El 30 de mayo de 2002, después de terminar la grabación del que sería el décimo disco de su banda, Manuel Ricardo Espinosa decidió saltar desde el quinto piso de un monoblock. Ese sería su último acto, inexplicable, como buena parte de su carrera artística.
Muchos años antes de convertirse en un personaje de culto, pero algunos años después de haber decidido formar una banda de punk-rock, Ricky Espinosa tenía que subir al escenario para tocar con Flema en el gimnasio «José María Gatica» de Villa Domínico. Corría el año 1993, y un grupo de adolescentes punkrockers de la zona sur del conurbano habían conseguido que la Municipalidad les prestara el lugar para realizar un festival «a beneficio» de un par de comedores populares de la zona. La entrada: un alimento no perecedero. La salida: el hambre y las ganas de comer.
El festival en sí era una de esas sucesiones interminables de banditas formadas por pibes que no tenían otra cosa que hacer que juntarse a tocar canciones de dos tonos en quintas. Después de eso, como a las tres de la madrugada, vendrían los dos platos fuertes de la noche: Loquero y Flema.
Loquero, en 1993, todavía era una banda prácticamente desconocida para la escena punrocker de Capital y Gran Buenos Aires. De hecho, aquel de Villa Domínico fue uno de los primeros shows de la banda fuera de su Mar del Plata natal.
Flema, en cambio, ya llevaba varios años dando vueltas por los escenarios de los antros porteños en los que se tocaba y se iba a escuchar punk-rock. Tenía, incluso, alguna que otra separación encima y un par de cambios de formación. No eran «famosos» al nivel de Ataque’77 o Los Violadores, pero tenían unos cuantos incondicionales que los seguían a cualquier lugar en donde fueran a tocar. Sobre todo si ese lugar quedaba más o menos cerca de Gerli o Avellaneda.
Esa noche de invierno de 1993 Ricky no se subió al escenario para tocar con Flema. Era un época en la que prefería quedarse conversando con la gente que se le acercaba, caja de vino en mano, a charlar con él. Aunque se especulaba con que tocarían igual, sin Ricky, Flema tampoco subió al escenario.
La etapa «pre-profesional» de Flema está llena de anécdotas como esta, y la que llegó después también, aunque con menos espontaneidad y más testigos.
Es mucho lo que se ha escrito sobre Ricardo en estos años que pasaron después de su muerte, pero poco lo que se lo ha escuchado. Tanto que pasó a formar parte de ese odioso catálogo de artistas que se han vuelto más célebres que su obra, ya sea por alguna ocurrencia que tuvo durante una entrevista o, lo que es peor, por la interpretación ad hoc de algunas de las tantas pavadas que decía. Ya no sabemos muy bien quien fue Ricky: ¿El último nihilista? ¿O un chico de Gerli que quería divertirse mientras se reía de los demás?.
Como en los finales de «Elige tu propia Aventura», preferimos quedarnos con la segunda opción y recordar al chico de Gerli así, como a nadie, y como él decía: «Bueno nadie, chau adiós».
(Télam)