Menú

Miles Davis: el hombre que con sus mil vidas musicales propuso una revolución permanente en el jazz

26/09/2021 - Retro
Miles Davis: el hombre que con sus mil vidas musicales propuso una revolución permanente en el jazz

Luego de seis décadas de vanguardista trayectoria, en la que con permanentes giros musicales marcó el camino a seguir dentro del jazz y de la música contemporánea en general, además de crear una ineludible escuela sonora aplicable a todos los estilos, el 28 de septiembre de 1991 moría a los 65 años Miles Davis, uno de los artistas más influyentes de la era moderna, incluso para aquellos artistas que tal vez no conozcan demasiado su obra.

En su extenso y rico derrotero, y a través de diversas formaciones, el genial artista incursionó, alteró y fue artífice de distintas variantes del jazz, como el bebop, el cool, el hard bop, el jazz modal y el jazz fusión, entre otros, en su cruce con corrientes que provenían desde otros estilos, como el rock, la psicodelia, el flamenco, la electrónica y el hip-hop, por citar apenas algunos ejemplos.

Pero también creó un estilo propio de interpretación en el que dejó de lado la exhibición de virtuosismos comunes en el género a través de veloces solos, para poner el foco en la elección precisa de unas pocas notas, con grandes espacios de silencios, que creaban una simbiosis perfecta con la armonía; siempre desde el sonido «asordinado» y aterciopelado, pero a la vez potente de su trompeta.

«El slogan de la Gestalt que dice que el todo es más que la suma de las partes se aplica a Miles, en el sentido que vivió un montón de vidas musicales. Muchos artistas con solo haber hecho una mínima parte de lo que él hizo ya se habrían ganado un lugar en la historia. Miles atravesó un montón de períodos, pero además, los fue marcando. Sin dudas, es muy difícil contar una historia del jazz y de la música popular del siglo XX omitiendo a Miles Davis», definió a pedido de la agencia Télam el periodista especializado Humphrey Inzillo.

Por su parte, el trompetista local Mariano Loiácono, uno de los más destacados en la escena del jazz argentino, opinó que «el principal aporte» de Miles Davis en la historia «ha sido la cantidad de veces que le ha dado un giro a su música», y destacó que cada uno de sus emprendimientos «le salió bien, fue acertado».

El músico Miguel Tallarita, reconocido por su aporte a artistas tan disímiles como El Indio Solari, Palito Ortega, Nonpalidece, Moris o La Beriso, por citar apenas algunos, coincidió en destacar el aspecto «vanguardista» de Davis, «siempre un paso adelante, innovador, fresco, con nuevas ideas», pero a la vez rescató también esa característica en lo referente a su estética.

«Miles es un músico que siempre fue vanguardista en cuando a su estilo de tocar, que fue variando con los años, y a su estética: su color de trompeta, su forma de vestir. Le gustaba pintar, así que desde el punto de vista estético me parece uno de los mayores exponentes del siglo XX», apuntó el versátil trompetista argentino.

A la hora de marcar hitos en la carrera de Davis, tanto Inzillo como Loiácono aludieron a sus inicios en el bop, en donde compartió grupo con Charlie Parker; su etapa con el noneto que registró el disco «Birth of the Cool», con arreglos de Gil Evans; la fundación del jazz modal que supuso el insuperable «Kind of Blue», frente a un quinteto que incluía a Bill Evans y John Coltrane; y el impacto que el rock y la psicodelia tuvieron en él, presente en «Bitches Brew», que impulsó al llamado jazz-rock.

También destacaron sus coqueteos con el flamenco en «Sketches of Spain» y su cruce en los 80 con la emergente escena del hip-hop, entre otros.

«Es muy difícil decir cuál es el principal aporte musical, porque fue muchísimo, fue revolucionando permanentemente su música, y cuando me refiero a su música, me refiero también al jazz en general. Todas sus etapas son formidables», manifestó el periodista especializado.

