El Kuelgue es una de las bandas más eclécticas que ha dado el rock argentino en toda su historia, aunque ellos mismos renieguen de la etiqueta «rock». En su fusión, el grupo aborda estilos que van desde candombes hasta free-style, con una asociación libre de letras que juegan con los límites del humor absurdo.
«Todo nace como un juego de adolescentes, e intentamos mantener ese espíritu», cuenta sobre los orígenes del grupo el cantante Julián Kartún. «Es como un proceso lúdico y al mismo tiempo de creación entre amigos, que se dio de forma orgánica. En realidad era juntarse a ver videos de ‘Cha cha cha’ y a la noche jugar a hacer música… entonces lo que aparecía inevitablemente era el juego, y hasta el día de hoy».
Con un estilo tan difícil de definir, es comprensible que la banda tenga muchas influencias. «En cuanto a influencias es muy amplio», explica Kartún. «También lo que hacemos nosotros no es hacer un género específico porque escuchamos todo tipo de música. Cada uno viene con sus influencias y en el momento del ensayo se empiezan a mezclar los ritmos con los que venimos y termina este híbrido que se llama El Kuelgue».
En relación a las letras, ingeniosas y muchas veces absurdas, el cantante reflexiona: «Lo que pasa con El Kuelgue es que no nace queriendo ser una banda graciosa. Nunca quisimos hacer rock cómico ni hacer reír… no es el objetivo. Lo que pasa es que en este proceso de juego es inevitable que aparezca lo absurdo, entonces en el absurdo aparece algo de humor. No evitamos nunca lo serio, pero es difícil que entre algo serio en El Kuelgue».
«Yo soy actor, estudié para eso toda mi vida, y la música llega como si fuese un condimento más, como un recurso del actor», aclara quien comparte las tareas vocales con Santiago Martínez. «Yo no sé tocar ningún instrumento, no sé de música por lo tanto tampoco me considero músico, mi rol era el de poner la jeta y cantar. Cuando me dicen que soy músico me da como cosa, porque yo los veo a estos pibes hablando de música y yo no entiendo nada, entonces me parece un poquito una falta de respeto o, por lo menos, valorar al tipo que sabe de música. Yo sé de actuación, entonces ahí más o menos actúo a que soy músico o actúo a que soy cantante».
«Lo que aparece en El Kuelgue son imágenes, y como uno en la improvisación siempre agarra un poco lo que tiene más a mano, agarramos muchas cosas televisivas porque no renegamos de ser consumidores de tele… tal vez ahora no tanto, pero sí durante toda nuestra infancia/adolescencia», grafica.
«Lo que hacemos también, y me parece que es un valor de la banda, es no caretear cuando algo es parecido a algo, hay muchas bandas que vos podés escuchar algo y decir ‘ey, esto es una canción de los Beatles’ o ‘eh, este es un recurso de los Stones’, o ‘esto es Spinetta, le estás choreando’… nosotros blanqueamos directamente», se sincera. «Me parece que eso es como franco, también nos reímos mucho de nosotros y las cosas son así, no hay pose en el escenario. De todos modos, también es una pose no tener pose, pero eso es otra cosa».
Sobre la «futbolización» del rock y la pose del rockero, Kartún reconoce que «hubo un momento en el que todos nos dimos cuenta que era ridículo». Y agrega: «Nos sigue pareciendo una locura. La pose del rockero nos parece mentira, ya no le creemos nada porque todos vemos la cocina, el reality show ya es moneda corriente… así cambió la música también. Y cambió la pose. Lo que hace El Kuelgue es fusionar porque a nosotros nos gusta mucho el candombe, por ejemplo, ¿y por qué vamos a renegar del folclore? Para mí tiene más onda el floclore que el rocanrol. Para mí hacer la revolución es hacer tango, no es hacerse el loquito rockero con los pelos parados y prender bengalas. Ahí me parece que está la rosca. Lo diferente es eso».
«Hoy el rock es lo más funcional al sistema que hay», explica. «Hace unos años el que hacía rock estaba transgrediendo, ahora el rock son los Jonas Brothers… ya no le creemos más a eso. Tal vez el hecho de reírnos de nosotros mismos, eso de aflojar, eso de cagarnos de risa, de improvisar, de fracasar… porque la gente disfruta mucho del fracaso también, y hay que dárselo. Al fin y al cabo, el payaso se cae y la persona se reí, y eso no cambió».
Foto: Guido Adler