Alguna vez, George Harrison dijo que la reunión de los Traveling Wilburys probablemente nunca se hubiese dado si hubiera sido algo planeado. Una serie de circunstancias se concatenaron para la gestación del grupo. A mediados de 1988, la compañía discográfica le pidió a Harrison que grabara un lado B para el último single de su exitoso álbum «Cloud Nine».
Durante una cena en Los Ángeles, contó con la ayuda de Jeff Lynne y Roy Orbison, que estaban trabajando en el álbum que marcaría el regreso de este último. Debido a que tenían poco tiempo, le pidieron permiso a Bob Dylan para usar el estudio de su casa en Malibu. Más tarde, Harrison fue a la casa de Tom Petty para buscar una guitarra que había dejado allí e invitó a su amigo a unirse. Después de que el improvisado grupo registrara la canción «Handle With Care», Warner Bros. decidió que era demasiado buena para ser un lado B. Tras haber querido formar una banda con amigos cercanos durante años, finalmente Harrison planteó la idea de hacer un álbum completo. Así nacieron los Traveling Wilburys y sus seudónimos: Nelson (George Harrison), Otis (Jeff Lynne), Lefty (Roy Orbison), Charlie T., Jr. (Tom Petty) y Lucky (Bob Dylan).
Completado en solo seis semanas, «The Traveling Wilburys Vol. 1” fue lanzado el 19 de octubre de ese año. Marcado por canciones de rock optimistas, la pulida producción característica de Lynne y mucho humor inteligente, «Vol. 1» se convirtió en un gran éxito. Le permitió a la banda ganar un Grammy en la categoría de Mejor Interpretación de Rock por un Dúo o Grupo y eventualmente se convirtió en triple platino en los Estados Unidos, todo esto sin los beneficios que siempre implican una gira o shows en vivo.
Pero el disco hizo más que eso: también rejuveneció las carreras de Dylan, Orbison y Petty. Petty lanzó su opus solista «Full Moon Fever», producido por Lynne, al año siguiente, y «Oh Mercy» de Dylan, también publicado en 1989, se convirtió en su mayor éxito en años. Orbison, lamentablemente, no pudo disfrutar de los beneficios, puesto que murió de un ataque al corazón en diciembre de 1988, poco después del lanzamiento de «Vol. 1» y antes de editar su propio álbum de regreso, «Mystery Girl».
En 1990, con el quinteto reducido a cuarteto tras la muerte de Orbison, los Wilburys publicaron «Vol. 3” (con un título evidentemente en broma). El disco logró críticas y ventas más modestas. Y eso fue todo. A pesar del interés dentro de la banda y las especulaciones mediáticas recurrentes, los Wilburys nunca volvieron a grabar. Después de poco tiempo, el milagroso supergrupo ya pertenecía al pasado.
¿Qué se puede decir sobre los Traveling Wilburys en 2018? Su breve historia no deja mucho espacio para el revisionismo. Tres décadas después, aquellas canciones de “Vol. 1” y “Vol. 3» todavía siguen sonando frescas. «Vol. 1» es claramente el mejor de los dos discos. Hasta el día de hoy, sigue siendo divertido, agradable, pícaro y melodioso, un disco perfecto por su propia sencillez.
El álbum refleja una autocompasión exagerada en «Handle With Care» y «Congratulations», la doble estupidez de «Dirty World» y la colorida incoherencia de «Margarita».
La letra más graciosa es cortesía de Bob Dylan con «Tweeter and the Monkey Man», un cuento inspirado en Bruce Springsteen sobre gente de mala vida de Nueva Jersey salpicada de guiños al «Jefe». Dylan teje la letra con un título de canción de Springsteen tras otro: «Thunder Road», «State Trooper», «Mansion on the Hill», «Stolen Car» y más. Es muy exagerado («¡En Jersey, cualquier cosa es legal / siempre y cuando no te atrapen!») Y, sin embargo, Dylan lo interpreta de manera directa. Es difícil no respetar su compromiso total de darle vida a la historia. Vende la canción y la historia de principio a fin.
