Han pasado ya cien años desde su nacimiento, 75 de su primer número uno y 35 de su particular canto de cisne «New York, New York», pero la voz y la figura de Frank Sinatra no sólo no se han apagado, sino que permanecen como una piedra fundamental de la música y la cultura popular del siglo XX.
Icono y estrella legendaria del swing y del jazz, capaz de resistir el impulso del primer rock y hasta de convertirse en un meritorio actor dramático, Sinatra encarna la imagen del sueño americano, del talento y la ambición desmesurados, pero también del personaje con misterios y sombras aún por descubrir.
Nació el 12 de diciembre de 1915, en Hoboken (Nueva Jersey, Estados Unidos) y volvió a nacer minutos después, luego de un parto complicado (el fórceps le dejó un tímpano perforado y una cicatriz detrás de la oreja). Cuando su abuela notó que había dejado de respirar, lo puso debajo del chorro de agua fría de una canilla hasta que recuperó el aliento. Toda una prueba para esos pequeños pulmones que luego alimentarían a La Voz (así, en mayúsculas).
Todavía como Francis Albert Sinatra, creció en un barrio de clase media. Su infancia estuvo marcada por sus orígenes italianos, la rigidez de su madre y la pobreza propia de su zona y de la depresión económica.
Quedó fascinado por las canciones de la radio de Bing Crosby, modelo de referencia para un Sinatra que se beneficiaría de los cada vez mejores micrófonos para fundar un estilo mil veces copiado: los vocalistas ya no tendrían que gritar para sobreponerse a las orquestas, sino que podrían cantar relajados, gustándose, susurrando y hasta saboreando cada nota.
En una entrevista en la revista «Life» en 1970, Sinatra creía recordar que la primera vez que se subió a un escenario fue a finales de los años 20 en un hotel de Nueva Jersey. «Probablemente me pagaron con un par de paquetes de cigarrillos y quizá un sándwich», añadió.
Como era común en aquel tiempo, inició su carrera en un concurso de radio. Se presentó acompañado por el trío Three Flashes (se hacían llamar Hoboken Four) en la audición «Major Bowes Amateur Hour». Se llevaron el primer premio, que fue una gira auspiciada por ese programa, aunque Sinatra no la terminó por diferencias con sus compañeros de grupo.
La popularidad llegaría al frente de las orquestas de Harry James y Tommy Dorsey, con quien logró su primer gran éxito, en 1940, gracias al tema «I’ll Never Smile Again». Alcanzó el puesto número 1 de Billboard el 27 de julio de ese año. Al año siguiente, con la misma orquesta, hizo su primera intervención en el cine («Las Vegas Nights», de Ralph Murphy).
«Voy a volar alto. He planeado mi carrera. Desde el primer minuto que me subí a un escenario decidí llegar justo hasta donde estoy, como el chico que empieza siendo un oficinista y tiene la visión de llegar a ocupar la oficina del presidente», dijo Sinatra en 1943 según el libro «Frank: The Making of a Legend», de James Kaplan.
Para entonces la fiebre por Sinatra ya era una realidad, con miles de jóvenes (las bobby-soxers, por sus características medias) suspirando por un magnético vocalista, de irresistible atractivo, voz cálida y mirada pícara.
En esta tercera década de vida recibió invitaciones a la Casa Blanca del presidente Roosevelt, cantó en el Hollywood Bowl, realizó su primer protagónico en cine («Higher and Higher», 1943) y cantó para las tropas norteamericanas estacionadas en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
La era dorada de Sinatra llegó con su época en Columbia y los «discos conceptuales» de los años 50, álbumes como «In The Wee Small Hours» o «Songs For Swingin’ Lovers» en los que bordó su estilo elegante «jazzy» de seductor y de «bon vivant».
En ese cambio de registro hacia un Sinatra más maduro, que ya no sólo canta al amor feliz sino también a la soledad y la melancolía, tuvo una importancia crucial el cine, ya que tras pasar por comedias como «Anchors Aweigh» (1945) dio un sorprendente golpe en la mesa con su papel dramático de «From Here to Eternity» (1953), que le valió un Oscar.
Sin embargo, la imagen del canalla incorregible pervivió, ya que nunca abandonó los vicios y las juergas aventureras, casi siempre acompañado por sus colegas del «Rat Pack» en Las Vegas: Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop.
En el tema «Love and Marriage», Sinatra cantaba que «no se puede tener uno sin el otro» y en su vida lo aplicó con rectitud: se casó cuatro veces, sin que eso lo privara de tener otras relaciones como con la actriz Lauren Bacall.
Nancy Barbato, Mia Farrow y Bárbara Marx, esta última su mujer hasta que el cantante murió, fueron tres de sus esposas, aunque el más recordado sea su matrimonio con Ava Gardner con quien tuvo una relación extrema, volcánica y tormentosa.
Otro punto oscuro de Sinatra es su posible relación con la mafia, sostenida por su ascendencia italiana, su presencia constante en Las Vegas y su relación con capos como Lucky Luciano o Sam Giancana, hasta el punto que la investigación del FBI concretó un expediente de 1.275 páginas de investigación sobre el artista.
Resistente a los inicios del rock, música que despreciaba como apunta el documental de HBO «All Or Nothing At All», Sinatra demostró una longevidad admirable al permanecer durante cuatro décadas en lo más alto de los ránkings con canciones imperecederas como «I’ve Got You Under My Skin», «Fly Me To The Moon» o «My Way».
Tras un frustrado retiro en 1971, prolongó su carrera hasta su muerte en 1998, el fin de una estrella con alrededor de 1.300 canciones grabadas y cuya vida definió así su hijo Frank Sinatra Jr.: «Sus imperfecciones eran irritantes, pero fue un artista genuino y su obra perdurará mientras las personas puedan escuchar, reflexionar y sentir».
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