La reina Isabel II del Reino Unido falleció este jueves a los 96 años y tras siete décadas de reinado, informó el Palacio de Buckingham, que más temprano había indicado que los médicos estaban «preocupados por su salud».
La soberana se encontraba bajo observación en Balmoral, su residencia de verano en Escocia, adonde se dirigieron sus nietos e hijos, incluyendo al príncipe Carlos, de 73 años y heredero del trono.
De los flirteos con Los Beatles a la burla de los Sex Pistols: la Reina y su relación con el rock
Con la lucidez suficiente como para comprender el nuevo rol determinante que comenzaba a desempeñar la juventud en la historia, la reina Isabel II vislumbró en la cultura rock la posibilidad de mantener la ilusión de cercanía con el pueblo. Y fueron Los Beatles los elegidos para cimentar una sinuosa alianza con el pujante movimiento, que iba a saber tanto de pleitesías como de burlas descaradas.
Además de los cuatro de Liverpool, Elton John, Rod Stewart, Mick Jagger, Robert Plant, Sting, Eric Clapton, Van Morrison, los Bee Gees, David Gilmour y Bono, entre otros, conforman la profusa lista de grandes luminarias del rock que se arrodillaron ante la Reina Madre para recibir sus respectivas medallas de Miembro de la Orden del Imperio Británico.
Pero la monarca también supo de grandes desplantes en este camino por parte de algunos artistas que en cierta forma recordaron, con sus actitudes, el verdadero espíritu del rock y le devolvieron esporádicamente parte de la credibilidad perdida.
En esta gran parábola, la condecoración a Los Beatles -la primera a artistas de esa índole- ocurrida el 26 de octubre de 1965 y el escándalo en el Jubileo de Plata, cuando los Sex Pistols irrumpieron desde un barco que navegaba por el Támesis vociferando los venenosos versos contra Isabel II de su canción «God Save the Queen», en junio de 1977, aparecen como los dos grandes extremos.
Sin embargo, antes de la tumultuosa jornada de 1965 en el Palacio de Buckingham, la Reina ya había tenido un primer acercamiento al rock cuando en noviembre de 1963, perceptiva del nuevo fenómeno, incluyó a Los Beatles en el espectáculo anual de variedades que se ofrecía a la familia real en el londinense teatro Príncipe de Gales.
Pero ese día también, su majestad iba a tener una muestra de que la relación no iba a transitar por terrenos plácidos. Fue, cuando en medio del furor del público y de la propia monarca por la actuación del grupo, John Lennon lanzó su burlona frase antes de cerrar el set con «Twist & Shout»: «Para el próximo número quiero pedirles un favor. Los de los asientos baratos pueden aplaudir; los de los asientos caros pueden sacudir sus joyas». Desde las manos enjoyadas de Isabel II sonaron fuertes palmas luego de esas palabras.
Para la reconstrucción de la posguerra, la figura de la monarquía en Gran Bretaña resultaba fundamental por su capacidad para unificar sentimientos nacionalistas; pero superada esa primera etapa; el surgimiento de un nuevo perfil de joven, con gustos y comportamientos que tomaban distancia de sus mayores, obligó a tramar alguna estrategia que permitiera mantener el control social.
Si el rock era el canal de expresión de la juventud, ahí habría que concentrar esfuerzos y Los Beatles simbolizaba todo eso. Por ese motivo, la monarquía dio un paso más audaz en 1965, cuando puso a la banda al mismo nivel que a los héroes de guerra o prominentes nobles al condecorarlos, y confirió así, de manera soslayada, un carácter oficial a la cultura rock que la despojaba de toda peligrosidad.
Al igual que con su sardónica frase, iba a ser el mismo Lennon quien en 1969 volvería a poner en jaque a la Reina, cuando devolvió su insignia en protesta por la postura británica ante la invasión estadounidense a Vietnam.
Para entonces, el pulso juvenil que había dominado gran parte de la década en base al baile, el color y la moda dictada desde Carnaby Street -una situación controlable e incluso aprovechada por la realeza-, se había mudado a San Francisco al calor del hippismo.
La oleada de rock progresivo en Gran Bretaña durante la primera mitad de los 70, con sus apolíticas posturas y sus líricas que oscilaban entre las historias fantásticas u oníricas y los relatos epopéyicos, hicieron que el rock olvidara su filosofía rebelde, lo cual le dio a la Monarquía un respiro sin necesidad de ningún esfuerzo.
Un buen símbolo de época, en tal sentido, puede ser el recurrente final de los conciertos de Queen, cuando sonaban los acordes de «God Save the Queen», la canción patriótica del imperio británico que el grupo grabó como cierre de su disco «A Night at the Opera», mientras Freddie Mercury se paseaba por el escenario con una capa y una corona.
Pero también fueron años de recesión económica y políticas conservadoras, que expulsaron a muchos jóvenes del sistema y sembraron desesperanza. Fue el huevo de la serpiente para la aparición del movimiento punk, que iba a centrar gran parte de su furia en la Reina.
Los Sex Pistols, grupo insignia del punk rock, con su irónica canción en contra de la Soberana y la caricaturización de su figura en la portada de su único disco «Never Mind The Bollocks», volvió a poner al rock en su lugar de origen.
Pero la puesta en escena realizada en el Támesis, acorde al situacionismo que planteaba el movimiento, no tuvo réplicas a lo largo del tiempo y la rabia punk fue corriendo el foco de la Reina o directamente se fue diluyendo.
Ya con el rock en convivencia plena con el establishment, las cosas fluyeron de otra manera para Isabel II, quien supo nuevamente leer la situación y decidió avanzar en su política de condecorar figuras populares. Con el correr de los años, los rockeros fueron haciendo contentos la fila para recibir sus respectivas medallas e Isabel II sabe, a esta altura, que también reina para esa casta.
Por Hernani Natale (Télam)