Pero más allá de estilos, indudablemente fue su modo de abordar el instrumento lo que también marcó una gran diferencia respecto del resto de sus colegas, con un sonido que se convirtió en marca registrada, fundamentalmente por el uso de la sordina; y un certero minimalismo en el uso de notas, que dejaba grandes espacios de silencios.

«Si bien tocaba muy bien no era un trompetista que demostraba el virtuosismo como hacían otros trompetistas de la época. Él iba por otro lado, con esa capacidad que tenía de tocar menos, de no ir por esos lugares más transitados. Eso es súper importante, porque les ha dado a muchos trompetistas la posibilidad de saber que no hace falta tener los recursos técnicos que por ahí tenían otros, como tocar a otras velocidades o sobreagudos», explicó Loiácono.

«Eso lo diferencia de otros trompetistas, esa búsqueda particular de encontrar esos momentos justos donde tocar y, sobre todo, donde no tocar, la capacidad de liderazgo, de tener claro siempre a dónde ir con la música y llevar al grupo a ese lugar. Esos son los aspectos que para mí lo hacen especial», acotó.

Tallarita rescató el hecho de «tocar dos notas que eran las elegidas, las perfectas», lo cual «daba muchos espacios» y le permitía «crear climas, sobre todo en los solos».

«Si bien no era un virtuoso en cuanto a técnica del instrumento, como podría serlo Arturo Sandoval, tenía una técnica impresionante y la usaba siempre en función de hacer linda música, de la estética musical. No tocaba notas de más. Hacía lo correcto», apuntó.

A la hora de hablar de su sonido, Inzillo lo definió como «asordinado, aterciopelado, como un susurro y, a la vez, en algunos casos potente, aunque siempre personal»; en tanto que Tallarita rescató «su articulación tan particular, su calidez» y el toque «sin vibrato, imponente y fuerte».

Acaso todas esas virtudes son las que derivaron en una postura sonora «calma, de sensación de tener todo bajo control», tal como remarcó Loiácono, quien advirtió que es lo que personalmente él trata de copiar a la hora de subirse a un escenario.

En definitiva, a 30 años de su muerte, la obra artística de este verdadero mito generó una influencia que no se limita a los trompetistas de jazz, sino que hace sentir su omnipresente influjo en diversos músicos, que tal vez ni siquiera saben de manera consciente cuál es su origen.

«Cuando toco en sección pienso en otros músicos, pero cuando toco un solo pienso qué nota quedaría más linda, cómo elegir la mejor, la ideal para ese acorde o momento. Eso es lo que aprendí de Miles», dijo Tallarita.

«La influencia de Miles, como la de todos los grandes músicos de la historia, está siempre presente y se siente en cualquier momento. Cualquier grupo o trompetista tiene algo de Miles. Uno no repara en hablar en presente de alguien que no está y esa es la inmortalidad. Podés decir a un amigo: ‘Ayer estaba escuchando tal disco de Miles y cómo toca, cómo suena ese grupo’. Eso es Miles. El hecho de quedar en el presente para siempre», remató Loiácono.

Una vida marcada por el riesgo artístico y el tormento personal

El permanente riesgo artístico que lo convirtió en un artista vanguardista y una tormentosa vida personal fueron los dos grandes ejes que hicieron de Miles Davis una personalidad única, no solo en el mundillo del jazz o de la música contemporánea, sino del arte en general.

Excéntrico, irascible, mujeriego, amante de los excesos y el uso de armas de fuego y, por momentos, abusivo, Davis fue un producto de la violencia doméstica que vivió desde pequeño y de las diferencias raciales que, en muchas ocasiones, sintió en carne propia de manera brutal de parte de la policía.

Pero también era un artista con un gran sentido de la estética, que nunca tuvo miedo de ponerse a la vanguardia de las modas y que no dudó en tomar elementos de otros géneros emergentes para enriquecer el lenguaje del jazz.

Nacido en Santa Mónica, California, el 26 de mayo de 1926, en el seno de una familia de buen pasar económico aunque signada por la violencia que su padre ejercía sobre su madre, Davis optó desde pequeño por la música y comenzó a tomar clases de trompeta a los 12 en Saint Louis, en donde se crió.

