Los periodistas Mariano del Mazo y Pablo Perantuono escribieron una biografia del grupo Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, al que consideran un mito rockero «cuyo trono esta vacante, ya que no hay ninguna banda con los significados simbólicos que ellos tuvieron».
Experimentados y conocedores de la intimidad de Skay, el Indio Solari y la Negra Poly, trío creador y conductor de Los Redondos, ambos periodistas decidieron contar «una historia que partió del más hermoso sueño contracultural y terminó en un fenómeno masivo insondable».
El libro constituye un riquísimo y valioso documento sobre la vida de Los Redondos con detalles nunca revelados sobre las grabaciones de sus discos y sobre el desgaste de la relación que concluyo en una traumática separación.
Del Mazo tuvo una charla con la agencia Télam:
– ¿Hasta dónde es cierta la independencia de Los Redondos?
-Es muy real y era difícil sostenerla, porque la idea era trabajar de acuerdos a sus parámetros profesionales y musicales. Es fácil decirlo, lo que no es fácil es estar en el cuerpo de Poly cuando te llama Gustavo Yankelevich en 1993 ofreciendo 500 mil dólares para televisar un recital de Los Redondos o para que toquen cuatro temas en Telefé, tenés que decir que no.
Tenés que decir que no a todo el dinero que se movía en Argentina en la década del ’90, donde un dólar valía un peso. En ese sentido todos los querían tener a Los Redondos y se perdieron mucha plata por decir que no. El negocio de ellos fue lento y seguramente ganaron menos plata de la que hubiesen ganado si hubiesen hecho tres programas en Telefé o lo que fuere. En ese sentido yo valoro enormemente esa coherencia, me parece que siempre hicieron las cosas a su manera con una honestidad inicial muy grande.
– ¿El gran cambio de Los Redondos es a partir de su masividad?
– Hubo muchos cambios. El primer cambio es cuando deciden radicarse en Buenos Aires, la pareja Poly y Skay y después el Indio que estaba trabajando en un hogar de niños del hermano como preceptor hasta el 88, cuando ya tenían tres discos editados. Y un montón de platenses dijeron que no porque no había un rédito seguro, había un riesgo.
Ahí empezó la primera metamorfosis, desde que los tipos se instalan en Buenos Aires y empiezan a ser, de algún modo, protagonistas de la noche porteña, ese es el primer gran cambio. Cuando deciden dejar de ser un colectivo y una cooperativa y pasar a ser una banda de rock. En el camino se fueron volviendo cada vez más endogámicos. La Negra Poly, Skay y el Indio sabían que el único modo de que la historia fuese duradera era siendo profesionales.
– ¿Cuales son los otros cambios que sufrieron Los Redondos?
– Otra es cuando muere Luca Prodan, que gran parte del público de Sumo se va a Los Redondos -casualidad o no el Indio se afeita el bigote y se empieza a rasurar la pelada-. Ahí siguen y cada vez los va a ver cada vez más gente, van peldaño a peldaño. La Negra Poly siempre fue de la idea de que entren las 100 personas que estaban afuera antes de que se vean vacíos en los lugares donde tocaban, en ese sentido también era una estratega.
Hasta que llega el asesinato de Walter Bulacio y hay un distanciamiento de la banda con los periodistas que los apoyaron en el principio. Paradójicamente se van los periodistas y llega un nuevo público, que es el que empieza a llenar Obras. Ese fue una especie de fin de la inocencia, todo bien con el happening pero hay un muerto.
Lo que se les cuestionó en ese momento es fue que no fueron claros en cuanto al apoyo a las marchas para que se esclareciera el asesinato de Bulacio, que fue provocado por la policía. A Bulacio lo mata la policía que lo levanta antes de que ingrese al estadio y lo golpean y torturan.
Sucede otro episodio en la cancha de Huracán cuando al hijo de Poly, Claudio, la policía lo agarra y lo deja solo con la barra brava, que le piden guita y entradas para no armar lío. Y en determinado momento los tipos se ponen duros con Claudio y le dicen «dame la bolsa y dame las entradas porque te pudro el recital, te rompo todo y te tiro un muerto».
– ¿Poly, el Indio y Skay se dieron cuenta de los peligros de la masividad?
– El Indio sabía que si empezaba a jugar con fuego después iba a ser una llamarada. Pero yo creo que no se le puede facturar a Los Redondos, creo que sí hubo un cambio de público muy notorio y una masividad en ascenso que se les volvió incontrolable.
Cuando empiezan los conciertos federales fue justamente para descomprimir y aún así no podían manejar lo de los conciertos federales.
– ¿Indirectamente los grupos de rock chabón son como hijos bastardos de Los Redondos, hijos no deseados?
– Exactamente eso. Yo creo que sí. Ellos se subieron en la colectora por una huella que habían abierto Los Redonditos, pero ellos sin jamás emitir ni medio discurso en esa dirección. Porque vos ibas a ver a equis bandas de ese estilo y lo que había era un discurso que tenía que ver con la fantasía de «estamos todos juntos tomando la misma cerveza».
En ese sentido, Los Redondos nunca la caretearon. Digamos, cómo se vestía el Indio o como se lookeaba Skay. Jamás condescendieron en la letra y en la música a nada que tenga que ver con un discurso pauperizado, al contrario: las canciones se fueron complejizando, el Indio siguió escribiendo sus líricas bastante sinuosas, algunas herméticas.
Más allá de frases que impactaron muy fuerte en la gente como «Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle» o «andar trepando radares militares», cosas que pegaron en la gente de manera muy misteriosa o enigmática porque ¿qué entiende un pibe que vive en Aldo Bonzi o Laferrere sobre la última frase? Buenísimo, cada uno entiende lo que quiere entender, eso es la poesía. Creo que el Indio lograba eso con las letras.