Si Dylan tiene la canción más impactante en “Vol. 1″, se podría decir que Roy Orbison estuvo detrás de los momentos más emotivos del disco. En palabras de Petty, el amable Orbison era su «as de espadas». No hay nada igual como su voz operística, y lo que es tan diferente al escucharlo en «Vol. 1» es que no está en el centro de la escena, sino que es uno más. El melodramático «Not Alone Any More» es el único lugar en el que Orbison luce su voz en primer plano. El resto del tiempo se está mezclando con los otros Wilburys o haciendo su aporte en los coros. Esto hace que aumente el impacto de su presencia.
Sólo hay que pensar en «Handle With Care». Cuando él entra y canta «Estoy tan cansado de estar solo», lleva la canción a un lugar completamente diferente. Uno de los pasajes más conmovedores del álbum es el giro de Orbison en el fantástico final, «End of the Line». Cuando entra casi a la mitad, se siente como si todo lo demás pasara a un segundo plano y de repente hubiera un ángel presente. «Bueno, todo está bien / Incluso cuando llega el momento de empujar» (en el videoclip sólo aparece su guitarra, ya que el cantante había fallecido poco antes del rodaje). Orbison era un hombre muy familiarizado con la tragedia, y aquí está prestando su voz a una canción de radiante elevación y optimismo.
Otro momento destacado de «Vol. 1” es «Last Night”, una atrevida narración sobre un romance que salió mal, cuando Orbison canta: “Le pedí que se casara conmigo / Ella sonrió y sacó un cuchillo / La fiesta recién comienza, dijo / Tu dinero o tu vida». Claramente, las huellas dactilares de Dylan están en esas líneas. Representa la magia que fue posible con estos cinco artistas muy diferentes operando como una unidad y compartiendo el foco de atención.
Los Wilburys se tenían admiración y afecto mutuos, pero había algo muy especial en la participación de Orbison, probablemente debido en parte a su estatus de estrella mayor. En un documental sobre “Vol. 1”, casi todos mencionan el privilegio de trabajar con él. Como lo menciona Petty, cada vez que daba un paso atrás para procesar todo lo que estaba sucediendo, a menudo pensaba: «¡Guau, Roy Orbison está en la banda!». O como el baterista de los Wilburys, Jim Keltner, observó una vez, «fue la presencia de Roy la que los hizo estas a la altura de las circunstancias».
Orbison murió de un ataque al corazón en diciembre de 1988, mucho antes de que comenzara el trabajo en “Vol. 3″. Es una de las razones por las que la secuela no estuvo a la altura del original. No se puede dejar de lado al incomparable Orbison y seguir teniendo el mismo nivel artístico. Su voz no solo era maravillosa, sino que también trajo una gran variedad al lienzo sonoro de “Vol. 1”.
Además, generalmente no es fácil hacer un disco así y capturar ese tipo de chispa por segunda vez. En “Vol. 1″, Harrison y los demás estaban creando los Traveling Wilburys. Había espontaneidad en el aire. Estaban aprovechando nuevas ideas. En el enérgico pero menos inspirado “Vol. 3″, ya estaban actuando como los Wilburys. Tenían una imagen para defender, personajes para habitar. Es por eso que a veces se siente forzado, como en “The Devil’s Been Busy”, “7 Deadly Sins” y “Wilbury Twist”.
No estaría bien hablar del «legado» de los Wilburys. La palabra no encaja con una banda que no tenía egos. No había ambiciones ni expectativas serias. No apuntaban a nada grande o significativo, a algún tipo de monumento a su genio colectivo. En cambio, lo que dejaron atrás fue algo simple y encantador, pero sagrado a su manera: una celebración de camaradería y hermandad.
A los Wilburys les encantaba hacer música y estar en compañía de los demás. Era un pasatiempo, una salida para que todos bajaran la guardia, se rieran y fueran uno más (sí, incluso Dylan). Petty dijo una vez que esos días estaban entre los mejores de su vida. Pero debido a quiénes eran, la banda siempre representará algo notable. Si algo se erige como su legado, es esta alquimia de épica con modestia: grandes talentos al servicio de la diversión y la amistad. Nunca más volverá a haber algo como los Traveling Wilburys.