario.
El documental «Gimme Shelter» de los hermanos Maysles muestra a un perro deambulando por el frente del escenario. Un Hell Angel baila salvajemente con la música; otros deambulan por el perímetro.
«Sympathy for the Devil» fue la tercera canción del set, y en ese momento, todo comenzaba a colapsar. Las camperas de cuero pululaban entre la multitud. Jagger se detuvo después de cinco líneas, dio un paso atrás y golpeó torpemente el soporte del micrófono. Es extraño ver al confiado chico malo -que ya había recibido un golpe en este festival- lucir asustado mientras la audiencia se acercaba cada vez más a los artistas.
«Todos tranquilícense ahora, vamos», le dijo Jagger a la multitud. «Muy bien. ¿Cómo nos va por ahí? ¿Hay alguien ahí que esté herido?».
Lo que Jagger no hace, lo que nadie hace, es abandonar el escenario. En una entrevista reciente, Richards dijo por qué pensaba que los Stones tenían que quedarse. «Podría haber empeorado mucho, man», dice. «Eso podría haber sido un gran desastre… ¿Quién sabe qué más hubiese pasado?».
«Vi los ojos de Keith. Vi los ojos de Mick Jagger», agrega Hart, que se quedó a mirar desde el backstage después de que su banda se había ido. «Si hubieran pensado en detenerse, ya sabés, habría habido un… cuchillo entre las costillas de Mick. O de Keith, probablemente, primero».
Lo que los Stones descubrieron cuando subieron al escenario, el público ya lo sabía desde hace un rato. Altamont no iba a estar a la altura de su promoción, que lo vendía como «The West Coast Woodstock».
Patti Bredehoft, de entonces 17 años, se había amargado mucho por todo lo sucedido. Encontró una violencia discordante y dice que se sintió particularmente incómoda cuando ella y su novio, Meredith Hunter, pasaron cerca de los Hells Angels. Supuso que la mirada desagradable hacia ellos tenía que ver con lo racial. Bredehoft es blanca. Hunter era negro.
Los dos se habían conocido unos meses antes, cuando Hunter, conocido bajo el apodo de Murdock, estaba pasando el rato en un parque al otro lado de la calle del Berkeley High School, donde Bredehoft era una estudiante del último año.
«No caminó, flotó (cuando cruzó ese parque)», dice Bredehoft. «Simplemente era genial, siempre con traje. Cuando me eligió me hizo sentir como… especial. Además, fue realmente dulce».
La joven pareja no habló sobre su pasado. Hunter no le contó sobre su padre abusivo, que lo había abandonado al cumplir cinco años, o que su madre, Altha, tuvo problemas de enfermedad mental. Hunter había entrado y salido de la penitenciaría juvenil durante su adolescencia, después de ser arrestado por primera vez a los 11 años por estar «fuera de control», según su expediente judicial.
En las avanzadas sociedades de Berkeley o San Francisco, nadie pareció notar nada raro cuando Bredehoft y Hunter terminaron juntos. Pero el Altamont Speedway está a unos 60 kilómetros al este de San Francisco, muy lejos del Haight, el barrio hippie de la ciudad.
«Estos no eran hippies», dice Joel Selvin, ex columnista de San Francisco Chronicle y autor de «Altamont: The Rolling Stones, Hell’s Angels and the Inside Story of Rock’s Darkest Day». «No eran las mismas personas que iban al Golden Gate Park. La mitad de ellos provenían del este, que es la parte redneck de California».
A principios de año, Hunter había estado en el Festival de Jazz de Monterey, encabezado por Miles Davis y Sly and the Family Stone. Woodstock, para el resto del país, no era una opción. Todo lo que necesitaba para llegar a este concierto gratuito de los Rolling Stones era el Mustang beige del novio de su madre. Le contó a Bredehoft sobre el concierto. Ella estaba muy ilusionada con eso.
«Porque todo lo que escuchamos era sobre Woodstock», dice Bredehoft. «Nadie sabía exactamente qué sería. Terminábamos de escuchar que era un montón de paz y amor y niños con flores. Entonces, pensamos, ‘Oh, es solo una gran fiesta'».
Pero esa ilusión se evaporó rápidamente.
Más allá del ambiente hostil del festival, Bredehoft dice que ni siquiera había espacio para sentarse durante el tiempo muerto entre la actuación de una banda y otra. Entonces, en algún momento, regresó al Mustang con un par de amigos. Finalmente, Hunter también regresó al auto.