Tras un paso por una orquesta local, con tan solo 17 años se unió a la formación comandada por Billy Eckstine, que en sus filas contaba con Charlie Parker y Dizzie Gillespie, figuras claves en el surgimiento del bebop.

La necesidad de codearse con la electrizante escena del jazz lo llevó a Nueva York, en donde continuó una temporada junto a Charlie Parker, para luego formar su propio noneto, en una etapa en la que interactuó con figuras como Gil Evans y Gerry Mulligan, entre otros, que dio origen el álbum «Birth of the Cool», grito primigenio del cool jazz.

Fueron también tiempos de adicción a la heroína, aunque logró sobrellevarla y no le impidió un resonado paso por Francia, en los 50, en donde tomó contacto con la corriente europea del género y protagonizó hitos como la creación de la banda de sonido de la película «Ascensor para el cadalso», de Louis Malle. Su estadía allí incluyo tórridos romances con Jeanne Moreau y Juliette Gréco.

A su regreso a los Estados Unidos volvió a conmover la escena musical con la edición de «Kind of Blue», en 1959, junto a un quinteto que incluía a Bill Evans y John Coltrane, entre otros, y que dio origen a una nueva corriente conocida como jazz modal.

En los años siguientes, Davis continuó buscando influencias en otros géneros, tal como ocurrió con el flamenco, con «Sketches of Spain»; para que a fines de los 60 tomara elementos de la escena rockera y se metiera de lleno en nuevos sonidos y estéticas, que significaron el abandono de los tradicionales trajes por ropas coloridas.

A la par de sus geniales creaciones, la figura del músico continuó alimentando leyendas en torno a sus excesos, sus extravagancias y su violento comportamiento con las mujeres.

Tras una memorable etapa ligada al jazz rock y el free jazz, en la que desfilaron bajo su tutela figuras como Herbie Hancock, Dave Holland, John McLaughlin, Chick Corea, Joe Zawinul y George Benson, entre otros, Miles Davis se retiró de la escena a mediados de los 70 alegando «falta de ideas».

En realidad, se trató de uno de sus períodos más oscuros ligados al exceso en el consumo de cocaína, con diversos incidentes que incluyeron un accidente de tránsito que le dejó varias secuelas corporales.

En la década del 80 retomó la actividad nuevamente con sonidos vanguardistas en el que se entremezclaron la música pop, la electrónica y el hip-hop, junto a nuevos artistas como Marcus Miller, Mike Stern, Darryl Jones y John Scofield, entre otros.

Pero a medida que avanzaba la década, los problemas de salud de Miles Davis se fueron acrecentando, hasta que finalmente en 1991 se produjo su muerte. Para ese entonces, su música ya había esparcido esquirlas en las distintas formaciones encaradas por los artistas que lo habían acompañado a lo largo de los años.

Miles por Miles: una biografía distinta

De las variadas opciones disponibles acerca del autor de «Kind of Blue», hay un repaso biográfico que destaca en particular: «Miles por Miles» recorre la carrera del músico durante tres décadas de acción y reacción compilando definiciones en su propia voz, tan ácida y filosa como el sonido logrado en su instrumento.

Contar su vida desde un punto fijo sería como filmarlo en blanco y negro. Miles Davis fue en colores y en futuro. De eso trata la proliferación cromática de su música; la misma que primero desconcierta y después seduce.

Por la razón antes expuesta, no lo abarcan bien las biografías. Ni la muy potable que escribió su colega el trompetista escocés Ian Carr, ni la oficial «The Autobiography» (1990) redactada a cuatro manos por el propio Miles junto al poeta Quincy Troupe. En ambas (y en otras circulantes, menos conocidas) sobrevuela la formalidad de la reverencia obsecuente o su versión maquillada en primera persona: la vanidad.