Entonces, me parece que por esa colectora se empezaron a sumar un montón de bandas, pero la verdad que ninguna con el poder artístico y la actitud de Los Redonditos.
Es como si todas esas bandas no hubieran leído el manual del manager de La Negra Poly, porque todos los errores cometidos son esos que ellos cometieron una sola vez y nunca más repitieron.
– ¿Creés que toda esa lírica y esa carga intelectual que tenían Los Redondos se entendió abajo o costó entenderla?
– Nunca hubo tanta distancia entre un público y una banda como los 90 con Los Redondos. Los de los 80 eran otra cosa. Claro, en los primeros 80 se parecían más los músicos y el público. El público era un tipo que los veía que era estudiante, periodista, escritor, poeta o un simpatizante de la izquierda porque estaba el mito de que eran de la estructura del PC (Partido Comunista), un mito increíble.
El Indio y Poly tienen una cultura gigante y el Indio Solari era dueño de un discurso apasionante, y Skay también pero tiene otro modo. Sí, me parece que la carga cultural que tienen se vio reflejada en su música. Y me parece que no hicieron ninguna mueca paternalista de decir «chicos, entiendan esto» o reducir sus letras a algo más sencillo, todo lo contrario.
Tiene que ver con la ciudad de La Plata, también. Fijate que la tradición del rock platense tiene un riquísimo nivel de letras: Francisco Bochatón, Federico Moura, Estelares y las bandas nuevas que salieron en la ciudad.
– ¿Se puede repetir este fenomeno?
– No, porque hace 14 años que se separaron y chicos que nunca los vieron en vivo, porque no habían nacido, piden un concierto de regreso, con toda su inocencia. Creo que la corona está vacante, no hay nadie que haya ocupado ese sitio, no hay una banda con todos los significados simbólicos que tenía Los Redondos, no lo tiene ni La Renga ni nadie. Es un título vacante.
El libro cuenta el paso a paso de la separación de la banda
– ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a la disolución de la banda?
– De lo más romántico a lo más áspero: se separan por una cuestión de distancia estética. El Indio quería hacer un estilo de música y Skay otro. Eso se refleja en los dos últimos discos de Los Redondos y las carreras solistas. El Indio estaba muy fascinado con las máquinas y Skay no. Se rompió el equilibrio que siempre existió hasta «Luzbelito».
Después, también había una cuestión de que cada vez era más estresante y tensionante tocar. Cada concierto pautado era una parafernalia de organización, de permisos, de seguridad. Dejaron de disfrutar estar juntos. Eso me lo dijo Skay, que quería recuperar la escala humana de un concierto de rock. Después el tema de la plata. En algún momento habrá visto el Indio que tenía un 33 por ciento de la torta frente a un 66, porque al funcionar Skay y Poly como pareja era eso.
Las cosas tienen un ciclo y el de Los Redondos duró mucho si pensás en una banda de rock & roll con tantos zigzagueos y un crecimiento tan brutal. Me parece lógico que las cosas se desgasten y que finalmente cada uno siga su camino.
– ¿Cómo siente la gente la pérdida de semejante banda?
– Yo creo que la gente decidió canalizar la ausencia de la banda en el Indio Solari. Ya pasaron 14 años y me parece que esa orfandad quedó en la enorme figura paternal del Indio Solari, que tampoco va a durar mucho tiempo. Yo creo que el Indio se está despidiendo también de los conciertos en vivo, porque llegó a ese mismo momento de Los Redondos de no poder sostener tanta masividad.
– ¿Pueden regresar?
– Lo veo muy difícil. Hace poco le pregunté a Skay en una noche larga: «¿pensás que pueden volver Los Redondos?», la pregunta de siempre. Y Skay no me dijo «no, ni en pedo». No dijo nada. Entonces insistí y le dije «si volvieran, ¿cómo te lo imaginás?». Lo pensó y me respondió: «me imagino un show sorpresa con canciones nuevas en un estudio cerrado transmitido por Internet para todo el mundo» y me pareció una respuesta lógica. Igual no parece posible hoy en día, porque no hay contacto entre las tres patas del triángulo conductor de la banda.
– ¿Soda y Los Redondos ocupaban diferentes tronos?
– Mirá, no sé, yo te puedo hablar de mí. A mí me gusta tanto Soda como Los Redonditos. No me parece algo antagónico. En los 80 tocaban en lugares similares. De hecho, querían presentar «Gulp!» en el Astros, un lugar en el que Soda había presentado unos meses antes el primer disco.
En los primeros 80 compartían circuito y públicos, no había tanta diferenciación. Lo que pasa en los 90 es que cambia radicalmente el público. Igual Soda era mucho más popular de lo que creemos. No es que era seguido por chetos, sino que eran populares, le gustaban a todo el mundo; pero el recorte social era otro. A Los Redondos lo seguía el proletariado, los pibes de barrio desangelados, los excluidos por el régimen menemista y la desocupación que provocó la privatización de empresas estatales y el neoliberalismo.
Esos pibes que quedaron en la lona veían a Los Redondos como algo más que una banda de rock; veían un lugar moral o ético, alguien que los contenía. Había todo un condimento social que con Soda no ocurrió. Con Soda era algo más que nada musical, pero eran las dos bandas gloriosas de los 90. En un momento el Indio dijo: «al final yo tengo más en común con Cerati que con el carnicero de la esquina», y cuando murió Cerati tuvo palabras muy afectuosas. Y Cerati habló muy bien de «Último bondi a Finisterre». Dijo que no era música que él escuchaba, pero que valoraba la búsqueda, «ciertas texturas».