Podría decirse que fue el músico que originó que en el rock argentino el público coree los riffs introductorios de cada canción, sin embargo el sello dejado en la escena local por Skay Beilinson en sus 70 años es mucho más rico y profundo, y reside en un complejo combo en el que conviven sus novedosas sonoridades, su novelesca historia familiar y su misticismo personal.
El guitarrista y genial creador, que este sábado 15 de enero festejará su cumpleaños, es el responsable de memorables fraseos que dieron su carácter definitivo a clásicos de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, pero además dotó al grupo de personales colores a partir de la introducción de elementos de la música judía y gitana, totalmente novedosas en la escena local.
Todo ello sin sacar su pie del sonido rockero heredado de «héroes» de la guitarra como Keith Richards y tomando distancia además del viejo vicio de los tradicionales intérpretes del género de sumergirse en largos y virtuosos solos.
Pero la marca dejada por Skay también se explica en su enigmática figura, que arriba del escenario encarna un personaje de rockstar pero debajo de él se convierte en un hombre entregado a una sencilla vida espiritual, en la que los libros, la música y su endogámica relación con su pareja Poli ocupan el exclusivo centro.
En esos planos se mueve este hombre con una sabiduría cuasi-zen proveniente de sus intensas vivencias familiares y personales, y de sus largas reflexiones surgidas de sus lecturas y experiencias propias.
Nacido en el seno de una familia acomodada de origen judío bajo el nombre de Eduardo, Skay estudió guitarra desde chico y la posibilidad de realizar un viaje a fines de los 60 por Francia y el Reino Unido lo puso en contacto con las novedades rockeras del momento. También tuvo la posibilidad de ser testigo directo de las famosas revueltas estudiantiles parisinas del 68.
A su regreso fue parte de la banda platense Diplodocum Red & Brown y estuvo en contacto con La Cofradía de la Flor Solar, dos experiencias ligadas a la psicodelia y la contracultura. En los 70 también vivió durante un tiempo de manera hippie en la localidad bonaerense de Pigüé y sufrió el secuestro de su padre de manos de un grupo guerrillero.
La asociación con el Indio Solari y la conformación de Los Redondos ya es historia más conocida, aunque será esa plataforma desde donde iba a plantear un abordaje distinto a la hora de ejecutar su instrumento.
En una entrevista con la agencia Télam, su compañero en Los Redondos hasta 1987, el guitarrista Tito «Fargo» D’aviero, lo definió como «un tipo con unos recursos increíbles y siempre manteniendo una conducta, que tiene que ver con ser muy eficaz en el contexto de la canción».
«Él tiene esa particularidad de economizar con un muy buen sonido», resumió el exRedondos y actual Gran Martell, quien diferenció ese estilo al de los «emblemáticos guitarristas de los 60 o 70 que hacían solos largos».
«La mayor virtud que considero que tiene es que no pretende ser un héroe de la guitarra. Él adapta eso a su postura y eso lo pone en un lugar bastante diferente al de muchos guitarristas que conocemos. Es muy concreto en ese aspecto, muy medido. Pone el instrumento en función de la canción», amplió.
También se diferenció Skay de otros «héroes» locales de la guitarra en que no se ancló en el rock y el blues, sino que incorporó «su ADN judío y su toque medio gitano, medio oriental», según puntualizó el periodista Mariano del Mazo, coautor junto a Pablo Perantuono de «Fuimos reyes», el libro que cuenta la historia de Los Redondos.
«La bestia pop», «Superlógico», «Ji ji ji», «Ya nadie va a escuchar tu remera», «Semen up» y «Todo un palo» son algunos de los temas en los que el periodista puntualizó que aparece con nitidez el «temperamento» del guitarrista dentro de Los Redondos.
«Skay ha hecho de la limitación una virtud, un estilo. Lo dice él mismo. Él no se considera un gran guitarrista. Guitarristas virtuosos hay muchos, pero la musicalidad que tiene Skay es mucho más importante que sus limitaciones como instrumentista», remarcó Del Mazo.
Esa lucidez conceptual es la que posibilitó que la interacción con Tito Fargo cuando compartieron grupo se diera de manera «fluida».
«No es un tipo competitivo. De hecho, cuando tocábamos juntos, lo que mejor resultaba era la fluidez de saber que cada uno tenía su lugar. Como los dos somos parecidos en eso de trabajar siempre en función del contexto musical, era muy automático quién encaraba una parte y quien la otra. Se repartían las partes sin necesidad de hablar, se daba solo», apuntó el actual Gran Martell.
Pero el hombre que estremece con sus riffs y arriba del escenario asume un personaje cuyos «movimientos sinuosos» se asemejan a los que hace Keith Richards, según la consideración del autor de «Fuimos reyes», transita la vida cotidiana en un total hermetismo, sin llamar la atención.
«Hay una gran diferencia entre el escenario y la vida cotidiana. Skay se ‘lookea’ de rocanrol, pero abajo del escenario no le interesa nada. Vive aislado en su propio mundo y su propio mundo tiene que ver con la música. No lee diarios, no tiene celular, no anda por redes. Lee libros, toca la guitarra y está con Poli, la mujer de toda su vida», sintetizó Del Mazo.
En tal sentido lo definió como «un ser muy espiritual que se mantuvo alejado de todo» y que, aunque quedó oculto por la verba florida de su exsocio en Los Redondos, puede entablar largas conversaciones sobre diversos temas.
«Es un tipo muy observador, muy culto, a la manera hippie, capaz de hablarte dos horas del Tao o del I-Ching», graficó el periodista.
Y concluyó: «En entrevistas, el Indio siempre decía que ellos venían de una etapa en que ser clandestinos era un beneficio y que eso los salvó. Por eso nunca les interesó estar en la televisión y todo eso. Yo creo que Skay mantiene esa consigna, esa tendencia de estar metido en su mundo y dar las notas justas y necesarias».
Poco después de celebrar su cumpleaños 70, el músico seguirá su camino sin mirar atrás, como de costumbre, y tras lanzar algunos singles que sucedieron a su disco «En el corazón del laberinto», de 2019, se prepara para actuar este 5 de febrero junto a su grupo Los Fakires en el Estadio Centenario de Quilmes, para luego participar del Cosquín Rock 2022.
En sus reflexiones, el hombre del tartamudeo borgeano seguramente sabrá que tal vez no sea remera, pero en cada show, cuando aflora el rockero sanguíneo, revalida que sus riffs son cánticos populares marcados a fuego en la memoria colectiva.
Por Hernani Natale (Télam)