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El prolífico Fito Páez cumple hoy 53 años

13/03/2016 - Retro
El prolífico Fito Páez cumple hoy 53 años

La desesperanza más amarga asociada con una contagiosa celebración de la vida; la mirada triste que todo lo examina con fuerte intención crítica, junto al espíritu festivo y una conmovedora urgencia por vivir. Urgencia, ésa es la palabra que traduce sin secretos la temperatura de la obra poética de Fito Páez, el creador rosarino que con sus canciones tempranas -muchas de ellas escritas con sangre, casi- ha sabido resumir la violencia de las grandes ciudades, el desamparo que sofoca al individuo, su constante alienación, sus descensos a un infierno desolador, su sed de amar y de vivir.

A lo largo de su obra puede armarse una biografía del artista rosarino. Desde la frase «nací en el 63, con Kennedy a la cabeza», las primeras líneas de su primer disco, Fito mostró abiertamente los altibajos de su vida a través de las canciones. Y es especialmente rico y prolífico el período entre el debut «Del 63» (1984) y la explosión comercial de «El amor después del amor» (1992), el álbum de rock nacional más vendido de la historia.

Las grandes miserias y las pequeñas grandezas del hombre de todos los días: Fito las desnuda con crudeza y se desnuda a sí mismo, a corazón abierto, un tanto para reafirmar su condición narcisista, pero mucho más por cumplir con ese placer infinito que encuentra en vivir al límite, sin red.

Son los días de «Ciudad de pobres corazones» (1987): días de abatimiento, de pesadumbre, de heridas aún en carne viva, aunque en el fondo de ese desánimo se agazape siempre una pequeña luz, una velada confianza en el hombre, en el futuro y en la vida.

El 7 de noviembre de 1986, mientras Fito se encontraba de gira en Río de Janeiro, Delma Zulema Ramírez de Páez (abuela), Josefa Páez (tía abuela) y Fermina Godoy (empleada de las abuelas, embarazada) fueron brutalmente asesinadas. Cuando el artista se enteró de la noticia, expresó un tiempo después: «No puedo explicar cómo quedó el cuarto del hotel en Río. Lo destrocé. Dolor violento. Cuando volví a Rosario, imagínate la cantidad de versiones que había en ese momento… que era una venganza contra mí, que yo estaba metido en el tráfico de drogas, que mis primos… De hecho, en ‘Ciudad de pobres corazones’ digo ‘No quiero empezar a pensar quién puso la yerba en el viejo cajón’. Mi primo y mi tío vieron a unos de los canas meter un cacho de fumo en un cajón donde yo tenía guardadas cosas mías, letras, papeles. Lo vieron, pero nosotros no quisimos ahondar mucho en ese tema. Se ve que la policía quería encontrar rápido un culpable».

Con inagotable energía, el autor de «Gente sin swing» va procurando un lenguaje poético personal, mientras integra el grupo de artistas de su ciudad que, capitaneado por Juan Carlos Baglietto, instaura una interesante movida musical en Buenos Aires. Son los hijos artísticos de Litto Nebbia: Rubén Goldin, Adrián Abonizzio, Jorge Fandermole y otros intérpretes que ensayan crónicas urbanas, breves historias nostálgicas de personajes aparentemente minúsculos, canciones de amor que incorporan la ironía o el trazo sentimental. De todos ellos, Fito Páez es el que registra con mayor sinceridad la desesperación, la duda, el pánico ante el abismo existencial.

La desazón aparece en esa poesía exasperada de «Ciudad de pobres corazones», en el dramatismo sin excesos de «A las piedras de Belén» o «Bailando hasta que se vaya la noche», en el espíritu nocturnal de «Fuga en tabú». Es ese álbum de 1987 el registro más atractivo de Fito Páez. O al menos lo era hasta la edición de una pieza decisiva en su cronología discográfica, «El amor después del amor» (1992), fruto de una mirada más luminosa, que se desentiende de la angustia visceral de otros tiempos.

En ambos casos, sin embargo, el instrumento estético es la provocación. No la vocación por el vano escándalo ni la voluntad de enfrentarse con el establishment de modo adolescente, como de cuando en cuando intenta hacerlo un rock que se debate entre la iracundia sin ideas y un humor pretendidamente iconoclasta, que apenas desemboca en la tontería o en la queja infantil.

