La etapa de mayor popularidad de Los Abuelos de la Nada tuvo su último gran hito las noches del 14, 15 y 16 de junio de 1985, cuando brindó una serie de recordados conciertos en el porteño Teatro Ópera y en donde se grabó su único y exitoso disco en vivo, un trabajo que, sin proponérselo, resultó ser la despedida de su alineación más reconocida.
Ya sin el guitarrista Gustavo Bazterrica, quien había abandonado el grupo poco antes; la banda alineó esas noches a Miguel Abuelo en voz, Andrés Calamaro en teclados, Cachorro López en bajo, Polo Corbella en batería, Alfredo Desiata en saxo y en carácter de invitados estuvieron Daniel Melingo -miembro original que regresaba- en guitarra y saxo, Juan del Barrio en teclados y Gringui Herrera en guitarra.
Los conciertos se caracterizaron no sólo por el repaso de los grandes éxitos del repertorio del grupo, sino también por reforzar la nueva línea musical, más orientada a canciones pop con fuerte presencia de sintetizadores por sobre la línea latina mostrada en los primeros discos, a partir de una estética visual más moderna, caracterizada con el uso de maquillajes, peinados con spray y sobretodos.
Pero aunque la serie de recitales ofreció nuevas versiones de clásicos como «Mil horas», «Sin gamulán», «Lunes por la madrugada», «Himno de mi corazón» o «No te enamores nunca de aquel marinero bengalí», tal como quedó registrado en el disco, también sirvió de plataforma para el estreno de «Zig-Zag» y «Costumbres argentinas», el último gran hit aportado al grupo por Calamaro.
«Recuerdo esos conciertos con una alta emoción. Ese fue un año clave para muchos cambios estéticos y personales. Sobre todo, de consolidación de un lenguaje que hace años veníamos trabajando, así que en ese sentido fue una gran satisfacción y emoción por ver en marcha ese movimiento al que le habíamos puesto tanto amor y energía en cinco años. Fueron muy simbólicos esos conciertos», dijo Daniel Melingo en charla con la agencia Télam.
Por su parte, Juan del Barrio afirmó tener «un recuerdo hermosísimo» de esos conciertos a los que definió como «un punto muy alto» de Los Abuelos de la Nada; y no dudo en señalarlos como «los shows que quisiera volver a protagonizar» si tuviera la posibilidad de elegir.
«Son lindos recuerdos, lindas vivencias. Es algo que marcó bastante mi vida personal y profesional, así que siento un gran agradecimiento hacia ellos por haber confiado en mí en esa ocasión. Ellos me abrieron la puerta y eso hay que valorarlo», apuntó, por su parte, Gringui Herrera.
Precisamente, la elección de los tres invitados especiales no fue azarosa debido a que recayó sobre músicos que habían sido parte del grupo -como el caso de Melingo- o eran viejos conocidos y permanentes colaboradores.
En la nueva etapa iniciada en 1981 -con Abuelo, Calamaro, Bazterrica, Cachorro, Melingo y Corbella-, el grupo había grabado en 1982 un álbum debut homónimo, producido por Charly García; «Vasos y Besos», en 1983, tras lo cual se produjo el alejamiento de Melingo; e «Himno de mi corazón», en 1984, que marcó el fin de Bazterrica en la formación.
«Nunca me alejé del todo de Los Abuelos. De hecho, estuve participando en la grabación de ‘Himno de mi corazón’, en Ibiza. Hubo una superposición de compromisos porque yo tocaba en la banda del maestro (Charly) García, que no era algo menor, y había una subida muy importante de Los Twist que me quitó mucho espacio. Así que mi salida fue algo simbólico porque nunca dejé de estar en contacto con ellos», aclaró Melingo.
En el caso de Juan del Barrio, un nombre que había sonado desde el principio para integrar el grupo en el puesto que finalmente ocupó Calamaro, se había convertido en un colaborador permanente en escena para reproducir los sonidos de teclados grabados en discos e imposibles de llevar a cabo por un solo ejecutante.
«‘Himno de mi corazón’ era el disco más pop tecno, si se quiere. Era la época de Duran Duran, Spandau Ballet, Frankie Goes to Hollywood. Había mucho sintetizador y al momento de tocarlo en vivo Andrés no se sentía muy cómodo. Él prefería concentrarse en cantar y tocar el piano. Por eso me llamaron a mí», contó Del Barrio, quien conocía a gran parte de los integrantes de la banda desde su participación en el Ring Club, mítico grupo performático de principio de los 80.
En tanto, Gringui Herrera había sido compañero de colegio de Calamaro, con quien había formado las juveniles La Chorizo Colorado Blues Band y la Elmer’s Band, y había co-escrito «Así es el calor» y «Levantando temperatura», que integrarían el repertorio de Los Abuelos, del mismo modo que su tema «Tristeza de la ciudad».
«Yo era amigote de Calamaro, por eso empecé a verme con ellos. Un día hubo una indisposición de Bazterrica y me llamaron porque siempre tuve facilidad para sacar las canciones. Al Vasco lo admiraba mucho. Yo aprendí muchos acordes mirándolo a él», rememoró el guitarrista.
Pero, como se señaló antes, la cima de popularidad que suponían los shows en el Ópera también traslucían cambios y movimientos internos, reflejados en la ausencia de Bazterrica, quien públicamente se quejó luego del rumbo musical que había tomado la banda, y en el desenlace ocurrido meses después cuando se desintegró por completo esta formación.
«Había una sensación de movimientos internos. Había una clima contrastante, porque por un lado era el punto más alto del grupo, pero se sentía una interna que no se sabía dónde iba a derivar», señaló Del Barrio, al recordar los ensayos previos en La Esquina del Sol, el mítico reducto palermitano de la época.
Herrera coincidió en que «se veía que alguna interna debería haber» y arriesgó que daba la impresión de que «había una disputa de egos entre ellos».
Sin embargo, para Melingo los nuevos paradigmas estéticos no implicaban «un cambio fundamental en el funcionamiento» del grupo.
«Todo va mutando. Muchas veces los cambios los ves en perspectiva. Cuando sos artífice de esos cambios, es difícil notarlo, sobre todo cuando no son especulativos, sino que se van produciendo de manera natural y colectiva. En este caso, no fue un cambio impostado, sino necesario para poder seguir siendo parte del mismo», concluyó Melingo.
Una accidentada actuación en octubre de ese año en el Festival Rock and Pop, en el Estadio de Vélez, marcó el final de esta etapa, con la salida de Calamaro y Cachorro López. Llegarían los tiempos de cambios, el éxito de «Cosas mías» y la muerte de Miguel Abuelo, en marzo de 1988.
Texto: Hernani Natale