El cantautor Gabo Ferro falleció hoy en Buenos Aires a los 56 años dejando una obra artística que exhibe sus indómitas búsquedas y que, en el terreno estrictamente musical, regaló nuevas posibilidades para la canción como género.
Pero además de ese fenomemal aporte autoral e interpretativo, Gabriel Fernando Ferro, tal el nombre con el que nació el 6 de noviembre de 1965 en el barrio porteño de Mataderos, fue historiador, narrador, dramaturgo y docente, todas facetas que abrazó con hondura y pasión.
Al conocerse la noticia de su muerte, su representante, Celia Coido, emitió un conciso comunicado: “En este triste día, despedimos al adorado artista Gabo Ferro. Nos abrazarán siempre sus canciones, su poesía y su generosa sonrisa».
«Sabemos que es una persona y artista muy querido. Agradecemos el respeto en este momento para con sus familiares y amigxs. ‘Estuve, estoy, estamos, estarás'», expresó.
De ese modo, el creador se marchó en silencio, lejos de las luces y las marquesinas, espacios ficticios que cuestionaba en su obra.
Ferro irrumpió en la música como fundador y cantante de la banda de hardcore Porco que marcó huella en el under de la ciudad de Buenos Aires entre 1992 y 1998, con distintas formaciones.
Tras la disolución del grupo, se recibió de historiador y en 2005 volvió a bateas con su primer álbum solista, “Canciones que un hombre no debería cantar” y el pulso de ese gesto inaugural en la canción marcó el tono de un repertorio notable que regó otros 11 discos (el último de ellos “Historias de Pescadores y Ladrones de la Pampa Argentina”, junto a Sergio Ch.).
En esos 13 años, a guitarra, poesía y voz supo como pocos artistas operar sobre las palabras y los sonidos para construir un discurso capaz de romper toda casilla y ser, a un mismo tiempo, bello, incómodo, subyugante, hermético, hondo y explícito.
Ya bajo el sello propio, independiente y autogestivo Costurera Carpintero hizo otras siete placas en solitario (“Boca arriba”, “La aguja tras la máscara” o “El lapsus del jinete ciego”, entre las más rotundas) y se puso en diálogo con artistas de otras tradiciones en cuatro, resultando de alto impacto su encuentro con la voz de Luciana Jury en “El veneno de los milagros”.
De ese profuso e inspirado cancionero destaca el desgarro de piezas como «Soy todo lo que recuerdo», «Hay una guerra», «Soltá», «En el fondo del mal», «Porque se desobedece», «El ojo del cazador», «Mi testamento en tu espalda», «Para traerte a casa» o «Dicen», pero cualquier recorte es parcial e injusto.
“Como yo siento la canción no es ni más ni menos que el fantasma y qué es el fantasma: Una energía fina buena o mala que anima todas las cosas y que aparece cuando quiere, se expresa y se va; y el disco es una pretensión de atrapar ese fantasma”, definió Ferro su experiencia creativa a Télam en septiembre de 2016 cuando recién publicaba “El lapsus del jinete ciego”.
Sobre aquella experiencia registrada en un teatro vacío, apuntó: “Me interesó para captar y pensar el vacío de un teatro si es que eso es posible. Algunos piensan que eso redunda en la fidelidad del audio y yo entiendo que, al contrario, como en la vida real, esa ausencia puede parecer que atenta contra la buena vida real de nosotros y de las cosas, pero hay que hacerse amigo de esa aparente ausencia, de ese aparente vacío en la grabación y en la vida real”.
En relación al modo de inscribir su obra en el tiempo, sostuvo que “todos los discos que tienen una pata en el momento histórico en el que fueron hechos y son urgentes. Y a mí me gusta mucho el interjuego que se da entre la realidad y la fantasía, entre lo político peligroso y lo fantástico supuestamente falto de peligro y me gusta que se crucen esas cosas. Como la fantasía puede ser tremendamente peligrosa y como ciertas cuestiones políticas pueden ser completamente inofensivas y no hay tal cosa ni en un lado ni en el otro”.
En materia literaria y ensayística figuran el poemario “Recetario panorámico elemental fantástico & neumático” y los ensayos “Barbarie y Civilización. Sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas” y “Degenerados, anormales y delincuentes. Gestos entre ciencia, política y representaciones en el caso argentino”, además de “200 años de monstruos y maravillas argentinas”.
En su faceta interpretativa más allá del rock y la canción, participó junto a Haydée Schvartz en la puesta de “Four Walls”, de John Cage, para el Centro de Experimentación del Teatro Colón, protagonizó la ópera “Ese grito es todavía un grito de amor”, sobre textos de Roland Barthes con música y libreto de Gabriel Valverde, dirección musical de Juan Carlos Tolosa y regie de Rubén Szuchmacher, y junto a Emilio García Wehbi “Artaud: lengua madre”
También en clave performática protagonizó “Diabólico. La partitura y el mapa” compuesta junto con Pablo Lugones, “Derivas de La Tempestad” y la ópera contemporánea “El astrólogo”, con música y libreto de Abel Gilbert y dirección de Walter Jakob.
En 2015, mereció el Premio Konex como una de las cinco mejores figuras de la década 2005-2015 en la disciplina Canción de Autor y en abril del año pasado fue reconocido como Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.