Fito confía en el arte perturbador, en la capacidad transformadora de un arte inquietante, sin complacencias. Hay pruebas de esa confianza en «Giros» (1985), la placa que salió a la luz cuando todavía pertenecía a las huestes de Baglietto. Hay, claro, una atmósfera de frescura que lo envuelve todo, un lenguaje musical bastante ecléctico, dispuesto a incorporar los sonidos de la ciudad, a someterlos a las posibilidades de manipulación de su inventiva.

No importa la procedencia de esos materiales: puede ser un aire de chacarera (o de cualquier otro ritmo folklórico, pues Fito les presta especial atención), el swing de una banda de jazz, los acentos rockeros de la ciudad de la furia, la insinuación rítmica de la música afro o los aires sombríos de un tango. El creador rosarino escucha con la misma libertad con que durante la infancia se atrevía con las melodías de Gershwin, la voluptuosidad sonora de Deep Purple o la delicadeza armónica de Antonio Carlos Jobim.

El cóctel brinda frutos sabrosos: la música de Fito cobra una tensión dramática infreente en su álbum «Ey!» (1988), cargado de pinceladas jazzísticas, toques de música funk, mucha vitalidad rockera y leves aires caribeños. La riqueza de texturas sonoras se hace aún más evidente en «Tercer mundo» (1990): en la cadencia melancólica y envolvente de «Carabelas nada» («tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero», rinde tributo a Buenos Aires en un tema consagrado en parte al brasileño Chico Buarque de Hollanda), en la burbujeante propuesta rítmica de «Yo te amé en Nicaragua», en el lirismo encendido de ese reclamo luego hecho colectivo que es «Y dale alegría a mi corazón».

La malla musical que sostiene al álbum incorpora el blues, la presencia decisiva de la sección de bronces, todo como parte de una atmósfera que es pura insinuación. Fito orquesta cada detalle con maestría. Su voz es la misma de siempre: tensa, montada en los agudos, expresión visceral, pura tripa; no conviene prestarle atención con oídos académicos, se entiende: la garganta y el estómago vencen a las fatigadas cuerdas vocales. Si falta educación sobra temperamento, honestidad, dramatismo o regocijo. Fito canta con la verdad (o, por lo menos, desde el alma).

Heredero orgulloso de Litto Nebbia, su maestro rosarino, elige para sí la huella trazada por Luis Alberto Spinetta, con quien graba «La La La» (1986), un álbum que sirve a modo de encuentro generaclonal. Ha transitado por uno de los grupos de Charly García con paso firme y alas propias, y es seguro que escuchó con admiración las exactas orquestaciones del pianista, atentas al matiz, a la riqueza de coloratura, a la variación rítmica. Fito es un alumno disciplinado, pero con muchas ideas propias. Y cuando abandona ese seno artístico, se revela más contemporáneo que su maestro, más apegado a la realidad, más verdadero.

Horacio González, un periodista que lo conoce bien, intenta desentrañar el equipaje de «Tercer mundo», a través de una breve, jugosa, exacta nota editada en la contratapa del álbum: «Operas desvencijadas, el misterioso sonido de las religiones, catálogos de flechas perdidas, estéticas expresionistas desubicadas, el cántico secreto de los desvalidos, los amores matinales embriagados, ciudades subterráneas en rebeldía, los idiomas deshilachados y un estornudo frente a naves góticas».

Una parte de ese mundillo es compartida, tiene la atmósfera etílica de los cuentos de Charles Bukowski. Fito va despojándola de velos en sucesivos ritos escénicos -siempre con la cooperación indispensable de una feligresía que le da la bienvenida-, en compañía de sus amigos de siempre, músicos ellos: Tweety González, Daniel Colombres, Guillermo Vadalá, Ricardo Verdirame, Fabián Gallardo, Daniel Wirzt, Fabián González, Fabián Llonch, muchos ejecutantes invitados y, en medio del grupo, la presencia luminosa de quien fue su musa durante muchos años: Fabiana Cantilo.

Con la publicación de «El amor después del amor», la trayectoria de Páez sufre un golpe de timón. Hay más luz, el porvenir no abruma, asoman el goce y, el placer, el amor, claro. Las imágenes parecen animadas por un encendido soplo poético: pétalos de sal, margaritas en un mantel, lechos de cristal, mucho sol. «Quiero salir, sí; quiero vivir, dejar una suerte de señal si un corazón triste pudo ver la luz», confiesa en «A rodar mi vida». Es tiempo de celebración: Fito hace su brindis con la vida.