Él le dijo que los Stones estaban a punto de subir al escenario, por lo que volvió al show.
«Me sentí realmente incómoda», dice Bredehoft. «Realmente no quería volver, pero él me convenció. No sabía que tenía un arma. Pero cuando vino a buscarme y llevarme de regreso, abrió el baúl y la sacó. Creo que dije: ‘¿Para qué necesitás eso?’. Él respondió: ‘Solo por protección'».
Lo que sucedió después es un fantasma que no sólo persigue a Bredehoft desde hace 50 años, sino a todo el festival en sí.
Durante las escaramuzas frente al escenario, Jagger fue capturado en una película mientras se dirigía a la multitud: «No sé qué pasó, no pude ver. ¿Estás bien?».
Se escuchan voces que mezclan ira y sarcasmo gritando desde la oscuridad. «¡No, gracias a los Angels!», «¡Fuck the Angels!» y «¡Los Angels se van a casa!». Pero los Angels se mantuvieron firmes.
Justo antes de las 18:30, tras siete canciones en el set, los Stones comenzaron a tocar «Under My Thumb». Más peleas. En algún momento, la cámara operada por un miembro del equipo de los hermanos Maysles, Baird Bryant, filmó a un hombre negro cerca del escenario. Era difícil pasarlo por alto con su ropa verde lima. Era Hunter, y esto se convertiría en el momento clave en «Gimme Shelter», cuando el documental se lanzó en 1970. También se reproduciría repetidamente a principios de 1971, en el juicio contra Alan Passaro, un miembro de los Hells Angels.
Disminuyendo la velocidad, el video muestra a Hunter saltando en el aire con un revólver calibre .22 Smith & Wesson en su mano izquierda. Passaro levanta un cuchillo de caza y lo baja sobre la parte superior de su espalda. La siguiente toma de la película que muestra a Hunter es del cuerpo del joven de 18 años en una camilla, amarrado y cubierto.
Cuatro personas morirían en Altamont, el primero por ahogamiento, dos más atropellados por un conductor, pero la muerte de Hunter eclipsó a las demás. Su asesinato hizo surgir muchas de las preguntas que rodean a Altamont. ¿Fueron los Angels los agitadores, o fueron puestos en una posición inmanejable? ¿Estaba Hunter tratando de dispararle a uno de los Angels o a las estrellas de rock que estaban en el escenario, o simplemente era un joven eufórico que blandía salvajemente un arma? ¿Era la fuerza letal la única opción? ¿Y por qué, después de que un hombre había sido apuñalado y golpeado hasta la muerte a pocos metros del escenario, los Rolling Stones siguieron tocando?.
Bredehoft, que estaba de pie junto a Hunter y trató de agarrarlo cuando Passaro lo apuñaló, está segura de que su novio nunca tuvo la intención de ir tras Jagger. Los Hells Angels cuentan otra historia.
«Recuerdo que fue golpeado», dice Bredehoft. «Fue entonces cuando se dio vuelta y sacó el arma. Pero no estaba apuntando al escenario ni a Mick Jagger. Estaba apuntando a algunos Hells Angels que venían tras él».
Los testigos vieron ese día a Hunter empujado, burlado y perseguido por miembros de la pandilla de motociclistas. Pero no todos tienen esta visión de las acciones de Hunter. Mickey Hart lo vio como una amenaza, y el informe del forense encontraría metanfetamina en el cuerpo de Hunter.
«Se dirigía directamente hacia Mick apuntando con su arma», dice Hart. Lo que hizo Passaro «fue realmente heroico en algunos aspectos, correr hacia alguien con un arma y confrontarlo».
Eric Saarinen, otro camarógrafo de los Maysles, se sorprendió cuando vio las imágenes de Passaro dirigiéndose hacia Hunter mientras todos a su alrededor se alejaban del arma.
«Era tan frío, tranquilo y sereno», dice Saarinen. «Cada vez que Meredith miraba en la dirección opuesta, él hacía un movimiento. Bajó y tomó su cuchillo. Luego, cuando Meredith (balancea el arma) por segunda vez, sale, da dos pasos y lo apuñala entre los omóplatos».
Luego de terminar la canción, Richards regañó a los Hells Angels desde un escenario lleno de gente. Él y sus compañeros de banda no tenían idea de que Hunter había sido asesinado, pero habían visto a los Angels atacando a alguien entre la multitud.
«Escuchá, man», se queja Richards en la película. «O estos gatos se calman, man, o no tocamos».