«Miles por Miles», en cambio, pone en escena al hombre sin filtro, desaforado, excesivo y a la vez austero, como su sonido; impiadoso, certero, lúcido, lo largo del grueso de su carrera. El volumen consta de textuales del trompetista en declaraciones a distintos medios periodísticos, vertidas entre 1957 y 1998.

Los historiadores, jazzistas y melómanos lo saben: La trompeta fue una hasta Louis Armstrong y otra desde Miles Davis. Pero la revolución de su sonido no tuvo que ver, como algunos despistados suponen, con la velocidad o la mera destreza. Rápidos y efectivos se cuentan por cientos, quizás miles (valga la cacofonía).

Lo de Davis fue otro asunto y más sutil: él entró en la trompeta como quien lo hace por primera vez. La buceó cual extraño, desdeñó la pirotecnia, el virtuosismo, los trucos: ahondó en ella buscando sus silencios, reinventando una relación de intimidad que lleva tiempo. Así dio con un sonido, una textura, un color completamente inexplorado en su instrumento hasta entonces. De esa relación, a veces hasta tortuosa, tratan también estas páginas.

La revolución sonora que Miles llevó a la trompeta es una extensión de su personalidad: fue aquel que pretendía sólo lo indispensable para que esa frecuencia esencial desplegara su timbre oculto, su alma. Acaso un minimalista anticipado o, mejor aún, el intérprete musical de lo que Hemingway recomendaba en literatura: «arquitectura, no decoración».

Aquella misma austeridad prodigiosa de Miles Davis soplando se refleja en los testimonios que, en este caso, Paul Maher Jr. y Michael K. Dorr se tomaron el trabajo de conjugar en un mismo cuerpo, a partir de distintas entrevistas que el músico brindó durante las tres décadas referidas más arriba a distintos medios gráficos y audiovisuales.

La propuesta que asumió la heroica (siempre lo es publicar localmente) editorial Letra Sudaca incluye –además de los reportajes a cargo de periodistas renombrados y especializados como Nat Hentoff, Al Aronowitz, Chris Albertson, Leonard Feather, Stephen Davis, Eric Nisenson y Ben Sidran– artículos rescatados de aquellas viejas revistas dedicadas al género que ya no se publican y programas de radio y televisión que nunca antes habían sido transcriptos. En el apogeo de la virtualidad internética, la recopilación de tamaño material, en sus nobles 363 páginas papel obra, reviste un valor inversamente proporcional a la omisión de estos contenidos en los insondables caminos de la web.

Otro aspecto interesante que surge de este volumen es la verificación de cómo y por qué su personaje recio fue tan necesario en los años 50 y 60, cuando era improbable que un negro en los Estados Unidos pudiese hacerse un lugar de respeto sin apelar a cierta hostilidad imprescindible. Ese rol, que algunos juzgaron maliciosamente, le permitió ser quien era en todo sentido, incluyendo la posibilidad de acceder a mejores tratos que sus contemporáneos afroamericanos. Casi 100 álbumes publicados (entre 1951 y 2011) dan cuenta de alguien que, pese a su proverbial dureza, fue, además de un compositor distinto, solista y sesionista genial, un hábil negociador.

«Esto lo estoy tocando Mañana» decía Johnny Carter –alter ego de Charlie Parker en el cuento «El perseguidor», de Julio Cortázar. El escritor argentino, al evocar a Parker (creador del bebop el subgénero del jazz que reformuló la Historia) hablaba también de un momento y un ambiente musical en cuyo centro estaban Parker, Thelonious Monk, Dizzy Gillespie, Max Roach, Bud Powell y, por supuesto, el entonces muy joven Miles, discípulo de todos ellos, revoloteaba por ahí. Eso aborda a su vez este libro y, volviendo a Cortázar ¿quién sino Miles Davis estaba, estuvo, está «tocando mañana»?

Por si quedaban dudas de que el hombre en cuestión hablaba con vigencia de futuro, he aquí una obra que lo ratifica.


Por Hernani Natale (Télam) / «Miles por Miles: una biografía distinta», por Gabriel Sánchez Sorondo (Télam)