B.B. King, verdadero sinónimo de blues, tanto por el derrotero de su vida personal como por su magistral aporte al género; quien más allá de erigirse como un rey musical mostró generosidad ante sus colegas más jóvenes y hasta retroalimentó su estilo a partir de su contacto con estrellas del rock, moría el 14 de mayo de 2015, poco antes de cumplir 90 años, mientras dormía en su casa de Las Vegas.
Hijo de un matrimonio de Misisipi que trabajaba en una plantación de algodón, criado por su abuela desde pequeño en medio de una sociedad marcada por la segregación racial, con activa participación en el coro góspel de la iglesia y abrazado a una guitarra desde los 12 años, la formación de este artista reunió todos los ingredientes de un imaginario manual del perfecto blusero.
Pero más allá del tradicional estilo que adoptó en sus interpretaciones, Riley Ben King, tal su verdadero nombre, no se aferró a dogmas e incorporó conocimientos a partir de la interacción con estrellas de la música que, en muchos casos, lo consideraban su maestro, tal el caso de Eric Clapton o Al Kooper, por citar apenas algunos ejemplos.
Acaso por ese motivo, la música de B.B. King presentaba fusiones con el jazz, el pop, el swing, aunque sin perder nunca su raíz blusera marcada por el contexto en el que había crecido y se había criado.
De la costumbre en las plantaciones de algodón de los trabajadores de llamarse y responderse con cantos -recreada en ritmos negros como el blues o las llamadas de tambores-, este artista tomó elementos para su particular fraseo a la hora de tocar la guitarra, un estilo que se caracterizó también por la ausencia de acordes y el vibrato que creaba con el movimiento de su mano izquierda, recurso elegido para suplir al conocido slide.
En tanto, su participación en el coro de la iglesia lo llevó a referirse al blues como «una fe, una religión»; mientras que el lamento en su toque y su canto conllevaba el horror de los cuerpos de personas negras linchadas por el Kú Klux Klan que solía encontrar por los senderos por los que transitaba durante su infancia.
Como se mencionó antes, tuvo una niñez dura marcada por la pobreza, el abandono de su padre, la crianza a cargo de su abuela, la posterior muerte de su madre y la violencia racial.
La música significó un escape para el joven que desde los 18 años comenzó a deambular por distintos clubes nocturnos, radios locales y bailes con su guitarra, a la que bautizó Lucille.
Cuenta la leyenda que llamó así a su instrumento luego de que en uno de esos bailes se produjera un incendio a raíz del derrame del aceite de una lámpara, en medio de una pelea entre dos hombres por una mujer de ese nombre. Aunque todos escaparon rápido del lugar, B.B.King decidió volver en medio de las llamas para recuperar su guitarra.
En la década del 50, el músico logró establecerse como una de las figuras del género, en una época en la que también brillaron Albert y Freddie King, lo que originó que todos ellos fueran conocidos como «los tres reyes».
Sin embargo, el boom del blues a partir del rescate realizado por artistas de rock británicos como el caso de John Mayall, Eric Clapton y Jimmy Page, a fines de los 60, ubicó a B.B. King en otra dimensión marcada por la incorporación de público joven entre sus seguidores.
A partir de ese momento, que coincidió además con el lanzamiento de «The Thrill Is Gone», su interpretación más famosa, comenzó a actuar en los mismos auditorios que las bandas de rock y fue convocado por distintos programas de televisión, que no solían contar con bluseros entre sus invitados.
Estas particularidades, sumado a las ventas masivas de sus discos y el reconocimiento de la industria con diversos premios, convirtió a B.B. King en el artista más famoso de un género plagado de figuras de culto pero de escaso conocimiento a nivel masivo.
Establecido ya como una leyenda de la música, siguió sumando colaboraciones como la que tuvo junto con U2, en 1988, en el tema «When Love Comes To Town», del disco «Rattle and Hum»; la placa de ese mismo año «B.B. King and Friends», que lo reunió con Stevie Ray Vaughan, Billy Ocean, Chaka Khan y Phil Collins, entre otros; o el álbum registrado junto a Eric Clapton, en 2000, llamado «Riding With The King».
Las giras y shows de este artista fueron constantes, al punto de llegar a realizar 300 conciertos por año, una cifra que mantuvo más o menos inalterable hasta un año antes de su muerte, en que comenzó a evidenciar problemas para subirse a un escenario.
Algunos comportamientos erráticos y una caída sufrida en un recital en Chicago comenzaron a marcar el final de la larga trayectoria del rey del blues que aceptó su corona, pero eligió bajarse del trono para dialogar y aprender de quienes lo veneraban.
Sus visitas a la Argentina y su particular relación con Pappo
Desde su primera visita a la Argentina, en 1980, cuando no abundaban los show internacionales por estos lados, B.B. King forjó una especial relación con el país que tuvo su punto máximo cuando invitó a Pappo, nuestro héroe del blues local, a sumarse en 1993 a un show en el Madison Square Garden, del que también participaron leyendas del género como Buddy Gay y Koko Taylor.
«Es uno de los más grandes guitarristas, no sólo de Argentina, sino de todo el mundo», llegó a decir el rey del blues del artista argentino, al que adoptó como amigo y lo rebautizó como «The Cheeseman» por la horma de queso que el hombre oriundo del barrio porteño de La Paternal le había llevado de regalo al camarín de Obras, en aquel lejano 1980.
B.B. King había sido traído al país por Carlos «Pirimpimpín» Geniso, un ex músico devenido empresario, quien, según cuenta la leyenda, perdió sumas millonarias de dinero por esa aventura.
Sin embargo, el artista tomó nota de esta situación y en sus posteriores visitas puso como condición que Geniso estuviera involucrado en la negociación, aunque esto implicara dejar de lado ofertas más jugosas.
Precisamente, esa primera visita también sentó las bases de su relación con Pappo, quien pasó por camarines para saludar con un queso de regalo y logró sacarse una foto en la que también aparecen Héctor Starc, Willy Quiroga y Rinaldo Rafanelli.
Ya en los primeros años de los 90, cuando las visitas internacionales eran cosa de todos los días gracias a la ley de convertibilidad, B.B. King regresó en varias ocasiones y, en todas ellas, daba la oportunidad de que algún número local se encargara de abrir el show.
Pappo fue uno de los artistas que tuvo ese privilegio y su performance resultó tan arrolladora que el propio rey del blues pidió, al escucharlo mientras ingresaba al estadio, que lo invitaran a sumarse a su concierto.
Este primer encuentro musical en 1992 en Obras fue el origen del convite del músico al argentino a ser parte de una de sus presentaciones en el mítico reducto neoyorquino.
«Mi amigo Pappo», solía decir cada vez que alguien le mencionaba al músico local y su rostro denotaba tristeza cuando, tras su muerte en 2005, lo recordaba.
Texto: Hernani Natale