Hoy, Richards dice de ese momento: «Fue tocar y listo, y era solo una cuestión de, alguien, tratar de tomar una decisión, y lo hice. De lo contrario, ya sabés, sos totalmente impotente… y vas a tener anarquía y caos».
Una imagen vale más que mil palabras, y los Maysles mostraron a Hunter siendo apuñalado, a Jagger y al baterista Charlie Watts ante la cámara, e hicieron que su asombrada respuesta formara parte de «Gimme Shelter». Pero lo que sucedió después, en tiempo real, no fue captado en la película. Sería detallado por el médico forense y en el informe policial. Después de que el arma había sido desactivada, cuando ya no había peligro para nadie, los Hells Angels golpearon a Hunter sin piedad. Le dieron una patada en la cara, lo apuñalaron al menos tres veces más y golpearon su cabeza con un tacho de basura.
«Recuerdo que grité y traté de acercarme a él y que la gente tiraba de mí, intentando protegerme, más o menos», dice Bredehoft. «Y luego recuerdo que este Hells Angels se dio vuelta y me agarró y me dijo: ‘¿Por qué llorás por él? No vale la pena'».
La mañana siguiente al festival de Altamont, con los Rolling Stones volviendo a Europa, los diarios inicialmente minimizaron el hecho. El exuberante titular de la primera plana del San Francisco Examiner declaró «300.000 lo dicen con música», y señaló que «salvo por el apuñalamiento, todos parecían pacíficos en el concierto».
El domingo por la noche, sin embargo, comenzó a correrse la voz. Stefan Ponek, un DJ de la radio KSAN-FM de San Francisco, decidió realizar una investigación al aire. Habló con Cutler y otros que estaban en el show. Cuestionó el comportamiento de los Angels, pero no emitió un juicio.
«No se pueden sacar conclusiones», dijo Ponek al aire al final de su programa. «Una combinación de factores es lo que convirtió a Woodstock en un gran éxito. Y la combinación inversa de factores es lo que convirtió a Altamont en un desastre tan grande».
El artículo de Rolling Stone culpó a casi todos. «El peor día de todos los tiempos del rock and roll», dijo la revista, y culpó al «egoísmo, exageración, ineptitud, manipulación del dinero y, básicamente, una falta fundamental de preocupación por la humanidad».
Ese febrero de 1970, en una entrevista con el periodista Howard K. Smith, Jerry García no estaba seguro de qué hacer con Altamont. Comenzó llamándolo «la otra cara de la moneda de Woodstock».
«Hay una gran gran lección para todos nosotros», continuó García. «Cada líder, cada revolucionario, todos los que están considerando los cambios sociales y la forma en que será, ya sabés… Es como si hubiera algo que aprender de todo eso».
«¿Qué es?», preguntó Smith.
«Bueno, no sé», dijo García. «Todo el mundo tiene que mirarlo y descubrirlo … Todavía estoy descubriendo cosas, sigo hablando con la gente y obteniendo varios puntos de vista, pero, ya sabés, fue algo pesado, fue de alguna manera algo pesado, y nada pesado cae sin que sea una especie de lección».
Para la hermana mayor de Hunter, Dixie Ward, todo esto sigue siendo demasiado familiar. No puede evitar sentir cierto cinismo luego de que Passaro se defendiera y fuera absuelto.
«La gente negra ha estado en estas situaciones muchas veces. Y no esperamos que los blancos hayan ayudado a una persona negra», dice.
«No necesito que Meredith sea recordado por nadie más que yo y mi familia», agrega. «Lo llevo conmigo. Y no necesito una multitud para llevarlo conmigo».
Burks, el editor gerente que supervisó el artículo de Rolling Stone, sostiene que toda la premisa del festival se basó en un espejismo. No le sorprende que nadie haya dado el primer paso, ni los Stones, ni los Dead, ni nadie, y hacer lo único que podría haber salvado el día: nadie dijo que no.
«Decir no habría sido no a Woodstock», dice.
Medio siglo después, ese festival todavía se ve como el epítome del movimiento de paz y amor que definió la década de 1960. Altamont es la nota al pie disonante de la década.
Los comentaristas culturales consideran que Altamont es el final espiritual de la década de 1960, un desenlace oscuro principalmente ignorado en lo que se nos intenta vender de la Era de Acuario.
«Si los años 60 fueron una gran ola, Altamont fue la cresta de la ola», dice Greil Marcus, «y cuando el agua retrocede ves toda la basura y los peces muertos que quedan».